domingo, 27 de junio de 2021

Nueva historia corta - Respeto (Segunda Parte)


      Esta historia corta cuenta qué ocurre con los corsarios al mando de Niles tras abandonar el asentamiento de Spiro. También conocerás un mejor cómo el capitán maneja a su tripulación y el destino de varios supervivientes.

    Como siempre gracias por leer. Sería estupendo que dejaras un comentario para decirme qué te ha parecido esta historia corta. Recuerda que también puedes seguirme en mi página de Facebook y en mi espacio en Patreon.


Respeto – Segunda Parte


Los gritos marcados por la desesperación se clavaban como estacas en sus oídos. Mirara donde mirara Spiro veía compatriotas suyos que estaban siendo asesinados por los corsarios, rodeados de llamas que lo consumían todo a su paso. Los suelos se hallaban poblados de cadáveres, mientras las casas adyacentes se derrumbaban para aplastar a quienes seguían dentro. Siempre que el joven intentaba levantarse para detener a los bandidos de los mares, recibía un golpe que lo tumbaba de nuevo. En aquellas circunstancias no podía hacer otra cosa salvo observar cómo el asentamiento en el que pasó toda su vida hasta el momento terminaba arrasado sin piedad. Diversos compatriotas suyos llegaban tan lejos como culparlo de su desgracia, como en el caso del alcalde. Este último le prometió «que jamás alcanzaría la felicidad», tras lo que fue decapitado por la mujer que seguía a Niles en la jerarquía bajo la cual se regían los extranjeros. — ¡! — Y entonces el joven sacerdote se despertó mediante un resalto para, acto seguido, volcar hacia la izquierda sobre un montón de paja. No pasó demasiado tiempo antes de que su extremidad zurda quedara recorrida por un dolor que llegaba desde las uñas hasta el mismo hombro. Spiro intentó levantarse una vez más; no obstante, perdió el equilibrio al sentir un movimiento bajo sus pies. Tumbado bocarriba como se hallaba ahora enfocó la llama perteneciente a una lámpara de aceite. El joven reconoció el símbolo que vio en un libro con anterioridad. Si bien no recordaba a qué clan noble identificó con exactitud, sí sabía que aquella familia lideró una ciudad-estado antaño poderosa. No pocas crónicas mencionaban cómo clanes enteros perdieron privilegios e influencia al no poder evitar que los corsarios asaltaran sus urbes. Algunos terminaron por dispersarse, de modo que sus supervivientes iniciaran vidas como mercenarios u otros oficios considerados «de pobres». ¿Los criminales nos han derrotado? No puede ser… Segundos después Spiro sintió cómo quedaba mecido por unos movimientos suaves, algo que le recordaba a los días en los que su abuelo lo subió a su regazo para contarle historias. En estas últimas su familiar le habló de «hombres valientes, que lucharon contra las injusticias allá donde se dieran lugar». ¿Dónde estoy? Incapaz de responderse a aquel interrogante el joven reparó en unos barrotes, aunque también en cómo la puerta que formaba parte de su celda se encontraba abierta. Las risas que sonaban desde una mesa cercana llevó a que observara cómo unos marineros se entretenían con una partida de cartas. Uno de los jugadores levantó la cabeza para mirar en su dirección durante unos segundos, tras lo que volvió a comprobar su mano. Según aquel individuo, «la suerte le sonreía hoy». Otra participante terminó de vaciar su pinta, tras lo que expulsó un eructo por el que nadie la amonestó. Todos y cada uno de aquellos sujetos iban armados, una orden impuesta por su capitán. No en vano este último no se cansaba de repetir «podemos encontrarnos un barco al que desvalijar en cualquier momento».

Sentado sobre una silla cercana se encontraba Niles, el mismo corsario que mandó destruir el asentamiento de Spiro. El capitán tenía en sus manos un diario, en el que tomaba diversas anotaciones mediante una pluma. Instantes después de volver a introducir la misma en tinta se dirigió al sacerdote del Ancestro. — Puedes salir cuando quieras, Spiro. — Pronunciadas aquellas palabras enseñó lo escrito a un hombre más pequeño, quien le indicó que «fueron treinta y siete las casas que redujeron a cenizas». — ¿Estás seguro de que no fueron cuarenta? — Al notar cómo su interlocutor asentía Niles encogió los hombros, tras lo que sopló sobre lo recién escrito. Conforme se secaba la tinta, el corsario asintió sin mirar al otro sujeto. — Valiente canalla… Pues lo dejamos como está. Me gustan más lo números pares. — No pasó demasiado tiempo antes de que cediera el tomo que recogía sus aventuras para que el otro individuo se lo llevara. Sus hojas reflejaban el mismo momento en el que tomó a la fuerza el barco que ahora capitaneaba hasta la época actual. Haz unos dibujos bonitos de chozas ardiendo o algo similar para que sea más dramático. Y de gente corriendo despavorida. — Dadas aquellas instrucciones Niles enfocó a un Spiro que acababa de sentarse sobre el suelo con paja sobre el que durmió varias horas seguidas. Al corsario no se le escapaba cómo el joven se rascaba la piel expuesta cada pocos segundos, como la ubicada en su nuca. — Ven aquí, Spiro. Sólo quiero hablar. Mira… Te tengo una silla preparada.

Fue entonces cuando el joven reparó en que tenía su extremidad izquierda vendada para que apenas pudiera moverla. El olor que emanaba de su cuerpo le indicaba que alguien le desinfectó las heridas provocadas por Niles, de modo que no descartara la presencia de un curandero entre la tripulación. —…— Spiro se vio obligado a servirse de los barrotes para incorporarse, tras lo que caminó hacia el individuo que lo derrotó en combate. Tal y como aseguró Niles, pudo abandonar la celda sin impedimentos. Los corsarios, mientras tanto, seguían entretenidos con las cartas, jugándose su parte de lo rapiñado durante los ataques. Spiro tragó saliva en el mismo instante en el que distinguió el olor a comida que emanaba desde la cocina cercana. No tardó en recordar el olor a cocido que tantas veces olfateó durante su infancia. — Tenéis las celdas cerca de donde hacéis la comida…

Niles asintió con rapidez, conforme su interlocutor se detenía para deleitarse con aquel aroma. Su estómago expulsó varios rugidos, lo cual dio lugar a que el corsario encogiera los hombros. — Sí… Una de las ocurrencias de quien mandó construirse el barco. Me contaron que «quería mantener a los prisioneros a raya así». Pero bueno… Yo tengo a los míos en otra parte, y tú no eres un prisionero, Spiro. Siéntate conmigo. — Instantes después de que el hombre al que definía como «su invitado» se dejara caer en la silla, el capitán se carraspeó. No pasó demasiado tiempo antes de que señalara hacia dos vasos de agua llenos. Spiro tomó varios tragos azuzado por la sed, algo que Niles imitó a los pocos segundos. Aquél portaba el mismo atuendo que cuando invadió el último asentamiento arrasado por los suyos, lo que dejaba a la vista su torso. Al igual que casi todas las personas a su mando ni siquiera fue herido durante un pillaje que se extendió durante apenas unas horas. — Voy a ser sincero contigo, Spiro. No toda mi tripulación piensa que es buena idea tenerte con nosotros, así que tienes suerte de que sea yo el que mande en este barco. De lo contrario tu esqueleto ya estaría en el fondo del mar. Hay muchos peces que no hacen ascos a la carne humana por estas aguas. — Tras percibir cómo el joven tragaba saliva, le quitó el recipiente de las manos para después colocarlo sobre la mesa. Esta última se hallaba decorada mediante un barco en miniatura introducido en una botella de cristal. Una placa en el interior ponía de manifiesto que aquel navío pequeño fue montado en Limea. — Supongo que te preguntarás por qué estás aquí. Quizá piensas que voy a venderte como esclavo o incluso que te «estoy perdonando la vida». Nada más lejos, Spiro. No te estoy perdonando nada y vales más para mí vivo. Te encuentras con nosotros porque has luchado como un valiente sin tener oportunidad alguna para vencer. Incluso cuando ya estabas derrotado cargaste contra mí… Como te conté cuando nos vimos la primera vez, eso es algo que respeto. Y, por si no te has enterado todavía, me llamo Niles.

¿Me respeta? Me cuesta creerlo, ya que en mi patria los demás solían insultarme a diario. Hombres, mujeres y niños… Todos lo hacían. Y la que más me ofendía era… Incapaz de concluir aquel pensamiento Spiro se dirigió a un Niles que se rascaba el pecho en los instantes presentes. Uno de los nudillos pertenecientes a su mano diestra se hallaba con el pellejo levantado, algo que dio lugar a que alguien le vertiera un líquido marrón encima antes. — ¿Qué quieres de mí, Niles?

Ah, sí… Directo al grano; sin rodeos. ¡Me gusta este chico! Concluidos aquellos pensamientos el corsario asintió al tiempo que esbozaba una sonrisa. El hombre de pecho poblado tenía su arma cerca para posibles eventualidades, aunque nada le indicaba que su invitado lo atacaría. En su lugar creía percibir una curiosidad sincera, proveniente de un hombre que volvió a beber para así vaciar su vaso hecho mediante barro. — Bueno, verás… Imagina esto como una gran familia. — Mientras daba aquella descripción Niles señaló hacia varias partes del barco con la palma diestra hacia arriba. Esto último incluía a quienes jugaban a las cartas, con un corsario que alzaba los brazos por haber ganado el bote. — Puedes pensar en mí como el hermano mayor. Conozco a mi gente y hablo con ella a menudo, por lo que sé también lo que preocupa a más de uno. Sé que tienes tu opinión sobre nosotros, y no se me ocurriría discutírtela, pero voy a contarte algo que te sorprenderá: muchos queremos creer en algo. Algunos ya tenemos una edad, así que nuestras conciencias nos juegan malas pasadas de vez en cuando. Nos gustaría aspirar a la salvación de nuestras almas. El problema está en que nadie quiere enseñarnos, y créeme que lo he intentado. En fin… Me gustaría que compartieras tu fe con nosotros. Alguien a quien conoces me ha contado que sigues la doctrina del Ancestro. No pocos estamos interesados en ella y deseamos saber más. ¿Qué me dices, Spiro? ¿Quieres ser nuestro guía espiritual? ¿Nos guiarás hacia la salvación eterna de nuestras almas? Podrías no participar en nuestras rapiñas, aunque estaría dispuesto a que alguien te enseñe a defenderte si lo quieres así. O quizá sí vienes con nosotros. Sé que bajo esa expresión se esconde todo un corsario. La decisión sería por entero tuya. — Pronunciadas aquellas palabras el capitán percibió cómo su interlocutor bajaba la mirada para fijarla sobre un punto imaginario en el suelo. También oía cómo su invitado respiraba con una velocidad creciente.

¿Así que eso pretenden conmigo? Se supone que una doctrina del Ancestro concreta habla de una ciudad legendaria, en la que nadie debe sufrir. Las teorías cuentan que se la regalaron unos aliados suyos, aunque no se habla de quiénes. Pero… ¿Sería correcto compartir algo así con estos salvajes y asesinos? Que Spiro se pasara la mano diestra por la cara le sirvió para comprobar que alguien le cortó las uñas mientras estuvo dormido. Asimismo, portaba otro vendaje en la cabeza que tapaba una herida en proceso de cicatrización. — No lo sé… No te ofendas, pero no creo que seáis las personas correctas para enseñar.

Lejos de tomarse aquella negativa inicial como un insulto, el capitán expulsó varias carcajadas con las que su interlocutor cayó en silencio. — ¡JA, JA, JA! Me gusta tu sinceridad, Spiro. ¿Lo habéis oído? Los corsarios de Kai no somos «las personas correctas». — Varios tripulantes cercanos también se rieron hasta que su líder dobló las manos. Este último enfocó al sacerdote durante unos segundos, tras lo que asintió con una sonrisa en los labios. — ¿Prefieres a un noble que siempre está haciendo la guerra, al mando de soldados que van por ahí matando y violando? Podrías intentarlo con timadores, bandidos o personas que pegan a sus mujeres e hijos también. ¿Y las que engañan a sus maridos con otros hombres? De eso hay mucho en las ciudades grandes… No, la verdad es que de eso hay en todas partes. ¿Qué me dices de las ciudades-estado que os han dejado a tirados a pesar de vuestros ruegos? ¿O quizá te gustan más esos compatriotas tuyos que solían reírse de ti siempre que les resultaba posible y no tuvieron pelotas para ayudarte contra mí? ¿Piensas en convertir a Dinah? Es guapa, ¿verdad? — Aquellas preguntas dieron lugar a que el rostro perteneciente a su invitado adquiriera tonalidades rojizas. Niles no olvidaba cómo el joven pronunció varias veces el nombre de la fémina durante sus pesadillas. El capitán se puso en pie para, acto seguido, ofrecer su mano diestra al sacerdote. — Voy a enseñarte una cosa, Spiro. Si después de verla sigues igual de convencido, no volveré a pedírtelo. Es una propuesta justa, ¿no crees?

Instantes después de escuchar aquella proposición el sacerdote del Ancestro se echó hacia atrás sobre el respaldo. A su mente vinieron lo que creía saber acerca de los corsarios, algo que abarcaba también pactos rotos así como traiciones personales. Spiro todavía recordaba una historia que contaba cómo un bandido de los mares fue reclutado por una ciudad-estado para vencer a otros corsarios. Según la leyenda, aquel individuo aceptó el dinero por adelantado, tras lo que desapareció justo el día del ataque. — ¿Y cómo sé que vas a cumplir tu palabra? Los corsarios no tenéis la mejor fama en este mundo… Nada más plantear aquel interrogante sintió cómo el bandido de los mares le ayudaba a levantarse, tocándolo lo justo sin presionarlo más allá.

Una pregunta interesante la que me hace. No he llegado hasta aquí por creer en estupideces como la lealtad a cualquier precio. El camino hacia arriba siempre requiere tirar a alguien que estorba. Así es ahora y así lo será por toda la eternidad. Concluidos aquellos pensamientos el corsario encogió los hombros. Aquel movimiento dio lugar a que Spiro diera dos pasos hacia atrás, hasta que chocó contra una columna de madera. Esta última tenía un retrato colgado, tomado a un aristócrata cuyo nombre lo tripulantes no conocían. La supuesta razón por la que Niles lo dejaba en aquel sitio era que «tenía buena planta». — No lo sabes, aunque sí es cierto que no cambio de idea con tanta facilidad como otros. Sabía a lo que fui a tu asentamiento, y nadie consiguió quitármelo de la cabeza.

Supongo que eso es cierto. El joven terminó por caminar detrás del capitán, por pasillos en los que los bandidos de los mares se apartaban nada más verles llegar. El trayecto los llevó hacia un comedor, que pudieron observar desde una posición más elevada con respecto a la mesa y sillas colocadas en el centro. A juzgar por el comportamiento de las dos personas que comían los manjares repartidos sobre la tabla, éstas no reparaban en la presencia de los recién llegados. ¿¡Dinah!? ¡Está viva! Y más bella que nunca… Spiro también reconoció a la corsaria que presionó para atacar el asentamiento antes de que Niles diera la orden para ello. La fémina en cuestión daba buena cuenta de unos filetes de cerdo junto a Dinah. Estos últimos se hallaban tanto empanados como acompañados por unas verduras asadas como guarnición. — Ah… — Ambas se reían a menudo, en unos instantes en los que también bebían vino. Llevado por sus creencias Spiro no probaba nada que contuviera alcohol desde los quince años.

Vaciada otra copa, la joven aceptó que su anfitriona volviera a llenarla. Se encontraban muy cerca la una de la otra, lo que daba lugar a que se tocaran de vez en cuando. En los instantes presentes Dinah mostraba las uñas a la corsaria, quien expresó interés en la fuerza que presentaban las mismas. — Las tengo así desde pequeña. Siempre me ha gustado cuidarme. De lo contrario los hombres no se fijan en una. Es necesario estar preparada siempre, tal y como me enseñó mi madre. Cada cual tiene que usar las armas de las que dispone. — Pronunciadas aquellas palabras ambas dieron sendos tragos a sus recipientes, en unos instantes en los que Dinah comenzaba a acusar el mareo causado por el alcohol. La joven permitió que la corsaria le colocara la mano diestra sobre el hombro izquierdo para después acariciarlo con suavidad.

La segunda al mando de Niles tenía la piel morena mientras llevaba la cabeza afeitada. Cuando alguien le preguntaba por la costumbre de no llevar pelo en la cabeza, contestaba con que «le molestaba para luchar». — No sabes cuánto te envidio, Dinah. Los hombres hacen cualquier cosa que les pidas, y ni siquiera tienes que abrir las piernas para ello. Sólo basta con que los mires un rato. Ese chico, Spiro, vino a la plaza sólo para defenderte. Habría muerto por ti, ¿sabes? Incluso… Incluso el capitán está interesado en ti. No hace más que hablar acerca de «cómo quiere ser el primero en ver lo que hay bajo ese vestido que llevas puesto». Le gusta hacerlo con dos mujeres a la vez, si comprendes lo que te quiero decir. — Las dos sonrieron durante unos segundos, durante los cuales la corsaria percibió cómo Dinah asentía en silencio. También se dio cuenta de cómo la joven casi deja caer la copa al intentar colocarla sobre sus muslos. Debido a ello la segunda al mando le quitó el recipiente para volver ponerlo sobre la mesa. No más vino para ésta. Concluido aquel pensamiento volvió a dirigirse a una joven que se tocaba los cabellos con frecuencia. — Si lo convences, quizá hasta te tome como su amante. Tus problemas quedarían resueltos y no te faltaría protección.

No pasó demasiado tiempo antes de que Dinah frotara los muslos entre ellos. Sin ir más lejos soñó con el corsario durante la noche anterior en media docena de posturas diferentes. Algunas sólo las conocía de oídas, propiciando que la joven se mordiera el labio inferior durante unos segundos. Los hombres son todos iguales. Pueden tener las mentes más brillantes, pero pierden la cabeza por lo que tenemos abajo. Siendo así creo que tengo una buena oportunidad. No es como acabar junto a un noble, pero aquí no me faltará de nada a cambio de yacer con ese corsario cuando me lo pida. Además, tiene su atractivo. Posee fuerza, seguridad en sí mismo y una posición en la que se le respeta. Mejor que cualquier otra cosa a la que aspiraba en mi patria. Dinah asintió en la dirección de su interlocutora, quien masticaba un trozo de carne en los instantes presentes. — Creo que me gusta la idea. Será muy placentero, si la segunda eres tú. Eres bella a tu manera. Ésta también puede ser una aliada importante. Es la primera vez que conozco a una mujer que se iría al lecho con otra. Tengo curiosidad…

Segundos después de tragar lo triturado con los dientes y eructar, la corsaria mostró una sonrisa que dejaba a la vista una mancha marrón en el incisivo inferior derecho. La fémina de cabeza afeitada se pasó la lengua por el dedo índice zurdo, tras lo que expulsó un suspiro al tiempo que asentía. — Llevo horas sin pensar en otra cosa. Me alegra que las dos lo veamos igual. — Pronunciadas aquellas palabras volvió a mencionar a otro individuo que se encontraba en el navío tras quedar destruida su patria. Nada más nombrarlo percibió cómo su interlocutora entrecerraba los párpados al tiempo que apretaba los dientes. — ¿Y qué pasa con Spiro? Está vivo… — Compartir aquello no ablandó la expresión que observaba en Dinah, permaneciendo ésta inalterada. — Luchó con valentía. Es posible que Spiro sea un estúpido por muchas razones como la de enfrentarse al capitán, pero también lo hizo por ti. ¿No piensas en él como un hombre digno?

Spiro… Cada vez que oigo su nombre me entran ganas de vomitar. No quiero ni imaginar la de veces que se ha tocado pensando en mí… Lejos de compartir la opinión expresada por la fémina con la que compartía almuerzo, Dinah explicó con rapidez las sensaciones que el joven causaba en ella. — Spiro es un muchacho asqueroso. Ni es nada ni jamás tendrá nada. Está enamorado de mí desde que éramos pequeños, pero jamás le permití que se me acercara. Los chicos de mi barrio y yo nos entreteníamos con hacerle de rabiar y pegarle cuando nos aburríamos. Yo misma le crucé la cara varias veces, mientras dos muchachos lo aguantaban. Hasta le escupía en la cara Y es todavía más horrible ahora como adulto. No vale ni siquiera para venderlo como esclavo. Los hombres como él están mejor muertos. Yo misma podría rajarle el cuello para demostraros mi lealtad. Ese idiota no significa nada para mí. — Pronunciadas aquellas palabras vio cómo la otra fémina se ponía en pie dispuesta a abandonar la estancia. El sonido que percibió a continuación indicaba que alguien colocó una placa de madera ante la puerta para evitar que Dinah saliera. ¿Van a traérmelo aquí? Podría matarlo en cualquier parte sin que me temblara el pulso. O quizá vuelva con el capitán. No sólo el lecho me vale para complacer y complacerme.

Conforme Spiro asimilaba lo que acababa de descubrir, Niles se cruzó de brazos. Que un cristal separara aquel lugar con respecto al comedor evitaba que Dinah les oyera hablar. — ¿No es encantadora? — Al notar cómo su invitado se giraba en su dirección, el corsario encogió los hombros. No pasó demasiado tiempo antes de que meneara la cabeza con una sonrisa en los labios. — No me refiero a esa ramera, sino a mi esposa. Recuerdo cómo nos conocimos… Acabé con un amante suyo en un duelo, tras lo que la reclamé como premio. Intentó matarme; dos veces. Después nos encerramos para fornicar durante horas y nos casamos a los pocos días. Esa mujer me hace dormir con un ojo abierto, justo lo que necesito en mi oficio si quiero llegar a viejo. — Mientras compartía aquella experiencia el corsario no dudó en rascarse las partes pudendas con la mano derecha. Segundos después se giró la puerta que alguien abría desde el exterior.

La recién llegada esquivó a Spiro sin tocarlo, tras lo que caminó por la estancia con el rostro enrojecido. El temblor ubicado en sus manos ponía sobre relieve las dificultades padecidas para controlar sus impulsos. — Voy a matarla… ¡Juro que pienso matar a esa puta! Follarse a mi marido conmigo en el mismo lecho… ¿Qué es lo siguiente? ¿Que la bese en esa boca apestosa mientras? ¿¡Quién se cree que es!? ¡Le arrancaré esa cabeza de serpiente que tiene! — Conforme seguía con sus maldiciones la fémina derribó una mesa con una vasija metálica encima. La resistencia de aquella pieza hecha en otro asentamiento asaltado daba lugar a que hiciera contacto con el suelo sin abollarse.

Tras esbozar una sonrisa Niles agarró a su esposa por la cadera, tras lo que la movió de manera que se echara hacia atrás sobre su brazo diestro. Ambos se fundieron en un beso, en el que sus lenguas se encontraron durante varios segundos. El corsario incluso le permitió a su mujer que le mordiera los labios, tras lo que le ayudó a incorporarse. No perdió la ocasión de darle una palmada en el trasero, la cual contribuyó a que su esposa expulsara un suspiro. — Podríamos hacer eso, pero primero quiero saber qué tiene que decir al respecto mi amigo aquí presente. ¿Y bien, Spiro? ¿Qué deberíamos hacer con Dinah? ¿Matarla como sugiere mi bella mujer o tienes otra idea mejor?

Por el Ancestro… ¡Me mataría ella misma si es para sobrevivir! ¡Después de todo lo que he hecho! Mi padre tenía razón al decir que las personas así nunca cambian y que no debería perder el tiempo con ella. Concluidos aquellos pensamientos el joven tomó aire, conforme sus interlocutores aguardaban su respuesta. Con el corazón golpeando su pecho con fuerza, Spiro terminó por menear la cabeza. — Asesinarla sería un error. Es posible que esté podrida por dentro; no obstante, el exterior es aprovechable. Seguro que no pocos idiotas estarían dispuestos a pagar verdaderas fortunas por una mujer así. Recomiendo que esté alejada de los hombres para mantener intacto su valor. Su lugar no está en este barco, sino en las calles. Ahí es donde terminará algún día, cuando su belleza se haya marchitado. Estoy seguro… — Las dos personas con más mando en el barco asintieron al unísono para así expresar su acuerdo. Spiro también compartió la decisión con respecto a lo que su propia existencia a partir de aquel momento respectaba. — Voy a enseñaros la senda del Ancestro y quiero aprender a manejar un arma. Estoy harto de que me pisen.

Instantes después de dejar chocar las manos Niles se giró hacia su esposa y oficial de mayor rango. Esta última encogió los hombros, tras lo que el capitán atrajo a Spiro de manera que pudiera rodearle los hombros con el brazo zurdo. — ¡Ya te dije que este muchacho vale su peso en oro! Bienvenido a bordo, Spiro. Me alegra tenerte con nosotros. Vamos a comer algo. — A partir de aquel momento se daría a conocer un corsario adepto al Ancestro que rezaba al Primer Humano tras cada rapiña. Si bien su orden aseguraba «no aceptar a los bandidos de los mares como creyentes», jamás lo expulsó.


domingo, 13 de junio de 2021

Historia corta - La Moneda de Plomo

 La Moneda de Plomo

    Sentado sobre la misma silla que poseía desde que abrió su negocio, Wieland se hallaba repasando las cuentas pertenecientes al último trimestre. Los números parecían acompañar de nuevo, a juzgar por la sonrisa que se formaba sobre su rostro conforme mojaba su pluma en el frasco de tinta cercano. Hm… Mis ojos ya no son los mejores. Concluido aquel pensamiento el dueño ajustó la lámpara de aceite que tenía a su izquierda girando la ruedecilla ubicada en la base. La luz arrojada por aquel artilugio concedía calor a un entorno en el que dominaban los colores marrones de las estanterías y los rojizos para las alfombras así como cortinas. Mejor ahora. La edad no sólo hacía estragos en su fuerza, sino que también su vista se había visto resentida con el tiempo. Por contrarrestarlo Wieland llevaba puestos unos antejos que sólo se quitaba para dormir. Según un curandero al que visitaba una vez al mes, su pérdida de agudeza visual se debía también a que pasaba tantas horas mirando sus libros u ordenando las existencias. La ayudante con la que contó desde hacía tres años se hallaba a apenas unos días de traer al mundo a su primogénito. El sustituto temporal se cayó de una escalera la semana anterior, por lo que Wieland se encontró sin nadie que aliviara su carga diaria. Pasadas unas horas el mismo banquero que le concedió el crédito para abrir el almacén de confituras le ofreció que su hijo trabajara para él durante el tiempo necesario. A pesar de no querer emplear a un muchacho de diez años en un principio, Wieland terminó por dar su visto bueno. No en vano Dio Rougemont no le cobró interés extraordinario por devolverle el crédito antes de tiempo, una práctica en la que sí incurrían otros banqueros. En lo que supuso una sorpresa para él durante las primeras horas, el muchacho cumplía todas las tareas encomendadas a su entera satisfacción. Asimismo, llegaba puntual todas las mañanas al tiempo que no se marchaba hasta obtener permiso para ello. — ¿Cómo vas, chico? — Al no percibir respuesta por parte del niño, Wieland limpió la pluma con un pañuelo. Guardado el utensilio para escribir en su caja de madera, el propietario se levantó de su asiento para echar un vistazo por el almacén. Dado que se lesionó la rodilla derecha años atrás, se veía obligado a caminar con la ayuda de un bastón. Tampoco sus brazos mostraban la misma musculatura tonificada de antaño, por lo que necesitó que su «empleado» le ayudara a mover unos barriles la mañana anterior.

    Este último tenía en sus manos una hoja como ayuda para organizar el inventario al acercarse el final de mes. Numerosas anotaciones ponían sobre relieve que el muchacho se implicaba en su trabajo, hasta el punto de aportar sus propias ideas con el fin de mejorar el negocio. Una consistía en usar unas tapas que convertían las confituras en todavía más duraderas, de modo que Wieland encargara una partida a un comerciante que pasaba por lugares tan dispares como los Pilares o las Líneas Independientes tras probarlos. Hm… El pequeño se encontraba tan absorbido en su labor, que no notó la llegada de su jefe hasta que aquél le colocó la mano diestra encima del hombro perteneciente al mismo lado. — ¿Eh?

    Wieland asintió al tiempo que esbozaba una sonrisa al observar cómo los frascos se encontraban alineados a su gustoFue el propio jefe quien ordenó colocar los recipientes en las estanterías de manera que los que se vendían mejor quedaran más accesibles. — Ya veo que has terminado por hoy, chico. — Como de costumbre el muchacho no tardó en encontrar otra tarea a la que entregarse, algo que dio lugar a que Wieland meneara la cabeza. — Mañana será otro día, Qvist. Vamos a sentarnos un rato antes de que te recojan tus padres.

    Su jefe tenía preparadas unas tazas con té y hielo en su interior, debido a unas temperaturas que invitaban a pensar en otro verano caluroso. El gusto por aquella bebida observado en Wieland contrastaba con la predilección que Qvist veía en su progenitor, quien se decantaba por el café. — No estoy cansado, señor Wieland.

    Aquella respuesta dibujó una sonrisa en el rostro del propietario, mientras aquél se dejaba caer sobre su silla. El dueño terminó por conseguir que Qvist hiciera lo propio sobre el tresillo ofrecido a sus clientes cuando éstos lo visitaban en persona. — Pues yo sí. Está bien que seas tan trabajador, pero me niego a destrozarte. Aprende poco a poco. Recuerda que es preciso que el empleado descanse bien si quieres sacarle el máximo rendimiento. No es una máquina reemplazable, sino una inversión a largo plazo. — Ambos tomaron sendos tragos de sus tazas, en unos instantes en los que Qvist se fijó en la cicatriz ubicada en su cuello. Se rumoreaba que Wieland pasó unos años como mercenario, tras lo que se asentó en el pueblo sin volver a tocar las armas. — Esto me recuerda que hoy es el día de tu primer pago. — Pronunciadas aquellas palabras el dueño sacó un saco con oro en su interior, que no tardó en tender a su ayudante. — Ten. Te lo has ganado.

    Una conversación con su padre propiciaba que Qvist no recogiera la paga que Wieland pretendía entregarle. Al percibir cómo aquél alzaba la ceja zurda el pequeño tragó saliva. Su camisa blanca presentaba varias huellas de sudor, mientras que su pelo se hallaba revuelto debido al esfuerzo. Todo indicaba a que se convertiría en un adolescente fuerte, aunque su afición por las golosinas no pasaba desapercibida a sus progenitores. — Mi padre dice que estoy aquí para hacerme un hombre y no por el oro.

    ¿Así que ésas tenemos? La respuesta recibida no consiguió que Wieland se retractara. En su lugar este último meneó la cabeza durante unos segundos con el fin de señalar que no daría su brazo a torcer. Buena prueba de ello lo suponía que colocó la bolsa sobre la mesa que los separaba. — Vas a aceptarlo, chico, o no te quiero aquí mañana. Cuéntalo bien. Siempre es posible que me haya equivocado. — Su respuesta propició que Qvist tomara en sus manos lo que suponía su primera paga. El pequeño miró en su interior, de modo que contara diez monedas con rapidez. Sólo cuando el muchacho volvió a colocar la cuerda en el saco, Wieland se le dirigió de nuevo. — Tu padre es un hombre sabio, a la vista está por su fortuna, pero dentro de estas paredes mando yo. Bueno No me cabe duda de que seguirás sus pasos. — Pronunciadas aquellas palabras alcanzó un pequeño cofre con unos símbolos tallados mediante un punzón desconocidos para el pequeño. Wieland sacó una moneda de plomo que enseñó a un Qvist que no separaba los labios. No tardó en colocarlo justo ante su nariz, mientras el pequeño tragaba saliva. — Necesito que hagas una cosa por mí, muchacho. Llévate esta moneda a casa. No puedes comprar nada con ella, pero  te recordará tu primer trabajo así como lo que cuesta ganar el dinero. Las cosas tienen el valor que les damos, ¿entiendes? — Tras ver cómo su interlocutor asentía el propietario se echó hacia atrás sobre el respaldo. Este último se hallaba acolchado, puesto que Wieland se dormía sobre aquel asiento numerosas noches. — Así me gusta. Te ayudará a mantener los pies en la tierra.

    Más interesado en aquel regalo que en el oro, Qvist lo giró varias veces en cuanto lo tuvo en las manos. El pequeño se entretuvo en un símbolo que representaba un asentamiento que ubicaría en Kai en cuanto tuvo un mapa a su disposición horas después. — Gracias, señor Wieland. ¡La guardaré como un tesoro! — Unos golpes en la puerta interrumpieron la conversación instantes después, de modo que Qvist regresara al hogar familiar junto a sus progenitores. No pasó demasiado tiempo antes de que mencionara lo ocurrido con Wieland. El pequeño pudo administrar su propio dinero a partir de aquel día, mientras que la moneda de plomo siempre ocuparía un lugar especial. Tanto que terminaría por adoptarla como símbolo cuando recibió el mando sobre el clan Rougemont.

Historia corta - La hija del sastre

 La hija del sastre


El aislamiento en casa suponía un destino compartido por miles de habitantes en Falzia después de que el clan Bain ordenara la cuarentena total. Cada cual llevaba el encierro como podía: mientras que en algunos casos los lazos personales se hacían más fuertes debido a aquella cercanía, en otros las peleas eran la tónica habitual. La familia del sastre pertenecía al segundo grupo, en el que los abrazos o los besos se vieron sustituidos por las discusiones y hasta peleas físicas. Hallarse encerrados juntos en las mismas paredes todo el día daba lugar a enfrentamientos por asuntos que Ina habría considerado insignificantes semanas atrás. El último comenzó por dejarse su hermano abierta la puerta perteneciente a un armario. La joven no tardó en considerar que «entrarían los ratones» cuando nunca tuvieron ninguno en la casa, mientras que su familiar le exigió «meterse en sus asuntos». Los chillidos iniciales pronto dieron paso a los insultos, con los que se cubrieron durante varios minutos. Ina llegó tan lejos como espetarle que «sólo valía para irse de putas con sus amigos», a lo que el muchacho contestó que «era una cabra histérica». De poco sirvió que interviniera la progenitora de ambos o que ésta terminara arrodillada en el suelo entre lágrimas. Los dos siguieron adelante con el cruce de acusaciones hasta que apareció su padre, envuelto en una manta que no conseguía librarlo de los temblores padecidos desde que enfermara. Ambos cayeron en silencio ante una mirada que se les antojó más triste que amenazadora. Los cambios en su progenitor empezaron con una apenas perceptible tos, dando paso a la palidez así como una dentadura mellada y uñas negras. Atrás quedaba un hombre que pasó numerosas noches sin dormir en su taller para terminar los encargos. Ina añoraba pasar horas entre telas y agujas con su padre, muy conocido en Falzia por su mano al confeccionar vestidos de boda. A tales extremos llegó su popularidad, que contó con numerosos nobles y soldados como clientes. En lo que a la joven respectaba, ésta pasó varios años noviando con un vigilante sin que su padre le exigiera frecuentar contactos más elevados dentro de su clientela. Ina llevaba días sin saber nada del hombre con el que pretendía casarse a pesar de sus intentos por descubrir si se hallaba a salvo. La última vez que hablaron el soldado le aseguró que «la protegería de la maldita peste», tras lo que no volvieron a verse. Desde que el clan Bain declarara el toque de queda general, la población ni siquiera podía salir a la puerta. Los propios guerreros llevaban agua así como alimentos de primera necesidad a los vecinos, con sus bocas y narices tapadas mediante pañuelos. No quedaba claro si aquella medida los mantenía a salvo, a juzgar por cómo fue preciso que dos soldados se llevaran en peso a un camarada desmayado horas atrás. Ina preguntaba por su prometido siempre que los centinelas le dejaban algo; sin embargo, la tan ansiada respuesta se mostraba esquiva. Una vez más la joven miró por la ventana de modo que pudiera enfocar la posición del sol. Apenas restaban unos segundos para que acudiera la siguiente patrulla, lo que provocaba un temblor en sus manos que no alcanzaba a controlar. — ¡Ah! — Unos golpes en la puerta propiciaron que bajara por las escaleras que conectaban con la primera planta para recibirlos. La joven se recogió su pelo rubio con un pañuelo verde tras alcanzar la cocina para, acto seguido, alisarse el vestido morado que llevaba puesto. Fue entonces cuando distinguió cómo su hermano ya recogía la ración semanal. Esta última incluía agua, pan, legumbres así como algo de verdura. Como para tantos otros, la carne pasó a ser un artículo de lujo que apenas probaban. Su hermano asintió con el fin de expresar su agradecimiento a los centinelas, quienes se disponían a marcharse. Si bien la presencia de su familiar dio lugar a que sintiera un sabor desagradable en el paladar, Ina se interesó por su novio. Ambos se prometieron contraer nupcias tan pronto como las autoridades permitieran salir de nuevo. — Disculpad. ¿Sabéis algo de mi novio? Se llama Tyr y… — La pregunta dio lugar a que su hermano separara los labios, aunque pronto volvió a juntarlos. En lo que a los soldados respectaba éstos actuaron como si no percibieran una pregunta que sí oyeron en realidad. Dispuestos a cumplir su misión aquellos individuos siguieron adelante con el itinerario marcado, mientras un cuerpo envuelto en sábanas amarillentas era sacado de una casa cercana. Las provisiones se encontraban a bordo de un carruaje del que tiraban los propios vigilantes. Apenas quedaban caballos en Falzia desde que la epidemia asolara la urbe, puesto que sus dueños se comieron la mayoría azuzados por el hambre. Los rumores más recientes sostenían que pronto el clan Bain interrumpiría aquellos envíos al ser incapaz de mantenerlos. Al menos podrían responderme. Estoy desesperada, maldita sea… Conforme los centinelas se marchaban, el hermano de la joven cerró la puerta para después llevar las provisiones a la cocina. Al percibir cómo su familiar miraba en su dirección la joven bajó la cabeza para así no iniciar una conversación con él. —…— Tras cruzarse con su madre, quien acudió a ayudar, la joven subió a la segunda planta para buscar refugio en su habitación. Tan absorta se hallaba en sus propios pensamientos, que no reparó en cómo la mujer que cuidó su piel con pócimas antes llevaba los brazos cubiertos ahora. Si bien se suponía que todos debían aportar algo, nadie le exigió que permaneciera abajo. Ina mojó la almohada con sus lágrimas nada más dejarse caer sobre las sábanas revueltas. Todavía llevaba puesto el anillo que le regaló el hombre con el que pretendía casarse. La sortija no contenía oro como las joyas portadas por los nobles, aunque se rumoreaba que ni siquiera los Bain se encontraban a salvo. A juzgar por lo que oyó días atrás, Jytte Bain quemó a su propio esposo tras morir aquél de peste. Las vecinas que mencionaron el incidente también indicaron que el hijo de la aristócrata mostraba síntomas irremediables. De poco parecía servir que el clan más poderoso de Falzia se aislara en su fortaleza como ordenó su patriarca semanas atrás. ¿Por qué tiene que ser así? Se supone que iba a dar comienzo a una familia pronto. Quería tener una casa, un perro y muchos bebés junto a Tyr. ¿¡Qué hemos hecho para merecer esto!? Concluidos aquellos pensamientos Ina tragó saliva para después levantarse. Días antes un curandero errante conocido como Stejskal le indicó que se moviera siempre que se sintiera triste. Al contrario que otros individuos que desempeñaban el oficio, aquel sujeto visitaba los hogares sin mostrarse intimidado por la peste. Fue aquel hombre quien elaboró un remedio para los dolores que aquejaban al padre de Ina. Esta última percibió cómo su madre le pedía que fuera a darle una cucharada a su progenitor, algo a lo que contestó alzando la voz. — ¡YA VOY! — Su grito fue replicado mediante un silencio, aunque la joven se sentía sin fuerzas para disculparse. En su lugar se encaminó hacia el taller, sintiendo los párpados más pesados que nunca. No vio a su progenitor en todo el día, de modo que la joven concluyó que estaba guardando reposo. El espacio en el que trabajaba el sastre se dividía en dos habitáculos separados, uno de los cuales tenía colgados varios abrigos como aquéllos que la familia repartió durante las primeras semanas de la epidemia. Por aquel entonces tanto soldados como pregoneros aseguraron que la enfermedad afectaría a menos de cien personas, algo que contrastaba con la realidad presente. Si bien ya no se hacían circular números, la joven sabía de al menos trece vecinos que murieron de peste. Ina tocó un abrigo sin terminar, con una etiqueta que indicaba la manufactura de su padre. Aquél repitió en numerosas ocasiones que «su maestro lo obligó a pagar todo cuanto no le salió bien durante sus tiempos como aprendiz, lo que le enseñó a ser mejor en su oficio». ¿Eh? Oh, no… Los sonidos provenientes de la estancia adyacente los atribuyó a su madre en un principio, aunque pronto recordó que ésta se encontraba abajo. No puede ser… La joven corrió a toda prisa para encontrarse con cómo su progenitor volvía a dedicarse al vestido de novia que le prometió para la boda con Tyr. Poco parecía importar al sastre que su familia le tuviera prohibido levantarse del lecho. — Padre… ¿Qué estás haciendo?

El sastre mostraba dificultades al tirar de una aguja atrapada entre las fibras rojizas. Su torso ya no dejaba visible su barriga anterior, sino unas costillas marcadas junto a unos pectorales caídos. Asimismo, la enfermedad se hacía notar en unos brazos que no eran más que hueso y piel. No en vano el sastre apenas alcanzaba a comer nada que no fueran caldos al caerse casi todos sus dientes. — Sólo un día más y lo tendré terminado… — A pesar de repetirse aquellas palabras una y otra vez, las fuerzas le fallaron conforme unos nuevos temblores recorrían sus extremidades. Las manchas azules extendidas sobre su piel y unas encías sangrantes indicaban que el tiempo se le agotaba, sin que la familia necesitara a un curandero para saberlo. — Sólo un día más… Se lo prometí a Ina… Tengo que terminar su vestido de boda… Será la novia más bella de toda Falzia… Quiero vérselo puesto… Sólo un día más, por favor… — Nada más pronunciar aquellas palabras el sastre cayó al suelo al ceder sus rodillas. Con un corazón cuya fuerza se agotaba por momentos, el padre de Ina volcó el maniquí sobre el que tenía colocado el vestido sin terminar. — Ah… Quiero vérselo puesto a Ina… Sólo un día más…

¡Cielos! La joven se apresuró en incorporar a su progenitor, aunque pronto comprendió que no conseguiría levantarlo ella sola. Debido a ello llamó a gritos a los familiares que seguían en la planta inferior. — ¡Ayuda, por favor! — No pasó demasiado tiempo antes de que los demás subieran, tras lo que los tres sentaron al sastre en la esquina más próxima. Al percibir cómo su padre repetía una y otra vez que «sólo necesitaba un día más», Ina le colocó la mano diestra sobre la frente. Aquel contacto le permitió descubrir cómo la fiebre causaba estragos en su organismo. — Shhh… No hables. — Lejos de ver correspondida su petición, el sastre se dirigía hacia alguien o algo que nadie más veía. Ina se fijó en sus labios hinchados, al tiempo que su madre entornaba los párpados entre lágrimas — Todo va bien, padre. He hablado con Tyr cuando vinieron a traernos agua y comida antes. La cosa está mejorando, y el curandero dice que vas a ponerte bien. Tienes que cuidarte para que seas mi padrino en la boda, ¿de acuerdo? — Aquella afirmación dio lugar a que su hermano tragara saliva; no obstante, el joven terminó por asentir a los pocos segundos. — ¿Lo ves? Sólo tienes que esperar un poco más. Todo saldrá bien… — Esta última suponía una mentira que se contaba a menudo en Falzia. Ina creyó ver cómo su padre movía los labios, aunque no percibía sonido alguno ahora. Cuando su progenitor giró los ojos hacia su hermano, la joven se carraspeó para después mostrar una sonrisa que no mantuvo al sentir el sabor de su propia sangre sobre el paladar. — Hemos hecho las paces, padre. Ya sabes… Los hermanos nos peleamos por tonterías a veces. — Asegurar aquello dio lugar a que el sastre se calmara por fin, tras lo que lo llevaron al dormitorio de matrimonio entre los tres. Ina oyó cómo su progenitor pedía varias veces «un día más», por lo que también ella repitió aquellas palabras en pensamientos con la mirada fija en el techo. Un día más trabajando en su taller como antes… ¿Nadie puede hacerle ese favor? La joven se durmió en algún momento, sólo para encontrarse a su padre muerto a la mañana siguiente. El vestido de boda, el mismo que el sastre tanto se empeñó en terminar, jamás quedaría concluido. En cuanto a Ina respectaba, ésta perdería el primer diente al morder una manzana horas después de que los vigilantes se llevaran al sastre para quemarlo. Transcurridos unos días también aparecerían las manchas azules sobre su piel así como las uñas negras. De entre los habitantes de aquella casa sólo el hermano de Ina sobreviviría a la epidemia.

Historia corta - Represión en la Ratonera

 Represión en la Ratonera


    Trece días habían transcurrido desde el levantamiento promovido por unos cabecillas locales que habitaban en la Ratonera. La invasión no se hizo esperar, y ahora los cuerpos sin vida se repartían tanto apilados como sueltos. Mientras el ejército presionaba desde distintos puntos clave, los rebeldes que quedaban ya no pensaban en una victoria. En las condiciones presentes, a los segundos les quedaba poco menos que recuperar sus pertenencias o la llana supervivencia en un entorno arrasado. Numerosos edificios quemados suponían una muestra patente de que la resistencia se desmoronaba a pasos agigantados. —…— A pesar de haberse propuesto no mirar conforme pasaba junto a un montón de cuerpos sin vida, Clyde distinguió algo brillante que dio lugar a que tragara saliva. Un hombre muerto se hallaba abrazado a una bolsa de tela, desde la cual asomaba un lingote de oro que no llegaba a tocar el suelo. ¿Qué significa esto? Se supone que aquí todos somos iguales. Es lo que nos dijeron nuestros líderes… El joven también se fijó en una mujer con un puñal clavado justo debajo de la oreja diestra. Recordaba aquel rostro del día en el que su dueña juntó a varias prostitutas que juraron «cortar las pelotas a todos los invasores que entraran en la Ratonera». Las féminas en cuestión aceptaron la tregua propuesta por los mismos ladrones que tantas veces les robaron en el pasado. Aquella alianza tan frágil acabó en cuanto los bribones abandonaron a las prostitutas, quienes apenas aguantaron media hora más ante el empuje enemigo. Clyde se acercó a arrebatarle un abrigo de pelo largo a la fallecida, aunque pronto percibió unos quejidos así como movimientos entre los cadáveres cercanos. No tardó en retroceder debido a ello, con las botas todavía ensangrentadas tras su último encuentro con una patrulla. La escaramuza lo llevó a la decisión de dejar atrás a sus camaradas, quienes le echaron en cara lo que definieron como «cobardía». El habitante de la Ratonera todavía recordaba cómo los asaltantes reducían a aquellos defensores en la nieve, sin saber que fueron ejecutados a los pocos minutos. Menos mal que no me he quedado ahí. No debería estar peleando ni siquiera… Clyde pretendió esconderse al declararse la guerra al enemigo; no obstante, unos individuos lo encontraron dentro de un armario. Su idea de aguardar el fin de las hostilidades oculto o huir entre las sombras se estrelló con cómo los desconocidos le pusieron una espada en las manos para que luchara. El adversario a batir no era otro que el clan Ragen, victorioso en numerosas campañas militares recientes que aumentaban su prestigio. No pocos especulaban con que pronto se haría con el control completo de las Líneas Independientes, algo que levantaba recelos en la Torre del Gobernador. — Ah… — Mientras que la familia que lideraba Puerta al Paraíso organizó con rapidez un ejército con el que aplastar a los sublevados, éstos se atrincheraron en diferentes puntos repeliendo el empuje enemigo durante casi una semana. Quienes auguraron una victoria fácil pronto se vieron obligados a tragarse sus palabras, ya que los habitantes de la Ratonera defendieron la misma casa por casa. No en vano estos últimos aprovecharon sus conocimientos de un terreno irregular combinado con escondites en diferentes ruinas. Si bien los defensores se encontraban desorganizados en teoría, encararon a los invasores no sólo mediante tácticas defensivas, sino también con ataques fugaces para después volver a esconderse. Los primeros días se saldaron con cientos de atacantes muertos así como la pérdida de cuantioso material bélico y caballos. El encargado de aplastar la rebelión era Mark Ragen, quien tuvo que entrar en la Ratonera él mismo ante el descalabro inicial. Amenazado con hacer el ridículo ante su familia y toda la ciudad-estado, el noble se vio obligado a adaptarse. Esto último dio lugar a que concluyera quemar cualquier edificio, sin importar si alguien se encontraba dentro o no. Si bien aquella táctica se mostraba más laboriosa y lenta, provocaba menos bajas entre los suyos que dispersarse para después caer en las emboscadas. Diversos túneles dedicados al contrabando, tanto de mercancías como de personas, fueron echados abajo sin piedad. El propio Clyde consiguió abandonar uno en el que pretendió ocultarse junto a unos heridos. La mayoría de aquellos aliados temporales no corrieron la misma suerte, aplastados en una trampa mortal formada por piedra y madera. Lejana parecía la promesa de quienes aseguraron que «la Ratonera se independizaría de Puerta al Paraíso» o que «los nobles pagarían reparaciones». Los cadáveres con escarcha asentada sobre sus rostros recordaban que los Ragen no pretendían entregar aquella plaza bajo ningún concepto, aunque aquello implicara masacrar a sus propios compatriotas. Clyde se pasó la mano diestra por sus cejas ensangrentadas, de modo que volvió a abrir una herida cuya procedencia no recordaba. Aquello dio lugar a que se viera forzado a pestañear con una frecuencia creciente. Sus ojos enrojecidos se encontraban llorosos, mientras el joven recordaba sus sueños de abandonar la Ratonera para dar comienzo a una nueva vida en otra parte. El oro que ahorró durante años lo consideraba más que perdido a aquellas alturas, sin saber que unos soldados se lo repartieron entre ellos tras encontrarlo. Aquel dinero lo obtuvo al convencer a su novia de que hiciera la calle por unas pocas monedas. Si bien le juró por su madre que se la llevaría con él, pretendió «sacarle más provecho» a juzgar por lo contado en una fiesta. Clyde llegó tan lejos como buscar esclavistas dispuestos a venderla en Kai. ¿Es mi destino caer aquí? ¿Merezco este castigo por portarme así con Cessie?

    A lomos de su corcel, Mark Ragen observaba el mismo panorama de desolación que Clyde, aunque desde la perspectiva del vencedor. Ser el cuarto hijo varón le hacía quedar rezagado en la cuestión sucesoria; no obstante, se empeñaba en demostrar su valía siempre que le resultaba posible. Fue el propio noble quien pidió ocuparse de la Ratonera en un intento por acumular méritos. Acudió al lugar con la idea de obtener una victoria rápida, algo que se estrelló de bruces contra la cruenta realidad. Perder a cientos de soldados en escaramuzas con las que no cumplió objetivo estratégico alguno le valió que un hermano suyo amenazara con acudir como relevo. Sólo cuando aplicó la táctica de la tierra quemada, Mark obtuvo los resultados tan anhelados. — Iremos por la derecha. — Sin embargo, el aristócrata apenas se mostraba con ánimos de comer o dormir a pesar de los éxitos recientes. El enemigo no era externo, sino que se trataba de sus propios compatriotas que tenían la mala fortuna de vivir en la Ratonera. En un contraste a lo que le resultaba conocido de su entorno habitual, el joven observaba las huellas dejadas por la pobreza. Cada vez que cerraba los ojos veía a un grupo de niños muertos con los huesos y costillares marcados. La brillante armadura con la que comenzó la campaña se encontraba guardada en un baúl que se proponía no volver a abrir. Ni los curanderos ni tampoco sus oficiales más cercanos conseguían sacarlo de aquel estado. Uno de los primeros llegó a afirmar que «era un milagro que se mantuviera en pie».

    El entusiasmo observado al construirse las barricadas quedaba engullido por el silencio de una derrota que preveía inminente. Clyde pasó junto al cuerpo sin vida de un anciano con la cabeza hundida en la nieve, al tiempo que sus ojos captaban un destello en la distancia. El sonido causado por la explosión no se hizo esperar, lo que significaba otro escondite destrozado. La lucha en su sector apenas se limitaba a unos pocos rezagados que vieron lo que ocurría con quienes se entregaban a los Ragen. — ¡! — El propio Clyde se propinó una bofetada en la mejilla diestra al recordar cómo un lider local pedía clemencia de rodillas sólo para ser decapitado sin piedad. Matarán a todos los que puedan durante la noche. Si sólo consiguiera sobrevivir hasta el amanecer… Los Ragen terminarán por irse en algún momento. Clyde se limitaba a caminar, con las manos ensangrentadas al tocar antes la herida ubicada en su frente. Avanzar, avanzar, avanzar… El movimiento de una mujer llamó la atención del joven, quien se detuvo para después mirar hacia su diestra. ¡CessieTodavía recordaba a su novia de antes de que ésta abriera las piernas por dinero. Su aspecto cambió de manera palpable durante el transcurro de apenas unos pocos meses. Cessie perdió buena parte de su dentadura, debido a los golpes encajados por clientes que disfrutaban pegando. Asimismo, se le cayó casi toda la melena rubia, dejando a la vista numerosos claros en los que no volvió a crecer nada. — ¡Cessie! — A pesar de haberla visto muerta durante los enfrentamientos, sus ojos la mostraban con el mismo aspecto de hacía un año. Ahí todavía mantuvo sus rasgos suaves así como una piel uniforme. — ¡Lo siento tanto, Cessie! Me alegro de que estés bien. Voy a sacarte de aquí. Te prometo que esta vez sí abandonaremos la Ratonera juntos. Todo será maravilloso…

    La fémina a la que Clyde confundía con su antigua novia se encontraba tirada en el suelo, incapaz de levantarse. Aquello se debía a que recibió un golpe en la columna que le dejó inutilizadas varias vértebras. ¿Cessie? ¿Quién es Cessie? — No me toques… — Con el dolor recorriendo cada hueso, quedó alzada por un Clyde que se atrevió a sonreír. El estado del joven propició que la fémina fuera a parar al suelo para después volcar hacia el lado izquierdo. — ¡AHHH! ¡Desgraciado! — Mientras la agonía que recorría hasta la última fibra de su ser aumentaba por momentos, vio cómo Clyde se le acercaba dispuesto a incorporarla. — ¡No me toques! No soy tu Cessie. Vete… ¡Me haces daño! — A pesar de gritar con todas sus fuerzas, no conseguía imponerse a Clyde. Este último terminó por arrastrarla por la nieve al no ser capaz de levantarla en peso. El joven no parecía reparar en la estela rosada que dejaba en el manto blanco que cubría el suelo.

    Mientras tanto, Mark Ragen peinaba la zona acompañado por su guardia personal. —…— Con aquello el noble desoía los consejos de sus curanderos, quienes le pidieron quedarse en el campamento. También sus oficiales más cercanos le recomendaron descansar al prever como segura la victoria. La carta que Mark recibió el día anterior ponía sobre relieve la satisfacción de su padre, quien le prometía «un puesto acorde a sus capacidades en la Torre del Gobernador». Hace horas que no damos con ningún superviviente. Quizá sea el momento de detener esta locura y volver a casa por fin. Espero que todos hayamos aprendido algo. A punto de dar la orden de marcharse, Mark alzó la mano diestra al distinguir dos figuras en la lejanía. — Son míos. Quedaos aquí. — En cuanto acabe con estos enemigos, nos vamos.

    Al ver venir a aquel jinete subido a su caballo, Clyde tragó saliva de modo que se lastimara la garganta. No pasó demasiado tiempo antes de que comenzara a correr, dejando atrás a la fémina entre alaridos de dolor. — ¡! — Creyó percibir durante la carrera cómo el cuerpo de la mujer quedaba atravesado con una espada, aunque no se giró para comprobarlo. ¡CerdosTal y como hizo con anterioridad, se metió en un callejón con la esperanza de despistar a sus perseguidores. Incluso se colocó ambas manos ante la boca en un intento por aguantar la respiración. — Ah… — No obstante, se encontró con cómo otra patrulla le cortaba el paso, conforme Mark Ragen se aproximaba con el arma preparada. — ¡Oh, no! — Impedido para huir, Clyde se colocó de rodillas en la nieve con el noble muy cerca de su posición. — Ten piedad de mí. Te lo suplico… No eres un monstruo, ¿verdad?

    Con su acero enrojecido por matar con él a la mujer, Mark Ragen lo levantó de nuevo sin tener la impresión de que le trajera la gloria que se prometió al sacarlo de la herrería. — Lo siento… — Aquellas palabras en forma de susurro no sólo iban dedicadas a un joven al que no conocía, sino también al resto de víctimas. Lo siento tanto… Tras suprimir un sollozo, propinó un tajo a Clyde que alcanzó a aquél en el pecho. A pesar de golpear con todas sus fuerzas, notó con rapidez cómo el joven seguía respirando. El siguiente impacto obtuvo el mismo resultado, de modo que Mark meneara la cabeza. No puede ser… — ¡AHHH! ¿¡Por qué no te mueres de una vez!?

    Alertado por el grito, un oficial entró en el callejón para descubrir cómo el aristócrata se ensañaba con lo que no era más que un cadáver a aquellas alturas. Tras quitarse el casco con el que cubrió su cabeza durante la campaña, el soldado que se crió junto a Mark Ragen se acercó a aquél por la espalda. Gracias a su entrenamiento logró desarmar a su amigo mediante un golpe en la muñeca diestra. Acto seguido, lo abrazó por detrás de modo que le impidiera moverse. — Ya basta… ¡Está muerto, Mark!

    Eso no es cierto… El noble se liberó a los pocos segundos gracias a que el teniente decidiera no aplicar demasiada presión. Una vez se giró, agarró a su interlocutor por el cuello para sacudirlo con lágrimas en los ojos. — Todavía se mueve… ¿¡Acaso no lo ves!? — Al no desistir en su empeño por castigar todavía más a lo que quedaba de Clyde, su subordinado decidió empujarlo contra la pared adyacente. Después de forcejear durante unos segundos, Mark terminó por comprender que el joven no volvería a levantarse por lo que apoyó la cabeza en el pecho del oficial. — Eran buena gente… ¡Todas estas personas no merecían morir!

    Ante el peligro de que los soldados vieran así a su líder, el teniente se retiró un poco. Sus intentos por mirarle a los ojos se vieron replicados con cómo el aristócrata enfocaba el suelo. Hemos cometido un grave error. Todo esto no es más que una estupidez que mancha nuestras manos con sangre compatriota. Mark no volverá a ser el mismo tras esta carnicería. Alcanzada aquella conclusión, el oficial guió a su amigo hacia las unidades de caballería que esperaban a unos pasos con respecto a su posición. — Vamos, Mark. Venga, mi señor. — Las unidades desplegadas en la Ratonera regresaron al campamento, el cual recogerían a la mañana siguiente. Fue entonces cuando la falta de apetito y sueño llevó a que el noble enfermara. Nada pudieron hacer los curanderos que lo cuidaron por su vida.

sábado, 12 de junio de 2021

Historia corta - Las páginas del diario de la infamia

 Las páginas del diario de la infamia



    Una nueva gota de espeso líquido carmesí fue a parar a sus pies desnudos. Las uñas pertenecientes a su extremidad inferior se hallaban mugrientas debido a su determinación de andar descalzo sin importarle el entorno. —…— Su decisión se sustentaba sobre una realidad que obvió en un principio hasta que ya no le fue posible ignorarla durante más tiempo. Los conquistadores obligaban a los prisioneros convertidos en esclavos a caminar sin zapatos, incluso en marchas por desiertos o pantanos. La primera vez que le preguntó a Irion por los motivos que justificaban que los sometidos llevaran cadenas en los tobillos, aquél le contestó que «era para evitar fugas o revueltas». En aquellos instantes todavía sintió admiración por un hombre que pretendió convertirse en el mayor conquistador de todos los tiempos. No sabía lo que era tener ampollas en los pies… ¿Cómo iba a saberlo, maldita sea? Imperios enteros terminaron desmantelados a raíz de las ofensivas llevadas a cabo por un ejército que basaba sus estrategias en ataques tan rápidos como devastadores. Las tácticas envolventes sirvieron para subyugar a generales hasta entonces invictos, algunos de los cuales terminaron por unirse al apodado «el Cruel». Irion aseguró en más de una ocasión «que tomaría el mundo entero al asalto y que sus hazañas serían estudiadas por las generaciones venideras». Decenas de escribas formaban parte de su séquito sólo para plasmar sobre el papel unas experiencias que debían convertirse en sus memorias. Mírate, Irion ¡Ahora jamás verás cumplido tu objetivo de erigirte como el amo del mundoY ha sido un simple consejero el que te lo ha arrebatado todo… ¡Cuán bajo ha caído el antaño poderoso! El cuchillo que portaba en las manos lo hurtó del montón de utensilios usados por los cocineros sin que éstos se dieran cuenta. Lejos de limpiar la hoja, la usó con la suciedad tal cual la robó. —…— Al igual que ocurría con el suelo o sus pies, partes de su ropa se hallaban señaladas por varias manchas de tonalidad rojiza. También su rostro presentaba numerosas huellas carmesíes, como aquéllas que tenía alrededor de los ojos. Estas últimas lo obligaban a pestañear con frecuencia. Pero, mal que me pese, has conseguido tu objetivo de ser inmortal. Pasarás a la posteridad como un héroe de guerra, mientras que personas que de verdad hacen algo importante por sus semejantes quedan olvidadas cada día. La humanidad se equivoca en algo cuando alaba a un tirano como tú

    La calma que se respiraba en el exterior no dejaba entrever lo que tenía lugar en la habitación de Irion, el Cruel, tras yacer aquél con una esclava. El conquistador se jactó de no repetir jamás con la misma mujer entre las sábanas, algo para lo que las mató con sus propias manos concluido el acto. —…— El vigilante que regresaba de un lugar apartado del campamento acababa de enterrar a otra fémina como tantas noches anteriores.

    El asesino tenía la respiración acelerada mientras tragaba saliva con frecuencia. El Cruel se encontraba tirado sobre el lecho con el torso desnudo, lo que dejaba a la vista tanto unos pectorales como un abdomen marcados. Los cabellos de Irion fueron cortados la mañana anterior, al insistir aquél en que no quería que le estorbaran durante las batalla. — Ahora ya no eres tan fuerte, ¿verdad? ¡Sólo un cadáver sin valor! Un maldito cuerpo sin vida, como tantos otros que has dejado a tu paso. — El sujeto conocido como Torka aceptó convertirse en consejero para Irion el día en el que aquél apareció en su casa recomendado por un general. Quien era un hombre maduro, de escasa masa corporal y poco pelo en la cabeza, convenció al autoproclamado «futuro amo del mundo» tanto con sus refinados modales como unos vastos conocimientos que abarcaban desde la diplomacia hasta la geografía e incluso las matemáticas. Las credenciales de Torka dieron lugar a que Irion escuchara sus consejos con sumo interés, hasta el punto de adaptar sus campañas a ello en no pocas ocasiones. El consejero también consiguió que los territorios sometidos produjeran más, sin reparar en hacia dónde iban a parar los recursos o cómo se obtenían los mismos en un principio. Sus servicios le valieron que el Cruel siempre le dedicara varias horas todos los días al tiempo que le entregó numerosos regalos por sus servicios. Gracias a la confianza que el antiguo líder depositó en él, pudo entrar sin impedimentos en sus aposentos. No en vano, los soldados tenían orden expresa de permitirle el paso siempre que Torka así lo solicitara. Yo también soy culpable de esto… «Sólo hay cabida para mantener a cierto número de personas por territorio», le decía. Todo era más sencillo cuando veía cifras en lugar de caras Conforme sus pulsaciones aumentaban en ritmo, Torka reparaba en cómo la sonrisa no desaparecía del rostro del fallecido. Las sábanas olían a sudor, al tiempo que la sangre se extendía por las fibras. La herida que propició la muerte del Cruel se hallaba en la garganta, abierta con un certero tajo que no dio oportunidad alguna al fallecido. Otra de las cosas que me has enseñado: me mostraste justo dónde hay que cortar para dar una muerte rápida. Ja… Estabas tan convencido de tu superioridad, que te creías invencible. Pero no lo eras… Te dormiste sin imaginar ni siquiera lo que se te venía encima. Torka no podía evitar reírse ante lo que consideraba una ironía del destino. — Ja, ja, ja… — Has convencido a todo el mundo de que el enemigo está fuera, pero no has tenido la sabiduría de reconocer el peligro que aguardaba en tu propio séquito. La admiración que el consejero sintió por el conquistador dio paso a la decepción primero, debido a lo que el consejero vio con una frecuencia cada vez mayor. Urbes enteras acabaron arrasadas, tras lo que se procedió al reparto de riquezas entre los vencedores. También Torka recibió una parte nada despreciable del botín dado el aprecio que el Cruel expresó por él numerosas veces; no obstante, a la decepción le siguió la ira. Muerte, caos, esclavitud y destrucción… ¡Eso es lo que has traído al mundo! ¿¡Quién te creías que eras, Irion!? ¿Con qué derecho hacías y permitías esas cosas tan horribles? Existían diferentes hechos de los que se mostraba arrepentido, aunque pretendía subsanar uno en concreto. En sus primeros años al servicio de Irion, Torka alabó diferentes cualidades del Cruel en sus diarios. La pasión recogida en aquellas páginas retrataban a un hombre de gran capacidad de liderazgo, destinado a conseguir la mayor gesta militar jamás contada. Asimismo, elogió a un Irion que hizo caso a diversos consejos, siempre y cuando comprendiera los cálculos presentados. Los números anotados indicaban que la gestión implantada por los vencedores significó unas urbes más productivas así como una vida más cómoda, aunque no para todo el mundo. Torka terminó por descubrir que el precio a pagar requirió mano de obra esclava, surgida de entre las poblaciones sometidas. En no pocas situaciones, los conquistadores violaban a las mujeres o castigaban a los hombres mediante latigazos por lo que le parecieron descuidos sin importancia. Tampoco los niños o los ancianos se libraban de aquel trato. El propio consejero vio cómo un esclavo era golpeado hasta la muerte por tirar un plato vacío por accidente. Torka corrió a contárselo a Irion, quien le contestó que «Son cosas que ocurren con los esclavos». —…— Conforme su percepción por hechos como aquél cambiaba, el consejero disminuyó las anotaciones. Apenas unas pocas frases, algunas sin terminar, quedaron escritas en las páginas finales. Arde, Irion… ¡Qué mi aprecio por ti arda por siempre al igual que tu alma! Dispuesto a no permitir que la figura de Irion, el Cruel, quedara ensalzada por lo que escribió acerca de él, Torka lanzó sus diarios hacia una chimenea con la leña prendida. — ¡! — Los pasos cada vez más cercanos del vigilante daban a entender que aquél estaba a punto de llegar. El consejero era consciente de que no sería ejecutado en el acto, sino que se procedería a una tortura pública durante varias semanas. Concluida la misma, recibiría la pena capital por fin, en un proceso que le resultaba conocido de presenciarlo con anterioridad. No os llevaréis la satisfacción de matarme a vuestra maneraLas llamas que mantenían una temperatura agradable en la estancia devoraban los tomos con una furia devastadora hasta dejarlos irreconocibles. Conforme las observaba, Torka esbozó una sonrisa con los dientes incisivos superiores apretando contra su labio inferior.

    Sin alcanzar a imaginar lo que tenía lugar en los aposentos ocupados por su caudillo, el centinela regresaba para informar de que había cumplido su misión. Que se retrasara unos minutos se debía a que se paró para intercambiar impresiones con unos soldados apostados en el exterior. Aquellos guerreros alabaron a su caudillo por las riquezas que aquél les permitió enviar a casa. Algunos oficiales empezaron en lo más bajo del escalafón militar hasta convertirse en capitanes respetados. Para ello, el Cruel no necesitó otro criterio salvo sus méritos en el campo de batalla. — ¿Gran Irion? — Tras tocar varias veces a la puerta, el vigilante decidió abrir la misma ante la falta de respuesta. ¿Qué es lo que se oye al otro lado? Una vez la separación de madera ya no supuso un obstáculo para su visión, comprobó cómo el Cruel yacía muerto. — ¡! — El estupor dio paso a la indignación por lo que consideraba la peor traición imaginable. ¿Qué? ¿¡Por qué!? No me lo puedo creer… — ¿¡Qué demonios has hecho, Torka!? — Sus gritos atrajeron a otros centinelas que se encontraban en las cercanías, aunque ya no existía forma de salvar a su caudillo.

    El consejero tomó sus precauciones con el fin de no quedar sometido a una tortura pública. Esto último significaba que usara un abrecartas limpio con el que rajarse las venas en vertical. Librarnos de un demonio. La sangre que borbotaba por sus heridas ponía de manifiesto que ya no le restaba demasiado tiempo. Apenas faltaban unos segundos para que dejara atrás una existencia amargada por lo experimentado durante los últimos meses. — Ah… — Conforme un incesante mareo lo enviaba al suelo, Torka observaba cómo la sala se llenaba de personas. ¿Los posibles sucesores? Ninguno de vosotros será capaz de mantener este imperio, idiotas. Primero lo partiréis y luego os pelearéis entre vosotros. La guerra no se acaba, pero sí el sueño de Irion… Concluidos aquellos pensamientos, Torka cerró los ojos para siempre, quedando retratado para la posteridad con el apodo «el Traidor». Lo único que no supo a la hora de morir era que Irion ordenó que sus diarios se copiaran en secreto para no perderse.

Historia corta - El deber de un ciudadano

 El deber de un ciudadano



    Había albergado la vana esperanza de que dar un paseo por las calles de Sandriver iría a resultarle de ayuda, aunque pronto comprendió que no le serviría para aislarse de lo que tenía lugar en la ciudad. —…— Mirara donde mirara, contemplaba cómo la urbe se preparaba para recibir algo más poderoso que el ejército formado por apenas unos soldados entrenados junto a civiles faltos de experiencia. A la nobleza, por su parte, no se la veía desde hacía varios días. Sólo las arengas redactadas por los aristócratas suponían una muestra de que pretendían tomar partido por la población civil en la batalla que se avecinaba. Los panfletos que colgaban en casi cualquier pared habían caldeado el espíritu patriótico, a juzgar por cómo los piquetes paseaban por los distintos barrios, en búsqueda de familias que todavía no habían enviado a sus varones a alistarse. Qavo, quien acababa de celebrar su septuagésimo cumpleaños, acababa de detenerse frente a una pancarta, en el que se instaba no a resistir frente al enemigo, sino a «aplastarlo sin piedad». — Ah, «nuestra Sandriver»… — Curioso que los dirigentes digan eso ahora, cuando se han encargado de mantener sus privilegios mediante sangre y espada en el pasado. Conforme meneaba la cabeza, comprobó que, lejos de ofrecer un plan bajo el cual la población pudiera guiarse a la hora de luchar, aquellas hojas suponían una mezcolanza de espíritu patriótico y enaltecimiento de un pasado que hablaba de cómo Sandriver había sobrevivido a todas las crisis hasta el momento. Toda esa lección de historia está muy bien, pero servirá de muy poco cuando esos mercenarios estén aquí. Qavo cruzó la mirada con otro viejo, cuyo rostro se hallaba marcado por las arrugas de la desesperación en su trayecto de vuelta al hogarEl individuo en cuestión había asegurado más de una vez que la élite de la ciudad se marcharía, con lo que la población se encontraría a su suerte a la hora de la verdad. Aquello le había valido las burlas de sus compatriotas; sin embargo, había algo que era un hecho indiscutible: las casas de los dirigentes se encontraban cerradas a cal y cantoLuego de apartarse una piedra, localizada entre su pie derecho y la sandalia del mismo lado, el anciano apretó el paso para volver al hogar en el que aguardaban sus seres queridos. —…— De camino, saludó a un puñado de niños, equipados con espadas de madera, a la espera de recibir armas de verdad. La estupidez ha conseguido que hasta estos pobres muchachos se crean guerreros de élite. La arrogancia hará que el dolor sea todavía mayor. La sequedad del ambiente hacía que, cada vez que daba una pisada, levantara nubes de arena que daban la impresión de seguirle allá donde fuera. La vestimenta que cubría el cuerpo de Qavo constaba de una túnica de rayas marrones de distinta tonalidad, bajo la cual el viejo portaba unos pantalones de tela fina; sin embargo, aquello no le ayudaba a sobrellevar la temperatura como había conseguido en otras ocasiones. Hace el mismo calor que durante los últimos días. Este ambiente no se debe a lo que aprieta el sol. Si bien se había limpiado el sudor de la frente varias veces durante el trayecto, había dejado de hacerlo al visualizar su hogar. — Ah… — Abrir la puerta jamás se le había antojado tan dificultoso como ahora. La llave entraba como de costumbre; sin embargo, la cerradura se resistía a girar. — ¿? — El grito de «¡Viva Sandriver!» realizado por parte de unos jóvenes recibió su eco de boca de unas féminas cercanas, que no dejaban de expresar su admiración por quienes defenderían la urbe. —…— Después de varios intentos, logró abrir la separación de madera por fin, con lo que pudo volver al cobijo de un hogar en el que la mayoría no compartía su punto de vista. Los varones pertenecientes a su familia ya especulaban con cómo colgarían las cabezas disecadas de los enemigos abatidos en las paredesMientras tanto, el exterior de la casa requería una renovación urgente, al haberse desprendido varios trozos de la fachadaSi bien los hombres habían prometido encargarse de la misma durante más de un año, sólo ahora, que la amenaza se cernía sobre Sandriver, observaba en su estirpe algo que no había visto con anterioridad. Mis muchachos se creen el cuento. Su esposa salió a su encuentro, en el que el beso que se dieron habló un idioma más elocuente que cualquier sucesión de palabrasSe trataba de detalles imperceptibles a primera vista, aunque suficientes para que Qavo supiera que su mujer se preocupabaEl anciano advertía cómo quien había sido su única novia antes de casarse apenas dormía así como los golpes hechos por un corazón que latía de manera irregular. Asimismo, había podido comprobar cómo su mujer tenía pesadillas entre lágrimas, un estado que intentaba no exteriorizar frente a los cuatro hijos y siete nietos que compartían. Estos últimos no dejaban de hablar acerca de la batalla en ciernes, deseosos de que las armas chocaran de una vez. Debería daros vergüenza hacerle esto a una mujer que tanto os ha dado. ¿Quién os cuidaba cuando teníais fiebre, maldita sea? Ni siquiera yo alcanzo a comprender el dolor de una madre. — Saludos, queridaNo… No traigo demasiada hambre, pero me sentaré con vosotros. — Su descendencia compartía su tez oscura, una abundante mata de pelo en la cabeza así como una barba recia. Los cabellos del viejo habían perdido en tonalidad para alejarse del color negro de su juventud, con lo que habían pasado primero por el gris para terminar en el blanco que delataba su edad. —…— La comida, que constaba de pan y un guiso de garbanzos, se desarrolló entre mensajes que resultaban iguales que los que podían verse en las calles hasta en la última de las letrasSe han aprendido de memoria las arengas. Lo que de verdad me duele es que ni siquiera dará tiempo a que sus esperanzas terminen destrozadas cuando el enemigo esté aquí. Cada vez que alguien preguntaba por su opinión con respecto a cuántos adversarios dejarían la vida a manos de una familia que en su mayoría constaba de individuos pletóricos, Qavo se limitaba a contestar con una sonrisa muy lejana a la naturalidadCuando lo hacía, su alma se encogía, debido a verse obligado a mentir a los suyos. En las circunstancias presentes, ya no había posibilidad de escapar, puesto que las patrullas se encargaban de que nadie saliera de la urbe amenazada. —…— Una vez la oscuridad engulló a Sandriver, el anciano esperó a que su esposa se quedara dormida, tras lo que no tardó en ver cómo la almohada había vuelto a llenarse de lágrimasSabe que me doy cuenta, pero ninguno disponemos de fuerzas para hablar del asunto. Desde la ventana, optó por no mirar hacia abajo, sino hacia arriba con el objetivo de enfocar las estrellas. Había oído de un comerciante que había ocasiones en las que aquéllas escuchaban los deseos de las personas que vivían a ras del suelo, por lo que Qavo decidió probar suerte. Si no hay manera de evitar la tragedia, que al menos salga alguien con capacidad y deseo de vengarnos. Un guerrero fuerte, capaz de destruir al Ancestro y a ese ridículo cultoSin embargo, un golpe de viento apagó las velas que tenía colocadas en la repisa correspondiente a la ventana abierta. La creencia popular indicaba que, cada vez que ocurría aquello, un hogar quedaba alcanzado por la mala suerte. — Hm… — Las risotadas que percibió desde una casa cercana le hicieron girar la mirada hacia la fuente de las mismas. El holgazán de Zeev y su familia viven ahí. Espero que no le ocurra nada a su hermano pequeñoEl padre está invirtiendo mucho dinero y esfuerzos para que al menos uno de sus hijos salga con estudiosLo siento, pequeño, ya que no tienes culpa de lo que hacen los adultos. Dulces sueños, Sandriver. La pesadilla dará comienzo muy pronto…