martes, 23 de marzo de 2021

Nueva historia corta - El Luchador

    ¡Nueva historia corta ambientada en «Ascuas de la Creación! En ella vivirás la llegada de un hombre que afirma haber luchado en la arena de Puerta al Paraíso y las reacciones que despierta en los autóctonos. La mayoría lo acoge con entusiasmo, mientras que otros lo encaran con escepticismo.


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El Luchador


    Los últimos días de la semana no solían contar con demasiada clientela, debido a que la mayoría de los habitantes no habían cobrado en sus trabajos todavía. La jornada dio comienzo de una manera muy familiar para el propietario de la posada, con pocas personas ocupando las mesas. Todo cambió cuando entró un extranjero, quien afirmó que «se tomaría un vino antes de seguir con su travesía». Recibida la bebida el forastero bebió en solitario hasta que una joven se estrelló contra su silla por lo que pareció un accidente. Nadie descubriría que fue el viajero quien movió el asiento, aunque poco parecía importar a aquellas alturas. No pasó demasiado tiempo antes de que el forastero contara que sobrevivió a la famosa arena de Puerta al Paraíso, atrayendo incluso la atención de curiosos que no pisaron la taberna con anterioridad. Apenas quedaban sitios libres a aquellas alturas, con numerosas personas que permanecían en pie sólo para escuchar a aquel hombre. El cajón cerrado con llave en el que el propietario guardaba el dinero se encontraba a rebosar en los instantes presentes, con unos beneficios que superaban los de las dos últimas semanas. Todo indicaba a que el oro seguiría entrando a juzgar por cómo nadie se marchaba. De hecho el propietario ya tenía preparada una bolsa con monedas para que su hijo menor se la llevara al hogar familiar. — ¡Reeta! Corre a ponerle un estofado al viajero. Ración doble. — El dueño del local agarró a su esposa por el brazo zurdo conforme ésta llenaba el cuenco. Ambos se miraron a los ojos durante unos segundos, en los que percibieron las carcajadas procedentes de una mesa rodeada por treinta y cinco personas. — No se lo cobres. — Su mujer asintió con una sonrisa en los labios, tras lo que le permitió alejarse. Instantes después el dueño abrió otro barril de vino, al tiempo que sus hijos restantes ayudaban con los clientes.

    Flanqueado por una fémina a cada lado el forastero compartía diversas historias con unos presentes que le pedían más. La mayoría jamás había abandonado el asentamiento, lo que aumentaba el interés con el que seguían sus palabras. El viajero portaba un peto de cuero desgastado, junto a unos pantalones raídos marrones. Sus brazos quedaban libres, mostrando numerosos tatuajes. Cada dibujo sobre su piel «le hacía recordar a uno de los rivales caídos», según sus palabras. También tenía una cicatriz en la mejilla diestra, cuya existencia causaba suspiros entre los presentes. Una de las féminas a su lado la tocó con el dedo índice zurdo, tras lo que encogió los hombros conforme quedaba recorrida por un temblor. Fue aquella mujer quien pidió al forastero compartir cómo se hizo aquella marca. Está bien. Hay que darle al público lo que quiere. — Será un placer explicártelo, bella joven. — Pronunciadas aquellas palabras el viajero recibió el estofado sin que nadie le pidiera oro a cambio. Aquello contrastaba con respecto a los demás comensales, quienes debían pagar de inmediato. — Ajá… — Después de tomar las primeras cucharadas el forastero partió un trozo de pan que mojar. Diversas migajas cayeron sobre la mesa conforme el viajero masticaba. — Hm… ¡Blurp! — A nadie parecía importar que soltara varios eructos, mientras su estómago quedaba saciado. — Con tantas victorias a mis espaldas, el clan Ragen no sabía qué hacer para acabar conmigo. Es lo que suele pasar cuando alguien gana siempre: llega el momento en el que el populacho exige su libertad. Es la mayor humillación posible para un aristócrata. No os hacéis a la idea de lo mucho que me quería la gente. Conozco hasta a madres que llamaron a sus hijos como yo. En fin… Una mañana los vigilantes me sacaron del lecho y me llevaron a la arena sin previo aviso. En condiciones comunes sabía cuándo iba a luchar, pero ya sabéis cómo son esos nobles. Siempre con sus sucios trucos. Lo único peor que un aristócrata son dos aristócratas. O un banquero… ¡Ésos son todavía más malos! — Sus quejas acerca de aquellos dos colectivos se encontraron con numerosas voces de aprobación entre los presentes. Una mujer incluso llegó a gritar «¡Muerte a los Ragen!», algo que se vio replicado por casi todos los parroquianos. — Me colocaron una red junto a una lanza en las manos para que me batiera con un oso. De los grandes… Lo trajeron de Kai sólo para mí, ¿sabéis? — Sus palabras dieron lugar a que la joven a su diestra se llevara las manos a la boca. Ninguno de los presentes pasó por el conocido como peor agujero del mundo ni tampoco vio a un animal como el descrito por el viajero. Esto último no impedía que conocieran los rumores que corrían acerca del archipiélago. En la aldea se llegaba a contar que «incluso los nobles temían a los corsarios». Dispuesto a seguir siendo el foco de atención el viajero se puso en pie, tras lo que se subió a la silla y alzó la mano zurda. — Era más o menos así de pie y tres veces como yo de ancho. Un ejemplar magnífico, si me permitís la observación. Me dio lástima matarlo. — Cuando un niño presente le pidió que compartiera cómo abatió a la bestia, el extranjero se bajó para después tocarle la mejilla diestra. — Quieres ser un gran luchador como yo, ¿eh? Entonces presta atención y aprende de mí, muchacho. — Conforme este último dejaba chocar las manos, el viajero señaló hacia la pared cercana. Los dueños de la posada tenían expuestas diversas armas así como utensilios usados para la pesca. — Mi lanza era algo más corta que ésa de ahí, ya que los Ragen quisieron asegurarse de que perdiera. La red, más o menos igual que ésa. — Pronunciadas aquellas palabras el forastero pasó entre el gentío, con lo que terminó en una superficie sobre la que moverse con mayor libertad. Comenzó a andar en círculos al tiempo que encorvaba un poco la columna, de modo que numerosos presentes visualizaran el combate entre humano y bestia. — Nos miramos a los ojos a sabiendas de que sólo uno de los dos saldría con vida. No nos odiamos ni nada parecido. Así eran las cosas en la arena: competiciones a vida o muerte, pero siempre con respeto. Hasta los animales sabían que no era algo personal. Ejem… La bestia se lanzó a por mí, pero fui demasiado rápido como para que me alcanzara. ¡JA! Sus alaridos dieron lugar a que los espectadores de la primera fila retrocedieran hasta la segunda, mientras que los vigilantes se preparaban para lo peor. Ja, ja, ja… Desconozco los motivos, ya que a aquellas alturas todo el mundo debería haber sabido que soy invencible. No quiero alardear, pero podría haber ganado con las manos desnudas. Me moví hasta que el oso comenzó a cansarse. Esperé mi momento y… — El silencio causado por el suspense era tal, que hasta resultaba posible percibir el sonido causado por una mosca que buscaba asentarse sobre el plato de estofado caliente. Mientras tanto uno de los presentes se mostraba incapaz de mantener los labios juntos. — ¡Lo atrapé con la red! Cuando el pobre se dio cuenta de que estaba perdido, vi lágrimas asentadas en sus ojos. Como no soy un desalmado le atravesé el corazón de una solitaria estocada. Murió en apenas unos segundos, con un golpe limpio y sin sufrimiento. Era lo menos que podía hacer por esa pobre bestia. — No pasó demasiado tiempo antes de que se desatara un aplauso a su alrededor, durante el cual el forastero realizó varias reverencias. Una autóctona señaló hacia la comida, por lo que el viajero regresó a su mesa. No te preocupes, preciosa… Seguro que no se me enfría. El extranjero tomó asiento, tras lo que terminó el cuenco con su cuchara de madera. — ¡Esto está riquísimo, amigos! Mucho mejor que la cocina de Puerta al Paraíso. No saben lo que son las buenas especias y echan demasiado aceite a sus platos… Además, creedme cuando os digo que no comía así de bien en la mazmorra. Éramos afortunados cuando nos ponían verduras podridas. Todavía aborrezco la lechuga. Ni siquiera la lavaban, los muy desgraciados… — El picante contenido en el caldo propició que el extranjero experimentara sed de nuevo. Un corto vistazo hacia el vaso le sirvió para comprobar que estaba vacío, de modo que expulsara un suspiro. Apenas unos segundos después un anciano se ofreció a comprarle más bebida, algo que el viajero aceptó con una sonrisa en los labios. — Claro, buen hombre. Como sois tan buenos conmigo, voy a contaros otra historia. Un día me hicieron combatir contra un corsario. Ese hombre le partió el cráneo a un rival con las manos desnudas. Fue mi contrincante humano más duro…

    Incapaz permanecer callado por más tiempo, un hombre maduro golpeó la mesa en la que se hallaba sentado con ambos puños. — ¡! — Su arrebato dio lugar a un silencio inmediato así como a que todas las miradas se fueran en su dirección. Aquel sujeto de cabellos revueltos, barba sin recortar y ojo diestro vaciado enfocó al forastero mientras entrecerraba los párpados. — ¿Por qué no terminas lo que has empezado? Pensaba que ibas a explicarnos el asunto de tu cicatriz. — El hombre maduro presentaba varias marcas en todo el cuerpo, como una en el cuello que tocaba su yugular. Una curandera asentada en la aldea compartió con una vecina que «un corte un poco más profundo y estaría muerto». Asimismo, tenía parte del rostro quemado, por un incidente que no compartía con nadie.

    Instantes después de encoger los hombros el viajero se fijó en quien lo interrumpió. No tardó en distinguir unas manos temblorosas sin meñiques. Asimismo, reparó en cómo aquel sujeto dejaba visible que le faltaban varios dientes al hablar. — Por supuesto, amigo. Me alegra que me lo hayas recordado. ¿Por qué no te sientas con nosotros? Siempre hay sitio para alguien más. — Su propuesta se vio respondida con que su interlocutor meneara la cabeza. Siempre me encuentro con alguien raro por donde voy. Supongo que el mundo es así… Concluidos aquellos pensamientos el forastero se pasó los dedos pertenecientes a la mano izquierda por su perilla acicalada. — El caso es que me llevaron de vuelta a mi celda ese mismo día. Uno de los centinelas me odiaba debido a mi fama, así que intentó atacarme por la espalda. Como no me habían puesto las cadenas todavía, conseguí esquivar la mayor parte del golpe. La cicatriz la llevo como señal de honor. Me recuerda al día en el que le destrocé la mandíbula a un soldado que abusaba de los prisioneros. Y de la peor manera, si comprendéis lo que quiero decir.

    Una vez más el forastero se vio correspondido con voces de apoyo, procedentes de personas que le pedían más. También el individuo de un solo ojo sentía que su curiosidad no estaba saciada todavía. — ¿Por qué fuiste a parar con tus huesos a la arena de Puerta al Paraíso? ¿Qué hiciste para que te encerraran? Podrías contárnoslo. Hay mucho embustero suelto por ahí… — Conforme el silencio volvía al local, el individuo de la barba irregular enfocó las espadas colgadas en la columna de madera adyacente. Si bien antes no causaron reacción alguna en él, ahora provocaban recuerdos que creyó olvidados. La sangre… Los gritos… La muerte a mi alrededor… Esas malditas pesadillas que apenas me dejaban dormir…

   Sin reparar en cómo el habitante del asentamiento tragaba saliva, el viajero se carraspeó para deleite de las mujeres que suspiraban por sus historias. Una ya le prometió que «se lo llevaría a su casa para pasar la noche juntos». El extranjero no expresaba su acuerdo todavía, por si aparecía una joven que se le antojara más bella. — Pues maté a un Ragen. — Su contestación propició que el otro hombre apretara los dientes con una fuerza tal que sintió el sabor de su propia sangre sobre la lengua. En lo que al forastero respectaba aquél siguió adelante sin advertir las reacciones que provocaba en su interlocutor. — No es agradable, pero viendo que no me dejas otro remedio… El canalla intentó forzar a una sirvienta en plena calle. Me negué a permitir que se saliera con la suya, así que lo reté a un duelo. Por desgracia no me dio tiempo a escapar y el resto, como suele decirse, es historia.

    La sonrisa que mostró el habitante del lugar dejó a la vista todos los puntos mellados. Pocos presentes lo conocían por su nombre, refiriéndose a él con apodos tales como «cabra, burro o mono». — ¿Ah, sí? ¿Un noble? Y además un Ragen… — Al distinguir cómo el forastero asentía se levantó de su silla con el objetivo de encaminarse en su dirección. A pesar de alzar el propietario la voz, no percibía los avisos lanzados por aquél. Esa gente sólo quería divertirse a costa de nuestra sangre… Muchos de los que fuimos a parar a ese agujero éramos inocentes… ¡ME OBLIGARON A MATAR A MI MEJOR AMIGO, MALDITA SEA! Me decían que «sólo un combate más para demostrar mi inocencia»… Pasé dos noches entre ratas para escapar… No transcurrió demasiado tiempo antes de que viera sus alrededores con tonalidades rojizas y sin contornos definidos. Asimismo, percibía los gritos de unas figuras grisáceas que clamaban su muerte. El habitante del asentamiento llegaba tan lejos como distinguir cadáveres repartidos por el suelo, con rostros que le resultaban muy conocidos. Uno incluso extendía la mano diestra en su dirección, con unos ojos que carecían de iris y pupilas. — Muéstrame lo que sabes hacer… — Sin embargo, detuvo sus pasos tan pronto como una mujer se colocó en su camino con los brazos abiertos. — ¡! — Segundos después la fémina lo agarró por la mano diestra, la cual posó sobre un vientre que indicaba un embarazo avanzado. Aquel contacto propició que el hombre mellado percibiera un movimiento que disipó su deseo por batirse. Las risas a su alrededor, iniciadas por el propio extranjero, no conseguían que apartara la mirada de aquellos ojos azules que se imponían a la rabia interior. — Se mueve… ¡Nuestro bebé se mueve! — Uno de los parroquianos preguntó si «la criatura nacería con un ojo o algunos dientes menos», provocando más burlas. Otra joven quería saber «¿Quién llevaba puestos los pantalones?». Lejos de enfadarse el hombre de numerosos apodos sonrió, un gesto que encontró una réplica inmediata en la recién llegada. La madre de esta última les vaticinaba que tendrían una niña en apenas dos meses. — Lo siento tanto… Ese hombre es un impostor y un charlatán… Jamás ha pasado por la arena de Puerta al Paraíso… No sabe lo que es…

    La fémina embarazada meneó la cabeza, conforme el dueño de la posada les exigía que se marcharan. Instantes después la joven de pelo cobrizo recogido dejó unas monedas sobre la mesa antes ocupada por su amante. — Lo sé, pero ya ha pasado. Estás aquí ahora y no tienes que demostrar nada a nadie. Elvira y yo te necesitamos. Volvamos a casa, ¿eh? — Tras abandonar el local, la mujer se abrazó al padre de su bebé no nacido todavía. Aquel gesto de cercanía contribuyó a que los músculos del hombre se relajaran al igual que su pulso. — ¿Te gusta el nombre? Mi tía abuela se llamaba así. Creo que es bonito y fuerte. Podemos considerar otro, si quieres…

    Elvira… Es la primera vez que lo oigo. Tras dejar que el nombre resonara en su mente durante unos segundos, quien sería padre muy pronto meneó la cabeza. Aquel gesto se vio correspondido con cómo la fémina apretaba su mano diestra. — No. Es perfecto. Siento lo de antes. Es evidente que, de entre los dos, tú tienes la cabeza mejor amueblada. — Ambos se rieron durante la vuelta, tras lo que se metieron en su lecho y durmieron juntos hasta el día siguiente.

    El extranjero, por su parte, terminó en un callejón tras yacer con la fémina que lo invitó a su casa. En sus bolsillos llevaba numerosas monedas de oro entregadas por quienes escucharon sus historias durante horas. Con este dinero puedo costearme un pasaje hasta Egas. Me da que es un buen sitio en el que asentarse, y odian a Puerta al Paraíso lo bastante como para convertirme en una estrella. Si los rumores son verdad, podría escribir mis propias obras de teatro y amasar una fortuna allí. Es más honesto que engañar a los pueblerinosSin llegar a concluir aquellos pensamientos el viajero se encontró con dos individuos encapuchados. El brillo que distinguió a los pocos segundos le indicaba que iban armados con espadas. Tras esbozar una sonrisa, el extranjero encogió los hombros. — Supongo que no os lo han dicho todavía, pero luché en la arena de Puerta al Paraíso. Os sugiero que os hagáis a un lado, si queréis presenciar el siguiente amanecer. — Su advertencia no consiguió los efectos intimidatorios deseados, puesto que los ladrones lo atacaron juntos. No pasó demasiado antes de que el forastero cayera de rodillas con el torso ensangrentado. Lo último que vio antes de desplomarse hacia el lado derecho fue cómo un público lo clamaba tras subirse a un escenario junto a una compañía teatral. A la mañana siguiente su cadáver desnudo y desvalijado sería encontrado por una adolescente que madrugó para ir a por agua al pozo cercano.