viernes, 2 de septiembre de 2022

Nueva historia corta - Identidad en Tiempos en Corazones fríos


 Identidad en tiempos de corazones fríos


Jamás pidió desempeñar el liderazgo, hablar por los demás o ser convertido en referencia por los suyos. De hecho, llegó a afirmar durante su juventud que «no se veía desempeñando un puesto importante». Hamon ejerció durante años como mozo de carga en el astillero de Puerta al Paraíso, una época en la que vio ahogarse a su esposa e hija en el mar. Lo último que recordaba de ellas era cómo quedaban arrastradas por una corriente sin que pudiera hacer nada para evitarlo. Poco importaron sus propios esfuerzos o los de unos vecinos que acudieron alertados por las voces. Las aguas alejaron a sus familiares más queridas, hasta que la marea se las tragó. Durante días Hamon recorrió la costa a nado y a pie, sin importarle que su capataz amenazara con despedirlo como «siguiera faltando al trabajo». Una tarde sus vecinos tocaron a la puerta para pedirle que los acompañara a la playa. El agua salada las devolvió a ambas, aunque hinchadas debido al líquido que tragaron antes de morir. Sólo necesitó unos segundos para reconocerlas, tras lo que Hamon las enterró en soledad. En vez de guardar luto o tomarse unos días de respiro, el hombre maduro regresó a su trabajo sin responder a los pésames de sus compañeros. Desde entonces se dedicó en cuerpo y alma a su puesto en el astillero, con jornadas de hasta trece horas sólo interrumpidas para tomar un bocado o beber agua. Aquella entrega le valió convertirse en segundo capataz, recomendado por el mismo individuo que amenazó con dejarlo sin empleo en el pasado. Fue en aquella época cuando la población se enteró de que el clan Ragen pretendía sumar Puerta al Paraíso a una unión entre ciudades-estado próximas entre ellas. Los supuestos motivos para ello los suponían tanto «la amenaza ejercida por diferentes potencias exteriores y los corsarios» como «la creciente influencia de los banqueros». Aquéllos en contra mencionaban que «los extranjeros introducirían sus productos sin aranceles, de modo que los autóctonos apenas podrían competir con unos precios sujetos a bajar». Los rumores también ponían sobre relieve que «las urbes interesadas en la unión pretendían firmar un acuerdo de protección mutua, aunque sólo para cuando las beneficiara». Hamon siguió numerosas discusiones al respecto en su taberna habitual, en la que un hombre pronosticó «tiempos oscuros para Puerta al Paraíso». Aquél compartió sus propios puntos de vista para contrarrestar los planteados por quienes veían con buenos ojos el proyecto. No tardó en replicar con razonamientos tales como que «Puerta al Paraíso estaría obligada a ir a guerras que no la concernían aunque su población no lo quisiera así». También argumentó que «dar condiciones preferentes a unos aliados desagradecidos o ajustar los precios en su beneficio podría tener consecuencias catastróficas para los autóctonos». El orador no obtuvo demasiada repercusión con aquella aparición pública, aunque el propio Hamon se le acercó para darle la enhorabuena y declararse de acuerdo con sus puntos de vista. Quien jamás dio su nombre a Hamon notó con rapidez cómo aquél resumía sus argumentos con menos palabras. El desconocido pidió al segundo capataz «acudir a una reunión entre amigos» mientras compartían unas cervezas. Sin comprender las implicaciones que conllevaría aquel favor, Hamon se presentó en un encuentro que congregó a veinte personas. Cuando se dio cuenta de cómo su contacto faltaba, ya era demasiado tarde como para retirarse. Uno de los presentes le concedió el turno para hablar, tras lo que Hamon se acercó al estrado. Su forma de gesticular con las manos llamó la atención de numerosos parroquianos que se colocaron cerca para escuchar la intervención. La recién descubierta capacidad oratoria atrajo una atención cada vez más numerosa, hasta el extremo de quedarse pequeñas tabernas con cabida para cien personas. Aquella popularidad propició que diferentes individuos pagaran a Hamon por hablar ante quienes compartían opiniones similares. Esto último abarcaba tanto escenarios construidos en las plazas como casas particulares, especulando no pocos habitantes con que «pronto los Ragen quedarían derrocados por traidores». Si bien Hamon no exigió sus cabezas en un principio y hasta se mostró dispuesto a dialogar con ellos, la violencia lo alcanzó al tiempo que su notoriedad aumentaba. Tres fueron los intentos de asesinato a los que sobrevivió el hombre maduro, lo cual agrandó su leyenda todavía más. El segundo capataz recibió permiso de su propio jefe para «ausentarse del trabajo durante un tiempo», tras lo que diversos aristócratas lo tomaron bajo su protección. Los nobles en cuestión lo colocaron frente a la élite afín en múltiples compromisos que Hamon no pudo eludir, sin importar que aquél necesitara un bastón para caminar debido a una herida en la pierna. Esta última suponía la consecuencia más visible del día en el que un desconocido le propinó siete puñaladas seguidas. La tensión respirada en Puerta al Paraíso propiciaba que no pocos vaticinaran una guerra civil, con el propio Hamon mencionado «que el conflicto se hallaba cada vez más próximo». Según los entendidos en la materia, se suponía que los partidarios de la unión y los contrarios se hallaban igualados en cuanto a fuerzas. Todo parecía depender de dónde se colocarían otras ciudades-estado y los banqueros, en un enfrentamiento con potencial para hacerse largo. — Gracias. — Su fama le exigía mostrar su mejor cara en todo momento, algo para lo que un noble asignó una esteticista a Hamon.






Esta última respondía al nombre de Azalea, quien tenía como tarea ocultar todas las imperfecciones posibles. Esto último incluía ciertas cicatrices que Hamon tenía repartidas por el rostro, algo para lo que usaba el maquillaje que llevaba con ella en un maletín negro. — Ya estás. Has quedado muy guapo. — Aquella fémina llevaba su melena castaña suelta, algo que realzaba sus iris marrones.

Hamon se observó en el espejo que Azalea le colocó delante durante unos segundos, tras lo que asintió con los párpados entrecerrados. Instantes después de percibir cómo la fémina dejaba el cristal reflectante en una mesa cercana, el hombre maduro extendió la mano diestra en su dirección. Su gesto dio lugar a que la fémina sonriera al tiempo que se sonrojaba. — Eso sólo lo dices porque me ves con buenos ojos. — Pronunciadas aquellas palabras guió a su interlocutora de modo que tomara asiento sobre su regazo. Acto seguido intentó besarla; no obstante, encontró una resistencia que le resultó desconocida hasta aquel momento. Su interlocutora meneó la cabeza, tras lo que expulsó un suspiro que se extendió durante varios segundos. — ¿Qué ocurre?

Conforme su amante le pasaba los dedos pertenecientes a la mano zurda por su vientre marcado por las estrías, Azalea desvió la mirada hacia la puerta. Ambos percibían los murmullos de quienes se mostraban deseosos de escuchar a Hamon por primera vez. En aquella ocasión se trataba de unos soldados dispuestos a unirse al bando contrario a los Ragen. — Nada… Casi es tu turno para hablar. Esas personas necesitan oír tu mensaje. — Azalea acudió a algunas charlas similares, dadas por individuos que tuvieron que retirarse al percibir cómo nadie les hacía caso. Todo cambió cuando conoció a Hamon, quien conseguía convencer a numerosas personas sin importar que fueran nobles o pertenecieran al populacho. Azalea comenzó a dejarse ver en todos los lugares en los que habló el hombre maduro, hasta que alguien le propuso «cuidar del aspecto de nuestro orador».

Con los cabellos oscuros brillantes gracias al agua de peinado aplicada por la esteticista, Hamon esbozó una sonrisa que Azalea replicó al instante. En una conversación previa entre ambos, el orador compartió con ella que «encendió una llama en él que creyó apagada». — De acuerdo, pero quiero verte después. — Pronunciadas aquellas palabras sintió cómo la fémina le acariciaba su bigote recién recortado. Aquél suponía un gesto al que Azalea solía incurrir durante sus encuentros íntimos. Hamon incluso se disponía a proponerle que se mudara a su hogar cuando la tensión en las calles llegara a su fin e incluso coqueteaba con la idea del matrimonio. Bien… Tras percibir cómo la esteticista asentía, le permitió levantarse conforme intentaba controlar la tensión experimentada en sus partes más privadas. Entregarse a la pasión después de sus discursos le ayudaba a relajar los nervios acumulados durante el día, algo que compartía con su curandero personal a menudo. — Espérame aquí, bella flor. Volveré enseguida. — Recibido un beso al aire, Hamon atravesó la cortina que daba paso al lugar en el que aguardaba una pequeña multitud. La taberna se hallaba a rebosar, reuniendo a personas que no tardaron en ponerse en pie para aplaudir. Fue un noble al que conocía quien le sugirió «no hablar a los soldados subido a un palco, sino desde la cercanía como hizo al principio». Para ello aquel individuo le recomendó «colocarse entre ellos como uno más». Esto último fue algo a lo que procedió un Hamon que quedó rodeado con rapidez, dificultando la labor a los guardaespaldas asignados por el aristócrata. Los dos individuos en cuestión intentaban abrirse paso; sin embargo, unos guerreros vestidos con ropa de calle se lo impidieron. Mientras tanto el orador tomó en sus manos la jarra de cerveza que le ofrecía un guerrero próximo para después tomar unos tragos. ¡Salud, amigos! Ahhh… Su voz sonaba con una potencia tal, que extinguió los murmullos cercanos con rapidez. Esto último se debía también a que Hamon la entrenara a diario, mediante un régimen del que se encargaba un extranjero pagado por el noble. El forastero se mostraba estricto en todo momento, controlando que el nativo de Puerta al Paraíso respetara las comidas así como que realizara diversos ejercicios mediante los cuales fortalecer tanto pecho como espalda. Una vez más los movimientos de Hamon lograban que los demás no lo perdieran de vista. Aquello incluía posturas tales como cuando se daba un puñetazo contra los pectorales o el momento en el que alzaba el dedo índice diestro para después moverlo en círculos.¡Os saludo, amigos míos! Todos somos conscientes de que el momento de la verdad se encuentra cerca. Ha llegado a mis oídos que nuestros representantes pretenden llamar a ese proyecto tan ridículo, y que todos los aquí presentes aborrecemos desde lo más profundo de nuestras entrañas, las «Líneas Independientes». Puede que estén cerca de estampar sus firmas en esas hojas sin valor, pero eso no quiere decir que los verdaderos patriotas debamos aceptarlo. Durante demasiado tiempo hemos intentado un acercamiento pacífico, que se quedó sin recibir respuesta. Hasta me ofrecí hablar con los Ragen en persona; sin embargo, éstos hacen oídos sordos a nuestras justas reivindicaciones. ¡Esa vanidad suya debe terminar de una vez y para siempre! — Aquellas palabras desataron nuevos gritos de apoyo, por parte de unos asistentes subidos a las mesas traseras para así ver mejor. Tras asentir en la dirección de aquellos sujetos, el orador se giró con el objetivo de no dar siempre la espalda a las mismas personas. Asimismo, Hamon caminaba por la estancia, lo cual daba lugar a que los espectadores se empujaran entre ellos para así abrirle un pasillo. El entorno en el que tenía lugar su discurso se hallaba iluminado por numerosas velas, mientras que la madera empleada en paredes y suelo causaba un ambiente cálido. Aquello daba lugar a que la mayor parte de los presentes se desprendiera de sus abrigos poco a poco. — Todos sabéis cómo nos hablan quienes defienden el proyecto. Se atreven… Se atreven a llamarnos «ignorantes». ¡Nos insultan día a día y creen que así apoyaremos este disparate! Pues voy a deciros algo… Yo no veo a personas tontas o estúpidas aquí, sino a compatriotas preocupados por tantos trabajos y familias. Porque todos sabemos qué pasará, si alguien decide trasladar nuestros talleres o el astillero hacia otro lugar… Unos pocos se ahorrarán unas monedas y se harán todavía más ricos a cambio de dejar a nuestros compatriotas sin sus empleos. ¡Y que nadie piense que esto no tendrá consecuencias más allá! — Mientras se dirigía a los presentes, varios hombres aplaudieron al tiempo que chillaban a pleno pulmón. Hamon se vio obligado a aguardar unos instantes hasta que señaló hacia un rincón concreto, en el que se hallaban sentados unos soldados que ejercían como vigilantes en el puerto. A algunos los conocía de antes, mientras que otras caras no le resultaban tan familiares. — ¡Os digo aquí y ahora que el comercio se verá resentido, con lo que más trabajos se perderán! Cuando vengamos a darnos cuenta, tendremos a una multitud de exaltados en las calles clamando venganza. ¿Y sabéis a quienes llamarán para arreglar tal estropicio? ¡Exacto! A vosotros. Sois vosotros quienes deberéis mancharos las manos con la sangre de vuestros vecinos y amigos, y todo por una unión condenada al fracaso. — Pronunciadas aquellas palabras el orador vació otra cerveza al sentir la garganta seca. No transcurrió demasiado tiempo antes de que el posadero acudiera en persona, dispuesto a llenarle el recipiente cuantas veces fuera necesario. No en vano jamás reunió tanto oro como aquel día. — Todo lo demás es mentira. ¿Que estaremos mejor que antes? ¡Mentira! ¿Que tendremos más dinero? ¡Mentira! ¿Que conoceremos paz y prosperidad? ¡Mentira! A la miseria seguirá una revuelta sangrienta, conforme nuestros enemigos se preparan para robarnos a manos llenas. Tanto los de dentro como los de fuera… Fue entonces cuando Hamon señaló hacia la silla ocupada por un centinela cercano. Aquél la liberó con rapidez, de manera que el orador pudiera subirse encima. Su posición elevada le permitía enfocar cómo un soldado próximo apenas lograba controlar el temblor ubicado en sus manos.¡Escuchadme bien, amigos! Soy el último que desea una guerra civil, pero también sé por qué estáis aquí. Jurasteis proteger a Puerta al Paraíso y a su población. Los Ragen nos han traicionado, así que también os han traicionado a vosotros. Debemos salvar nuestra querida ciudad entre todos, aunque sea quitando de en medio a esos desleales. Si vais a mancharos las manos de sangre, al menos hacedlo por los vuestros. Os conozco… Sé que haréis lo correcto. — Sus palabras provocaron que el público aplaudiera con todas sus fuerzas al tiempo que incurría en nuevos gritos de apoyo. Numerosos presentes vitoreaban tanto su nombre como el perteneciente al aristócrata que lo apoyaba. No pocos especulaban con que este último sería «el nuevo líder de Puerta al Paraíso más temprano que tarde». — Gracias por escucharme y tened cuidado al volver a casa. Las calles son peligrosas.Su última petición era consecuencia directa de un incidente ocurrido días atrás. Durante el mismo un partidario de Hamon fue alcanzado por una flecha en el pecho. El curandero al que lo llevaron apenas pudo bajarle los párpados, conforme la esposa del fallecido acusaba a los Ragen de asesinato sin descanso. Diferentes partidarios de Hamon juraban «ajustar cuentas pronto», algo a lo que aquél no se oponía. Para ello les marcó diferentes objetivos, como la posada en la que solían comer unos compañeros de trabajo cercanos a la posición mantenida por los Ragen. Ninguno regresaría a su puesto al día siguiente… Las escaramuzas en las calles aumentaban en frecuencia, de modo que el orador no se entretuvo demasiado con los soldados que vinieron a presenciar su discurso. Hamon volvió a la habitación que puso a su disposición el posadero, donde se encontró a su amante pálida así como con lágrimas asentadas en los ojos. — Azalea ¿Qué te ocurre? — Al no obtener respuesta al interrogante planteado, invitó a la esteticista a ponerse en pie para envolverla en un abrazo y que apoyara la cabeza sobre su pecho. Aquello sirvió de ayuda para tranquilizarla en otras ocasiones. — Ven aquí, mi bella flor. No tienes de qué preocuparte. Te doy mi palabra… — Nada más besar aquella melena castaña, sintió cómo un objeto frío penetraba en su vientre. La sorpresa inicial no tardó en quedar desplazada por un dolor punzante que llevó al orador a dar unos pasos hacia atrás. — Ah, ah¿Qué? — Conforme la sangre bajaba por sus piernas para alcanzar los tobillos, agarró a Azalea por la melena. Fue entonces cuando reparó en cómo tenía un cuchillo alojado en la carne hasta la misma empuñadura, disminuyendo sus fuerzas con rapidez. — ¿Por qué?






El forcejeo resultó en que Hamon cayera hacia atrás, con varios mechones castaños entre los dedos. Una vez consiguió liberarse, Azalea se agarró el pelo conforme retrocedía hacia una mesa cercana. El dolor experimentado provocó que tragara saliva con fuerza. — Ah, ah, ah… Lo siento… Lo siento tanto, Hamon. No quería… Yo… Ojalá puedas perdonarme.La asaltante observó cómo su amante quedaba bocarriba, tras lo que la vida lo abandonó con rapidez. Segundos después la fémina desvió la mirada hacia sus manos temblorosas, en las cuales distinguió varias manchas rojas asentadas en los nudillos. Si bien Hamon la llamó en varias ocasiones antes de exhalar su último aliento, Azalea le dio la espalda con rapidez. — No… Para, por favor… — Fue entonces cuando el silencio regresó a la sala y un guardaespaldas del fallecido abrió la puerta que conectaba con el exterior. La atacante pestañeó varias veces, tras lo cual aquel individuo le ordenó «abandonar la posada». Nada más pisar el pavimento la mujer distinguió un carruaje al que se subió a toda prisa. En el interior encontró una pila con agua y jabón, así como un atuendo limpio. Nada más lavarse y cambiarse, fue instruida para colocarse una venda en los ojos durante el resto del trayecto. Aquél abarcó diversos baches así como que pasaran por numerosos puntos de control. La respiración cercana confirmaba a la fémina que alguien la vigilaba en todo momento, asegurándose de que no se desprendiera del trapo que le impedía ver. Sólo cuando dejaron atrás la zona comprometida, el supuesto protector de Hamon liberó a Azalea de la tela con la que ésta se cubrió los ojos antes.

Quien se hizo pasar por guardaespaldas se quitó la armadura en alguna parte del trayecto, de modo que ahora portara un atuendo formado por camisa y pantalón oscuros. Tras bajar del carruaje mediante un salto, colocó un taburete para que Azalea pudiera hacer lo propio. Instantes después de comprobar los alrededores se dirigió a una fémina que todavía sollozaba. — Era la única solución posible. Lo sabes, ¿verdad?

Con la intención de no pasar ni un segundo más de lo necesario junto a aquel sujeto, Azalea meneó la cabeza con las cejas encogidas. Estas últimas quedaban humedecidas por el sudor que transcurría por su frente. La fémina se encontraba en un pequeño puerto para pescadores vacío a aquellas horas de la noche, a juzgar por los barcos anclados que distinguía. — Sólo devuélveme a mi hijo de una vez…

Quien era un extranjero en realidad asintió con rapidez, tras lo que expulsó un sonido muy similar al de los periquitos autóctonos. Esto último propició que una mujer asomara de entre unos barriles con un niño agarrado a su mano diestra. La fémina aguardó a recibir la orden por parte de su superior, quien le dio permiso para soltar al pequeño transcurridos unos segundos. — Lo has hecho bien, Azalea. Mi jefe quiere que sepas que lo debido por tu marido queda saldado. Aquí tienes a tu hijo, un poco de oro para que os asentéis y un pasaje con el que viajar a Falzia. El capitán del barco es un poco arisco, pero no os molestará. Os deseamos lo mejor. Con su misión cumplida, se disponía a abandonar Puerta al Paraíso para volver a Venera. Allí le sería indicado su próximo destino y con quién colaboraría.

Las palabras anteriores le supusieron un alivio que no conoció en años. Todavía recordaba cómo la ilusión tras casarse con su esposo dio paso a los golpes y perderlo todo en las salas de juego o ver a su hombre con prostitutas. Azalea incluso fue perseguida por los recaudadores de deudas, como uno que la amenazó con «llevarse a su hijo como no pagara de una vez». Si bien el rostro perteneciente a Hamon la perseguiría durante años en forma de pesadillas, la asesina suspiró con una sonrisa en los labios al abrazar a su retoño ahora que las deudas formaban parte del pasado. — ¡Ven aquí! Mi hombrecito… ¿Te han tratado bien? — La fémina distinguió con rapidez cómo su hijo era un poco más alto que la última vez que se vieron. Asimismo, reparó tanto en su ropa como en unos zapatos nuevos. — No sabes cuánto te he echado de menos…

El niño quedó apretado contra el pecho de su progenitora, conforme los espías se retiraban. Ninguno de ellos se despidió ni tampoco volverían a cruzarse con Azalea. — Mamá… Para… Me haces daño. — Aquellas palabras dieron lugar a que su madre se alejara un poco, lo cual le permitió respirar como de costumbre. El niño no tardó en mostrar una bolsa con juguetes en el interior. — Sí, mamá. Me han hecho muchos regalos. La comida estaba muy buena… — Fue entonces cuando distinguió las lágrimas que recorrían el rostro de su progenitora. El pequeño le apartó varias de las mejillas, tras lo que tomó unas manos que temblaban. — ¿Por qué lloras, mamá? ¿Me he portado mal?

Lejos de mencionar lo compartido con Hamon o que asesinó a este último, Azalea se disponía a mantener aquello en secreto para siempre. Ambos repararon en cómo el capitán de un barco cercano los llamaba mientras movía las manos. Aquel individuo no tardó en recordar que «le quedaban muchas mercancías por entregar y que no le pagaban por estar parado». — No es nada, tesoro. Vamos a hacer un viaje juntos, ¿eh? Será divertido. — Pronunciadas aquellas palabras Azalea y su retoño se subieron al navío, a bordo del cual abandonaron Puerta al Paraíso para no regresar jamás.