viernes, 23 de abril de 2021

Nueva historia corta - Respeto (Primera Parte)


    ¡Nueva historia corta ambientada en la saga «Ascuas de la Creación! Esta historia corta da inicio a diversos episodios en los que conocerás de cerca a un grupo de corsarios de Kai. Esta parte te hará vivir cómo un asentamiento concreto reacciona ante la llegada de los bandidos, la actitud de éstos y lo que más valora su capitán.

    Como siempre gracias por leer. Sería estupendo que dejaras un comentario para decirme qué te ha parecido esta historia corta. Recuerda que también puedes seguirme en mi página de Facebook y en mi espacio en Patreon.


Respeto - Primera Parte

    Los rumores que mantuvieron a la población en vilo durante semanas se destaparon como ciertos: unos corsarios rondaban por la zona atacando cualquier asentamiento costero a su alcance. Días atrás un supuesto superviviente llegó al poblado para compartir su experiencia con los lugareños. Mientras aceptó lo que le pusieron en la mesa, aquel hombre contó cómo los bandidos de los mares rapiñaban todo cuanto encontraran a su alcance, mataban a los hombres y se llevaban tanto a las mujeres como a los niños para venderlos como esclavos. Asimismo, relató con escalofriante detalle cómo no pocas féminas terminaban violadas por los corsarios. Incluso describió «los alaridos de las afectadas» y mencionó que «todavía los oía en sueños». Tras llenarse el estómago con pan y embutidos, aquel sujeto enseñó lo que llamó «el colgante de su esposa raptada». Antes de caer la noche indicó a los habitantes que «lo mejor era rendirse sin oponer resistencia». Llegó tan lejos como asegurar que «los corsarios eran benevolentes con quienes les daban lo que pedían sin obligarles a luchar por ello». Cuando el propio alcalde fue a despertarlo a la mañana siguiente, aquel individuo había abandonado el asentamiento sin rastro. Las autoridades locales, formadas por nativos sin experiencia en el campo de batalla, lo buscaron sin éxito. Mientras tanto los intentos por obtener ayuda de ciudades-estado poderosas fueron contestados mediante el silencio. Ni siquiera las que pretendían una alianza entre urbes con la que ahuyentar a los corsarios de manera definitiva respondieron a los ruegos del asentamiento. En aquellas condiciones los habitantes se preparaban para recibir a los extranjeros con las armas guardadas en una cabaña vigilada a todas horas. Apoyado por figuras influyentes como el bibliotecario y tres maestros, el alcalde ordenó «no provocar a los invitados bajo ninguna circunstancia». Llegado el momento un vigía divisó un barco sin bandera, que sus compatriotas no tardaron en atribuir a los temidos corsarios de Kai. El miedo que se vivía entre los pueblerinos daba lugar a que todas las casas se encontraran con tanto puertas como ventanas cerradas. Un autóctono, que decidió atrincherarse con una porra de madera, fue sacado de su hogar en contra su voluntad para ir a parar a una jaula con los barrotes oxidados. En los instantes presentes el alcalde se encontraba flanqueado por el consejo que le ayudaba a liderar el asentamiento. El anciano se carraspeó conforme tomaba el brazo de un hombre que le ayudaba a vestirse por las mañanas y lo aseaba. — Ejem… ¿Está todo listo?

    Aquel sujeto lo guió hacia la plaza central, la misma en la que las tiendas se hallaban sin abrir. — Sí, alcalde. Todo preparado. — Pronunciadas aquellas palabras se detuvieron ante la misma fuente de la que la población sacaba agua. En condiciones comunes la plaza se encontraría a rebosar de féminas que acudían a llenar sus vasijas a aquellas horas. No pasó demasiado tiempo antes de que el hombre maduro señalara hacia unos animales de carga, con numerosos sacos colocados sobre los lomos. Justo a la derecha se encontraban unos cofres con oro en su interior, algo para lo que fue preciso vaciar las arcas del asentamiento en su totalidad. La población también escogió a cinco mujeres jóvenes a las que entregar como tributo a unos corsarios que ya bajaban el puente para poner pie en la playa. — Esto es todo lo que hay. Espero que sea suficiente para nuestros visitantes.

    Al igual que su interlocutor, el alcalde intentaba evitar por todos los medios usar las palabras «corsarios» o «criminales» para referirse a los recién llegados. Entre la población circulaban rumores de que los bandidos de los mares «no se las tomaban nada bien y que oírlas los volvía todavía más violentos». Tiene que serlo… Por nuestro bien, tiene que serlo. Concluidos aquellos pensamientos el edil enfocó a las féminas que se presentaron con sus mejores galas y maquilladas en la plaza central. A una la conocía por prometerse con el muchacho más popular del poblado. A aquellas alturas nadie dudaba de que la boda planeada durante meses no se celebraría por desaparecer el novio junto a su familia. No pocos lugareños especulaban con que se marcharon hacía unos días, a juzgar por cómo nadie encontraba la barcaza perteneciente a un pescador. Ejem… Quiero que sepáis que todos valoramos el sacrificio que estáis haciendo por nosotros y por nuestros hogares. Tomar esta decisión no nos ha resultado nada fácil. — Si bien se propuso continuar, pronto notó una mirada sobre su poblado entrecejo que le hizo agachar la cabeza. El poco pelo que le crecía en la parte posterior de su cabeza lo llevaba amarrado mediante una cola, la cual tocaba la túnica perfumada con la que se cubría el torso.

    La joven que formaba parte de las elegidas para ser entregadas a los corsarios portaba un vestido rosado que realzaba sus pechos mediante un escote. Aquella prenda, que dejaba visible buena parte de sus senos, fue la misma que portó para su novio cuando se prometieron el uno al otro. Sus cabellos oscuros los llevaba sueltos y recién lavados, a lo que se sumaba maquillaje alrededor de los ojos así como un carmín en conjunto con la vestimenta. No pasó demasiado tiempo antes de que la fémina conocida como Dinah diera la espalda al hombre que se le dirigió segundos atrás. Tras tocar la cadena que llevaba al cuello la joven se fijó en las demás féminas presentes, quienes se encontraban abrazadas en un intento por sobrellevar mejor el miedo. No pasó demasiado tiempo antes de que escupiera hacia el lado, algo con lo que atrajo la atención de quienes la llamaron «amiga» en el pasado. — Miraos… Debería daros vergüenza. ¿¡Acaso no os queda ni una pizca de dignidad!? ¿Creéis que vais a sobrevivir así? Me dais asco. — Lejos de conseguir la reacción pretendida con sus insultos, las demás siguieron llorando o buscando consuelo las unas en brazos de las otras. Esto último dio lugar a que Dinah se girara para, acto seguido, cruzar los brazos. Estas idiotas ya han perdido por no saber encarar la situación. ¿Creen que nuestros prometidos nos rescatarán? Esto no es como las historias que nos contaban nuestras madres de pequeñas. Aquí cada cual piensa en sí mismo. Ja… Nosotras también lo hicimos al escoger al hombre más adecuado a nuestra posición. Como soy la más guapa, pude tener a quien tenía las mejores perspectivas. Habría poseído una granja y unas tierras que administrar de casarme con él. Nuestros propios compatriotas nos usan como moneda de cambio ahora. Hay que pensar con vísperas a un futuro alejado de este agujero. Con un poco de suerte los corsarios me venden a un noble rico o incluso me aceptan en su barco. Una belleza como la mía no se encuentra todos los días.

    Mientras Dinah pensaba en sus posibilidades para sobrevivir, el jefe de los corsarios puso el primer pie en el sector pavimentado. No pasó demasiado tiempo antes de que distinguiera la comitiva que se les acercaba con banderas blancas. Aquel individuo de torso al descubierto reparó en cómo el número de lugareños no alcanzaba a rivalizar con los bandidos que lideraba. El capitán también se dio cuenta de cómo su segunda al mando daba un paso al frente dispuesta a dar por abiertas las hostilidades, lo que propició que colocara el brazo diestro en su camino. — Calma… — El corsario esperó a que los emisarios se le acercaran con los primeros obsequios. Se trataba de bandejas que tenían tanto frutas como verduras autóctonas encima, como unos pimientos considerados «los más grandes de la zona». Al igual que él, su gente no tocó los manjares ofrecidos. Instantes después de posar la mirada sobre unas naranjas abiertas observó a quien identificó como el cabecilla del grupo. — Sabéis para lo que estamos aquí, ¿verdad?

    El representante del poblado se colocó frente a un individuo que le sacaba dos cabezas con respecto a la altura, mientras que los demás miraban en silencio. Desde su posición vio una musculatura más abultada que definida, con diversos tatuajes cubriendo la piel expuesta. Conforme miraba hacia arriba distinguió su barba larga así como una cadena de hierro con un candado en la parte central. Es enorme, maldita sea… Harían falta diez de los nuestros para detenerlo. Concluidos aquellos pensamientos el habitante del asentamiento realizó una reverencia, conforme aparecían unas huellas húmedas bajo sus axilas. El nerviosismo que recorría hasta la última fibra perteneciente a su ser también se dejaba notar en los temblores que se extendían por sus manos y mandíbula inferior. — Bien… Bienvenidos a nuestro humilde asentamiento, viajeros. Co… Co… Conocemos la fama que os precede, pero también creemos que todo puede solucionarse hablando. Si… Si me seguís, seguro que os convenceréis de la hospitalidad que nos da fama en los alrededores. O… Os aseguro que no os faltará de nada mientras estéis aquí y que os merecerá la pena haber venido.

    No estoy seguro de eso, amigo. Instantes después de distinguir cómo su segunda al mando encogía los hombros, el individuo conocido como Niles encorvó la ceja diestra. En su mano zurda portaba una hoja curva, con unas formas muy similares a las de una hoz grande. No tardó en colocarla de manera que el reflejo causado por la luz solar deslumbrara a su interlocutor. Este último se vio obligado a entornar los párpados al pensar que levantar los brazos sería considerado una provocación.A ver cómo es esa hospitalidad de la que presumes. Vosotros primero. — Los corsarios siguieron a los autóctonos sin guardar las armas en su camino hacia la plaza central. Fue allí donde Niles reparó en los demás obsequios con los que la población pretendía evitar que los forasteros arrasaran el poblado. El alcalde se le colocó delante dispuesto a presentarse, aunque el corsario lo bordeó enseguida para comprobar el contenido de una caja con oro dentro. Si bien jamás pisó una escuela, no tardó en calcular que aquel lugar les daría menos botín que otros emplazamientos atacados con anterioridad. Tsk, tsk, tsk… Con esto no tendremos ni para sogas nuevas. Tras levantar una moneda Niles la dejó caer junto a las demás para, acto seguido, tomar una manzana con la mano libre. Le propinó un mordisco y después la tiró al suelo sin que nadie se atreviera a amonestarlo por su actitud. Instantes después de tragar se detuvo ante Dinah, quien le mantuvo la mirada en todo momento. Niles la agarró por la barbilla con el fin de enfocar mejor su rostro. Gracias a ello distinguió tanto una piel suave como unos ojos oscuros. Instantes después la bordeó tres veces, lo cual le sirvió para reparar en unos pechos y un trasero fuertes.¡Tú sí que nos saldrías rentable! Conozco a gente que te compraría por una buena cantidad de oro. Hazme un favor y no te lastimes, ¿de acuerdo? Te necesitamos justo como estás ahora. — Tras percibir cómo su interlocutora asentía al tiempo que esbozaba una sonrisa, el capitán se dirigió a sus subordinados. — Espero que nadie sea lo bastante idiota como para dañar la mercancía. Recordadlo por lo que os conviene. — Ésta no es virgen, pero… ¿Qué mujer de su edad lo es hoy en día? Hm… Quizá hasta me valga para entretener a mi tripulación durante un tiempo. Todo depende de si tiene algún talento más aparte de ser guapa y abrir las piernas cuando se le pida. Porque lo primero se va con el tiempo.

    Antes de que Dinah pudiera contestar, un autóctono corrió hacia la plaza con un palo de madera en las manos. Nada más alcanzar el lugar en el que se hallaban reunidos las autoridades locales y los extranjeros, aquel sujeto tropezó para caer al suelo con la barbilla por delante. — ¡! — El joven iba vestido con un hábito, algo que no sólo le dificultaba el movimiento, sino que también lo identificaba como adepto al Ancestro. A pesar de sus esfuerzos por transmitir lo leído en los libros que poseía, no logró convencer a nadie para que se le uniera en sus creencias. Esto último no evitaba que se levantara dispuesto a evitar que los corsarios se salieran con la suya. El muchacho se ajustó sus anteojos al tiempo que alzaba la rama que arrancó de un árbol cercano. — Malditos corsarios… ¡Juro por todo lo que me es querido que no destruiréis mi tierra! ¡Y no se os ocurra tocar a Dinah! Es demasiado buena para vosotros.

    Mientras unos subordinados suyos apenas se mostraban capaces de aguantarse las carcajadas, Niles se desentendió de Dinah. El corsario se acercó al recién llegado, cuyo rostro sangraba por la parte inferior. ¿Así que un valiente? Una rareza hoy en día. Sobre todo por estas tierras… El forastero se dispuso a encarar al muchacho; sin embargo, una voz femenina se le adelantó. — ¿Hm?

    No pasó demasiado tiempo antes de que Dinah atrajera la atención de los presentes sobre su persona. La joven señaló con el dedo índice zurdo extendido hacia el joven que se disponía a defenderla. — ¿¡Qué demonios haces aquí, Spiro!? Eres un estúpido y un enclenque. Vete a rezarle a tu Ancestro y no nos hagas perder el tiempo. Siempre has sido un inútil. Me das asco… — Conforme la joven pronunciaba aquellas palabras se produjo un fenómeno muy común en la isla: la formación de una nube azulada en el cielo dio lugar a una descarga de lluvia tan repentina como corta. Esto último propició que Dinah volcara una bandeja con nueces saladas encima, para después colocarla de manera que el agua no mojara sus cabellos. Si no me hacen daño es por mi aspecto. Es mi moneda de cambio en estos momentos.

    «¿Un inútil?» ¿Al igual los demás hombres que nos reciben con los brazos abiertos? Niles percibió cómo la joven se disponía a insultar a Spiro de nuevo, lo que dio lugar a que le colocara la mano zurda en la boca para que se callara. — Shhh… Ya hablaremos tú y yo en otro momento. Acto seguido se colocó ante el recién llegado, quien levantó el palo dispuesto a golpearlo en cuanto distinguiera la menor provocación. — Te llamas Spiro, ¿verdad? Debo reconocer que me sorprendes. Luchar por gente que te desprecia ¿No lo ves en sus miradas? Aquellas palabras consiguieron que su interlocutor mirara hacia los lados, aunque pronto volvió a enfocar al corsario. Spiro presentaba una respiración acelerada, sin entornar los párpados en ningún momento. — Bueno, Spiro… Dime una cosa: ¿cómo piensas evitar que arrasemos este agujero inmundo y robemos lo que queramos? Tus vecinos al menos parecen tener un plan…

    Mientras diversos compatriotas suyos le pedían retroceder, el joven apretó los dientes con fuerza. Al contrario que lo que distinguía en varios corsarios, Niles ni siquiera sonreía. — Lucharemos hasta el último habitante para protegernos. — Lejos de apoyarlo, sus vecinos llegaron a asegurar que «el chico estaba loco» e incluso lo ofrecieron como esclavo. Sólo es necesario que uno de los nuestros se atreva a dar el paso para que los demás le sigan. No caeré aquí sin vender caro mi pellejo.

    Ajá… Instantes después de rascarse su poblado pecho Niles meneó la cabeza conforme no perdía de vista al joven. Este último llevaba un objeto que asomaba entre los pliegos pertenecientes a su túnica, aunque el corsario convenció a los presentes de que no se daba cuenta. — A ver, Spiro… ¿Tú y cuántos más vais a «luchar hasta el último habitante»? — Su pregunta desató numerosas carcajadas entre sus acompañantes más novatos. Los veteranos, por el contrario, permanecían en silencio al conocer el genio de su jefe. Niles se dirigió a los primeros al tiempo que hacía girar su arma mediante movimientos realizados con la muñeca diestra. — Seguid con las risas y yo mismo os cortaré las lenguas. — No pasó demasiado tiempo antes de que los sonidos a su alrededor se extinguieran, tras lo que volvió a fijarse en un Spiro que no se movía del sitio. — Voy a contarte algo, Spiro. En Kai un capitán debe defender su puesto a diario, ya que un corsario que dice no querer su propio barco miente. Y la forma más fácil de obtenerlo es robarlo. Créeme, lo sé por experiencia. La única razón por la que mi gente no me despelleja y me tira al mar ahora mismo es porque me respeta. Y no puedo mantener su respeto si acepto limosnas como esas miserables monedas, algo de comer y unas pocas rameras. ¡Quiero una maldita pelea y no que me besen el culo! — La potencia contenida en su voz provocó que tres autóctonos cercanos tragaran saliva al mismo tiempo. El corsario lanzó su arma curva hacia su segunda al mando, quien la atrapó al vuelo a pesar de su peso. Aquella fémina fue la única en sonreír, cuando Niles mencionó estar expuesto a posibles traiciones a cada instante. — Está bien, Spiro. Tú y yo. Demuéstrame cómo defiendes tu patria y a esa mujer que no aprecia lo que haces por ella.

    Nada más percibir el reto Spiro lanzó su primer golpe hacia Niles, aunque aquél atajó el palo para después quitárselo sin apenas esfuerzo. Con las manos desnudas como se hallaba ahora el joven miró hacia los lados sin que nadie diera la impresión de querer socorrerlo. Me ayudarán… ¡Alguien me apoyará, maldita sea! Nada más concluir aquellos pensamientos lanzó un puñetazo contra su adversario, quien lo bloqueó con la extremidad superior diestra. Acto seguido el sacerdote del Ancestro recibió un golpe en la mandíbula, provocando que diera una voltereta casi completa en el aire antes de caer al suelo con el pecho hacia abajo. — Uf… — Conforme intentaba reponerse Spiro alzó la mirada para enfocar el palo que acababa de caer al suelo. Está demasiado lejos… El joven tragó saliva con sabor a polvo y sangre, tras lo que introdujo la mano izquierda en la faja con el fin de derrotar a su rival desde la sorpresa.

    No obstante, Niles lo atrapó por la muñeca, tras lo que apretó con todas sus fuerzas mientras le retorcía la extremidad zurda. — Tsk, tsk, tsk, Spiro… Te diría que no hicieras trampas, pero esto es un duelo a muerte. Me gusta tu actitud: intentas sobrevivir a toda costa. Eso es algo que respeto. — Pronunciadas aquellas palabras el corsario partió la articulación a su contrincante, de modo que desatara unos gritos que causaron lágrimas en una joven cercana. Esta última no tardó en caer de rodillas, apartando la mirada del cuchillo que Spiro tuvo guardado en su vestimenta. — Me he divertido contigo, Spiro, pero es hora de acabar con esto. — Preparado para dar la orden que tenía en mente Niles alzó la mano diestra; sin embargo, una voz lo interrumpió. ¿Eh?

    Se trataba de Spiro, quien se puso en pie apoyado en su brazo bueno. El adepto del Ancestro caminó hacia el forastero, quien lo derribó mediante una patada frontal que impactó de lleno contra su pecho. — ¡! — Encogido sobre las piedras que daban forma al suelo el joven recibió numerosos impactos al tiempo que se cubría la cabeza. A pesar de sus intentos por protegerse, la mayoría sobrepasaban aquella defensa, conforme unos compatriotas suyos animaban a Niles a que siguiera. Entre ellos también se encontraba Dinah, quien escupió en la dirección de Spiro.

    Tras descargar numerosas patadas sobre su adversario, Niles movió los hombros mientras enfocaba al alcalde. También aquél había apoyado al extranjero en lugar de hacerlo con Spiro. — De todos los lugares por los que he pasado, éste es el peor. Este muchacho es el único que… — Unos gemidos tras su posición lo interrumpieron de manera que diera media vuelta. Lo que enfocaban sus ojos propició que el corsario se pasara el dedo índice izquierdo por la barba.

    — ¡NOOOOO! — A pesar del líquido carmesí que asomaba tanto por sus labios como las heridas dejadas por su rival, Spiro no se rendía. En su lugar avanzó hacia Niles, quien le propinó un rodillazo en la región estomacal. Nada más escupir sangre el joven se aguantó la zona alcanzada, aunque aquello no detenía al forastero. Este último siguió adelante con sus golpes hasta que Spiro se desplomó por fin.

    Mientras tanto Dinah sentía un sabor desagradable extendido sobre su paladar. La fémina que tenía detrás alababa entre susurros la valentía mostrada por Spiro, una opinión no compartida por la joven. ¿«Esto» es todo lo que pueden hacer los hombres de aquí? Prefiero convertirme en concubina de un corsario y que al menos me dé hijos fuertes a los que criar. O que me vendan a un noble. Seguro que puedo encariñarme con él sin que su esposa se entere. Segundos después de entrecerrar los párpados Dinah dedicó unos susurros a Spiro que aquél no percibía. — Muérete de una vez y deja de hacer el ridículo. No sirves para nada…

    Tras lanzar a Spiro hacia unas bandejas con carne asada encima, Niles llamó a su segunda al mando. Esta última se le acercó para entregarle la hoja curva conforme hacía crujir su cuello mediante movimientos circulares. Los corsarios se hallaban a la espera de las órdenes de su jefe, aunque aquél quedó interrumpido por una voz que le resultaba conocida. ¿Otra vez? El chico es tenaz… Conforme varios subordinados suyos alababan el arrojo mostrado por Spiro, Niles se fijó en cómo su rival perdió una paleta durante la pelea. No se le escapaba cómo el joven se hallaba afectado por la paliza, aunque también veía deseos de seguir luchando. Instantes después de asentir el jefe corsario se acercó a un hombre con varias magulladuras y la ceja diestra reventada. Asimismo, observó su labio inferior partido y cómo Spiro se mostraba incapaz de levantar el brazo zurdo. — Hm… — Nada más colocarse a su altura le dio una palmada en el hombro derecho, tras lo que el sacerdote del Ancestro se desmayó por fin. Sólo entonces Niles se dirigió a quienes aguardaban sus instrucciones. — Reducid a cenizas este sitio, llevaos a las mujeres así como a los niños y cargad todo cuanto sea útil. La morena es para mí. Quiero hacer algo con ella. — No pasó demasiado tiempo antes de que numerosos presentes corrieran despavoridos, mientras Niles se giraba hacia Dinah. Esta última le declaró su «lealtad absoluta» tras asentir en su dirección, algo que dibujó una sonrisa en el rostro del corsario. Pocas horas después el asentamiento terminó destrozado y desvalijado.