sábado, 12 de junio de 2021

Historia corta - Las páginas del diario de la infamia

 Las páginas del diario de la infamia



    Una nueva gota de espeso líquido carmesí fue a parar a sus pies desnudos. Las uñas pertenecientes a su extremidad inferior se hallaban mugrientas debido a su determinación de andar descalzo sin importarle el entorno. —…— Su decisión se sustentaba sobre una realidad que obvió en un principio hasta que ya no le fue posible ignorarla durante más tiempo. Los conquistadores obligaban a los prisioneros convertidos en esclavos a caminar sin zapatos, incluso en marchas por desiertos o pantanos. La primera vez que le preguntó a Irion por los motivos que justificaban que los sometidos llevaran cadenas en los tobillos, aquél le contestó que «era para evitar fugas o revueltas». En aquellos instantes todavía sintió admiración por un hombre que pretendió convertirse en el mayor conquistador de todos los tiempos. No sabía lo que era tener ampollas en los pies… ¿Cómo iba a saberlo, maldita sea? Imperios enteros terminaron desmantelados a raíz de las ofensivas llevadas a cabo por un ejército que basaba sus estrategias en ataques tan rápidos como devastadores. Las tácticas envolventes sirvieron para subyugar a generales hasta entonces invictos, algunos de los cuales terminaron por unirse al apodado «el Cruel». Irion aseguró en más de una ocasión «que tomaría el mundo entero al asalto y que sus hazañas serían estudiadas por las generaciones venideras». Decenas de escribas formaban parte de su séquito sólo para plasmar sobre el papel unas experiencias que debían convertirse en sus memorias. Mírate, Irion ¡Ahora jamás verás cumplido tu objetivo de erigirte como el amo del mundoY ha sido un simple consejero el que te lo ha arrebatado todo… ¡Cuán bajo ha caído el antaño poderoso! El cuchillo que portaba en las manos lo hurtó del montón de utensilios usados por los cocineros sin que éstos se dieran cuenta. Lejos de limpiar la hoja, la usó con la suciedad tal cual la robó. —…— Al igual que ocurría con el suelo o sus pies, partes de su ropa se hallaban señaladas por varias manchas de tonalidad rojiza. También su rostro presentaba numerosas huellas carmesíes, como aquéllas que tenía alrededor de los ojos. Estas últimas lo obligaban a pestañear con frecuencia. Pero, mal que me pese, has conseguido tu objetivo de ser inmortal. Pasarás a la posteridad como un héroe de guerra, mientras que personas que de verdad hacen algo importante por sus semejantes quedan olvidadas cada día. La humanidad se equivoca en algo cuando alaba a un tirano como tú

    La calma que se respiraba en el exterior no dejaba entrever lo que tenía lugar en la habitación de Irion, el Cruel, tras yacer aquél con una esclava. El conquistador se jactó de no repetir jamás con la misma mujer entre las sábanas, algo para lo que las mató con sus propias manos concluido el acto. —…— El vigilante que regresaba de un lugar apartado del campamento acababa de enterrar a otra fémina como tantas noches anteriores.

    El asesino tenía la respiración acelerada mientras tragaba saliva con frecuencia. El Cruel se encontraba tirado sobre el lecho con el torso desnudo, lo que dejaba a la vista tanto unos pectorales como un abdomen marcados. Los cabellos de Irion fueron cortados la mañana anterior, al insistir aquél en que no quería que le estorbaran durante las batalla. — Ahora ya no eres tan fuerte, ¿verdad? ¡Sólo un cadáver sin valor! Un maldito cuerpo sin vida, como tantos otros que has dejado a tu paso. — El sujeto conocido como Torka aceptó convertirse en consejero para Irion el día en el que aquél apareció en su casa recomendado por un general. Quien era un hombre maduro, de escasa masa corporal y poco pelo en la cabeza, convenció al autoproclamado «futuro amo del mundo» tanto con sus refinados modales como unos vastos conocimientos que abarcaban desde la diplomacia hasta la geografía e incluso las matemáticas. Las credenciales de Torka dieron lugar a que Irion escuchara sus consejos con sumo interés, hasta el punto de adaptar sus campañas a ello en no pocas ocasiones. El consejero también consiguió que los territorios sometidos produjeran más, sin reparar en hacia dónde iban a parar los recursos o cómo se obtenían los mismos en un principio. Sus servicios le valieron que el Cruel siempre le dedicara varias horas todos los días al tiempo que le entregó numerosos regalos por sus servicios. Gracias a la confianza que el antiguo líder depositó en él, pudo entrar sin impedimentos en sus aposentos. No en vano, los soldados tenían orden expresa de permitirle el paso siempre que Torka así lo solicitara. Yo también soy culpable de esto… «Sólo hay cabida para mantener a cierto número de personas por territorio», le decía. Todo era más sencillo cuando veía cifras en lugar de caras Conforme sus pulsaciones aumentaban en ritmo, Torka reparaba en cómo la sonrisa no desaparecía del rostro del fallecido. Las sábanas olían a sudor, al tiempo que la sangre se extendía por las fibras. La herida que propició la muerte del Cruel se hallaba en la garganta, abierta con un certero tajo que no dio oportunidad alguna al fallecido. Otra de las cosas que me has enseñado: me mostraste justo dónde hay que cortar para dar una muerte rápida. Ja… Estabas tan convencido de tu superioridad, que te creías invencible. Pero no lo eras… Te dormiste sin imaginar ni siquiera lo que se te venía encima. Torka no podía evitar reírse ante lo que consideraba una ironía del destino. — Ja, ja, ja… — Has convencido a todo el mundo de que el enemigo está fuera, pero no has tenido la sabiduría de reconocer el peligro que aguardaba en tu propio séquito. La admiración que el consejero sintió por el conquistador dio paso a la decepción primero, debido a lo que el consejero vio con una frecuencia cada vez mayor. Urbes enteras acabaron arrasadas, tras lo que se procedió al reparto de riquezas entre los vencedores. También Torka recibió una parte nada despreciable del botín dado el aprecio que el Cruel expresó por él numerosas veces; no obstante, a la decepción le siguió la ira. Muerte, caos, esclavitud y destrucción… ¡Eso es lo que has traído al mundo! ¿¡Quién te creías que eras, Irion!? ¿Con qué derecho hacías y permitías esas cosas tan horribles? Existían diferentes hechos de los que se mostraba arrepentido, aunque pretendía subsanar uno en concreto. En sus primeros años al servicio de Irion, Torka alabó diferentes cualidades del Cruel en sus diarios. La pasión recogida en aquellas páginas retrataban a un hombre de gran capacidad de liderazgo, destinado a conseguir la mayor gesta militar jamás contada. Asimismo, elogió a un Irion que hizo caso a diversos consejos, siempre y cuando comprendiera los cálculos presentados. Los números anotados indicaban que la gestión implantada por los vencedores significó unas urbes más productivas así como una vida más cómoda, aunque no para todo el mundo. Torka terminó por descubrir que el precio a pagar requirió mano de obra esclava, surgida de entre las poblaciones sometidas. En no pocas situaciones, los conquistadores violaban a las mujeres o castigaban a los hombres mediante latigazos por lo que le parecieron descuidos sin importancia. Tampoco los niños o los ancianos se libraban de aquel trato. El propio consejero vio cómo un esclavo era golpeado hasta la muerte por tirar un plato vacío por accidente. Torka corrió a contárselo a Irion, quien le contestó que «Son cosas que ocurren con los esclavos». —…— Conforme su percepción por hechos como aquél cambiaba, el consejero disminuyó las anotaciones. Apenas unas pocas frases, algunas sin terminar, quedaron escritas en las páginas finales. Arde, Irion… ¡Qué mi aprecio por ti arda por siempre al igual que tu alma! Dispuesto a no permitir que la figura de Irion, el Cruel, quedara ensalzada por lo que escribió acerca de él, Torka lanzó sus diarios hacia una chimenea con la leña prendida. — ¡! — Los pasos cada vez más cercanos del vigilante daban a entender que aquél estaba a punto de llegar. El consejero era consciente de que no sería ejecutado en el acto, sino que se procedería a una tortura pública durante varias semanas. Concluida la misma, recibiría la pena capital por fin, en un proceso que le resultaba conocido de presenciarlo con anterioridad. No os llevaréis la satisfacción de matarme a vuestra maneraLas llamas que mantenían una temperatura agradable en la estancia devoraban los tomos con una furia devastadora hasta dejarlos irreconocibles. Conforme las observaba, Torka esbozó una sonrisa con los dientes incisivos superiores apretando contra su labio inferior.

    Sin alcanzar a imaginar lo que tenía lugar en los aposentos ocupados por su caudillo, el centinela regresaba para informar de que había cumplido su misión. Que se retrasara unos minutos se debía a que se paró para intercambiar impresiones con unos soldados apostados en el exterior. Aquellos guerreros alabaron a su caudillo por las riquezas que aquél les permitió enviar a casa. Algunos oficiales empezaron en lo más bajo del escalafón militar hasta convertirse en capitanes respetados. Para ello, el Cruel no necesitó otro criterio salvo sus méritos en el campo de batalla. — ¿Gran Irion? — Tras tocar varias veces a la puerta, el vigilante decidió abrir la misma ante la falta de respuesta. ¿Qué es lo que se oye al otro lado? Una vez la separación de madera ya no supuso un obstáculo para su visión, comprobó cómo el Cruel yacía muerto. — ¡! — El estupor dio paso a la indignación por lo que consideraba la peor traición imaginable. ¿Qué? ¿¡Por qué!? No me lo puedo creer… — ¿¡Qué demonios has hecho, Torka!? — Sus gritos atrajeron a otros centinelas que se encontraban en las cercanías, aunque ya no existía forma de salvar a su caudillo.

    El consejero tomó sus precauciones con el fin de no quedar sometido a una tortura pública. Esto último significaba que usara un abrecartas limpio con el que rajarse las venas en vertical. Librarnos de un demonio. La sangre que borbotaba por sus heridas ponía de manifiesto que ya no le restaba demasiado tiempo. Apenas faltaban unos segundos para que dejara atrás una existencia amargada por lo experimentado durante los últimos meses. — Ah… — Conforme un incesante mareo lo enviaba al suelo, Torka observaba cómo la sala se llenaba de personas. ¿Los posibles sucesores? Ninguno de vosotros será capaz de mantener este imperio, idiotas. Primero lo partiréis y luego os pelearéis entre vosotros. La guerra no se acaba, pero sí el sueño de Irion… Concluidos aquellos pensamientos, Torka cerró los ojos para siempre, quedando retratado para la posteridad con el apodo «el Traidor». Lo único que no supo a la hora de morir era que Irion ordenó que sus diarios se copiaran en secreto para no perderse.

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