domingo, 27 de junio de 2021

Nueva historia corta - Respeto (Segunda Parte)


      Esta historia corta cuenta qué ocurre con los corsarios al mando de Niles tras abandonar el asentamiento de Spiro. También conocerás un mejor cómo el capitán maneja a su tripulación y el destino de varios supervivientes.

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Respeto – Segunda Parte


Los gritos marcados por la desesperación se clavaban como estacas en sus oídos. Mirara donde mirara Spiro veía compatriotas suyos que estaban siendo asesinados por los corsarios, rodeados de llamas que lo consumían todo a su paso. Los suelos se hallaban poblados de cadáveres, mientras las casas adyacentes se derrumbaban para aplastar a quienes seguían dentro. Siempre que el joven intentaba levantarse para detener a los bandidos de los mares, recibía un golpe que lo tumbaba de nuevo. En aquellas circunstancias no podía hacer otra cosa salvo observar cómo el asentamiento en el que pasó toda su vida hasta el momento terminaba arrasado sin piedad. Diversos compatriotas suyos llegaban tan lejos como culparlo de su desgracia, como en el caso del alcalde. Este último le prometió «que jamás alcanzaría la felicidad», tras lo que fue decapitado por la mujer que seguía a Niles en la jerarquía bajo la cual se regían los extranjeros. — ¡! — Y entonces el joven sacerdote se despertó mediante un resalto para, acto seguido, volcar hacia la izquierda sobre un montón de paja. No pasó demasiado tiempo antes de que su extremidad zurda quedara recorrida por un dolor que llegaba desde las uñas hasta el mismo hombro. Spiro intentó levantarse una vez más; no obstante, perdió el equilibrio al sentir un movimiento bajo sus pies. Tumbado bocarriba como se hallaba ahora enfocó la llama perteneciente a una lámpara de aceite. El joven reconoció el símbolo que vio en un libro con anterioridad. Si bien no recordaba a qué clan noble identificó con exactitud, sí sabía que aquella familia lideró una ciudad-estado antaño poderosa. No pocas crónicas mencionaban cómo clanes enteros perdieron privilegios e influencia al no poder evitar que los corsarios asaltaran sus urbes. Algunos terminaron por dispersarse, de modo que sus supervivientes iniciaran vidas como mercenarios u otros oficios considerados «de pobres». ¿Los criminales nos han derrotado? No puede ser… Segundos después Spiro sintió cómo quedaba mecido por unos movimientos suaves, algo que le recordaba a los días en los que su abuelo lo subió a su regazo para contarle historias. En estas últimas su familiar le habló de «hombres valientes, que lucharon contra las injusticias allá donde se dieran lugar». ¿Dónde estoy? Incapaz de responderse a aquel interrogante el joven reparó en unos barrotes, aunque también en cómo la puerta que formaba parte de su celda se encontraba abierta. Las risas que sonaban desde una mesa cercana llevó a que observara cómo unos marineros se entretenían con una partida de cartas. Uno de los jugadores levantó la cabeza para mirar en su dirección durante unos segundos, tras lo que volvió a comprobar su mano. Según aquel individuo, «la suerte le sonreía hoy». Otra participante terminó de vaciar su pinta, tras lo que expulsó un eructo por el que nadie la amonestó. Todos y cada uno de aquellos sujetos iban armados, una orden impuesta por su capitán. No en vano este último no se cansaba de repetir «podemos encontrarnos un barco al que desvalijar en cualquier momento».

Sentado sobre una silla cercana se encontraba Niles, el mismo corsario que mandó destruir el asentamiento de Spiro. El capitán tenía en sus manos un diario, en el que tomaba diversas anotaciones mediante una pluma. Instantes después de volver a introducir la misma en tinta se dirigió al sacerdote del Ancestro. — Puedes salir cuando quieras, Spiro. — Pronunciadas aquellas palabras enseñó lo escrito a un hombre más pequeño, quien le indicó que «fueron treinta y siete las casas que redujeron a cenizas». — ¿Estás seguro de que no fueron cuarenta? — Al notar cómo su interlocutor asentía Niles encogió los hombros, tras lo que sopló sobre lo recién escrito. Conforme se secaba la tinta, el corsario asintió sin mirar al otro sujeto. — Valiente canalla… Pues lo dejamos como está. Me gustan más lo números pares. — No pasó demasiado tiempo antes de que cediera el tomo que recogía sus aventuras para que el otro individuo se lo llevara. Sus hojas reflejaban el mismo momento en el que tomó a la fuerza el barco que ahora capitaneaba hasta la época actual. Haz unos dibujos bonitos de chozas ardiendo o algo similar para que sea más dramático. Y de gente corriendo despavorida. — Dadas aquellas instrucciones Niles enfocó a un Spiro que acababa de sentarse sobre el suelo con paja sobre el que durmió varias horas seguidas. Al corsario no se le escapaba cómo el joven se rascaba la piel expuesta cada pocos segundos, como la ubicada en su nuca. — Ven aquí, Spiro. Sólo quiero hablar. Mira… Te tengo una silla preparada.

Fue entonces cuando el joven reparó en que tenía su extremidad izquierda vendada para que apenas pudiera moverla. El olor que emanaba de su cuerpo le indicaba que alguien le desinfectó las heridas provocadas por Niles, de modo que no descartara la presencia de un curandero entre la tripulación. —…— Spiro se vio obligado a servirse de los barrotes para incorporarse, tras lo que caminó hacia el individuo que lo derrotó en combate. Tal y como aseguró Niles, pudo abandonar la celda sin impedimentos. Los corsarios, mientras tanto, seguían entretenidos con las cartas, jugándose su parte de lo rapiñado durante los ataques. Spiro tragó saliva en el mismo instante en el que distinguió el olor a comida que emanaba desde la cocina cercana. No tardó en recordar el olor a cocido que tantas veces olfateó durante su infancia. — Tenéis las celdas cerca de donde hacéis la comida…

Niles asintió con rapidez, conforme su interlocutor se detenía para deleitarse con aquel aroma. Su estómago expulsó varios rugidos, lo cual dio lugar a que el corsario encogiera los hombros. — Sí… Una de las ocurrencias de quien mandó construirse el barco. Me contaron que «quería mantener a los prisioneros a raya así». Pero bueno… Yo tengo a los míos en otra parte, y tú no eres un prisionero, Spiro. Siéntate conmigo. — Instantes después de que el hombre al que definía como «su invitado» se dejara caer en la silla, el capitán se carraspeó. No pasó demasiado tiempo antes de que señalara hacia dos vasos de agua llenos. Spiro tomó varios tragos azuzado por la sed, algo que Niles imitó a los pocos segundos. Aquél portaba el mismo atuendo que cuando invadió el último asentamiento arrasado por los suyos, lo que dejaba a la vista su torso. Al igual que casi todas las personas a su mando ni siquiera fue herido durante un pillaje que se extendió durante apenas unas horas. — Voy a ser sincero contigo, Spiro. No toda mi tripulación piensa que es buena idea tenerte con nosotros, así que tienes suerte de que sea yo el que mande en este barco. De lo contrario tu esqueleto ya estaría en el fondo del mar. Hay muchos peces que no hacen ascos a la carne humana por estas aguas. — Tras percibir cómo el joven tragaba saliva, le quitó el recipiente de las manos para después colocarlo sobre la mesa. Esta última se hallaba decorada mediante un barco en miniatura introducido en una botella de cristal. Una placa en el interior ponía de manifiesto que aquel navío pequeño fue montado en Limea. — Supongo que te preguntarás por qué estás aquí. Quizá piensas que voy a venderte como esclavo o incluso que te «estoy perdonando la vida». Nada más lejos, Spiro. No te estoy perdonando nada y vales más para mí vivo. Te encuentras con nosotros porque has luchado como un valiente sin tener oportunidad alguna para vencer. Incluso cuando ya estabas derrotado cargaste contra mí… Como te conté cuando nos vimos la primera vez, eso es algo que respeto. Y, por si no te has enterado todavía, me llamo Niles.

¿Me respeta? Me cuesta creerlo, ya que en mi patria los demás solían insultarme a diario. Hombres, mujeres y niños… Todos lo hacían. Y la que más me ofendía era… Incapaz de concluir aquel pensamiento Spiro se dirigió a un Niles que se rascaba el pecho en los instantes presentes. Uno de los nudillos pertenecientes a su mano diestra se hallaba con el pellejo levantado, algo que dio lugar a que alguien le vertiera un líquido marrón encima antes. — ¿Qué quieres de mí, Niles?

Ah, sí… Directo al grano; sin rodeos. ¡Me gusta este chico! Concluidos aquellos pensamientos el corsario asintió al tiempo que esbozaba una sonrisa. El hombre de pecho poblado tenía su arma cerca para posibles eventualidades, aunque nada le indicaba que su invitado lo atacaría. En su lugar creía percibir una curiosidad sincera, proveniente de un hombre que volvió a beber para así vaciar su vaso hecho mediante barro. — Bueno, verás… Imagina esto como una gran familia. — Mientras daba aquella descripción Niles señaló hacia varias partes del barco con la palma diestra hacia arriba. Esto último incluía a quienes jugaban a las cartas, con un corsario que alzaba los brazos por haber ganado el bote. — Puedes pensar en mí como el hermano mayor. Conozco a mi gente y hablo con ella a menudo, por lo que sé también lo que preocupa a más de uno. Sé que tienes tu opinión sobre nosotros, y no se me ocurriría discutírtela, pero voy a contarte algo que te sorprenderá: muchos queremos creer en algo. Algunos ya tenemos una edad, así que nuestras conciencias nos juegan malas pasadas de vez en cuando. Nos gustaría aspirar a la salvación de nuestras almas. El problema está en que nadie quiere enseñarnos, y créeme que lo he intentado. En fin… Me gustaría que compartieras tu fe con nosotros. Alguien a quien conoces me ha contado que sigues la doctrina del Ancestro. No pocos estamos interesados en ella y deseamos saber más. ¿Qué me dices, Spiro? ¿Quieres ser nuestro guía espiritual? ¿Nos guiarás hacia la salvación eterna de nuestras almas? Podrías no participar en nuestras rapiñas, aunque estaría dispuesto a que alguien te enseñe a defenderte si lo quieres así. O quizá sí vienes con nosotros. Sé que bajo esa expresión se esconde todo un corsario. La decisión sería por entero tuya. — Pronunciadas aquellas palabras el capitán percibió cómo su interlocutor bajaba la mirada para fijarla sobre un punto imaginario en el suelo. También oía cómo su invitado respiraba con una velocidad creciente.

¿Así que eso pretenden conmigo? Se supone que una doctrina del Ancestro concreta habla de una ciudad legendaria, en la que nadie debe sufrir. Las teorías cuentan que se la regalaron unos aliados suyos, aunque no se habla de quiénes. Pero… ¿Sería correcto compartir algo así con estos salvajes y asesinos? Que Spiro se pasara la mano diestra por la cara le sirvió para comprobar que alguien le cortó las uñas mientras estuvo dormido. Asimismo, portaba otro vendaje en la cabeza que tapaba una herida en proceso de cicatrización. — No lo sé… No te ofendas, pero no creo que seáis las personas correctas para enseñar.

Lejos de tomarse aquella negativa inicial como un insulto, el capitán expulsó varias carcajadas con las que su interlocutor cayó en silencio. — ¡JA, JA, JA! Me gusta tu sinceridad, Spiro. ¿Lo habéis oído? Los corsarios de Kai no somos «las personas correctas». — Varios tripulantes cercanos también se rieron hasta que su líder dobló las manos. Este último enfocó al sacerdote durante unos segundos, tras lo que asintió con una sonrisa en los labios. — ¿Prefieres a un noble que siempre está haciendo la guerra, al mando de soldados que van por ahí matando y violando? Podrías intentarlo con timadores, bandidos o personas que pegan a sus mujeres e hijos también. ¿Y las que engañan a sus maridos con otros hombres? De eso hay mucho en las ciudades grandes… No, la verdad es que de eso hay en todas partes. ¿Qué me dices de las ciudades-estado que os han dejado a tirados a pesar de vuestros ruegos? ¿O quizá te gustan más esos compatriotas tuyos que solían reírse de ti siempre que les resultaba posible y no tuvieron pelotas para ayudarte contra mí? ¿Piensas en convertir a Dinah? Es guapa, ¿verdad? — Aquellas preguntas dieron lugar a que el rostro perteneciente a su invitado adquiriera tonalidades rojizas. Niles no olvidaba cómo el joven pronunció varias veces el nombre de la fémina durante sus pesadillas. El capitán se puso en pie para, acto seguido, ofrecer su mano diestra al sacerdote. — Voy a enseñarte una cosa, Spiro. Si después de verla sigues igual de convencido, no volveré a pedírtelo. Es una propuesta justa, ¿no crees?

Instantes después de escuchar aquella proposición el sacerdote del Ancestro se echó hacia atrás sobre el respaldo. A su mente vinieron lo que creía saber acerca de los corsarios, algo que abarcaba también pactos rotos así como traiciones personales. Spiro todavía recordaba una historia que contaba cómo un bandido de los mares fue reclutado por una ciudad-estado para vencer a otros corsarios. Según la leyenda, aquel individuo aceptó el dinero por adelantado, tras lo que desapareció justo el día del ataque. — ¿Y cómo sé que vas a cumplir tu palabra? Los corsarios no tenéis la mejor fama en este mundo… Nada más plantear aquel interrogante sintió cómo el bandido de los mares le ayudaba a levantarse, tocándolo lo justo sin presionarlo más allá.

Una pregunta interesante la que me hace. No he llegado hasta aquí por creer en estupideces como la lealtad a cualquier precio. El camino hacia arriba siempre requiere tirar a alguien que estorba. Así es ahora y así lo será por toda la eternidad. Concluidos aquellos pensamientos el corsario encogió los hombros. Aquel movimiento dio lugar a que Spiro diera dos pasos hacia atrás, hasta que chocó contra una columna de madera. Esta última tenía un retrato colgado, tomado a un aristócrata cuyo nombre lo tripulantes no conocían. La supuesta razón por la que Niles lo dejaba en aquel sitio era que «tenía buena planta». — No lo sabes, aunque sí es cierto que no cambio de idea con tanta facilidad como otros. Sabía a lo que fui a tu asentamiento, y nadie consiguió quitármelo de la cabeza.

Supongo que eso es cierto. El joven terminó por caminar detrás del capitán, por pasillos en los que los bandidos de los mares se apartaban nada más verles llegar. El trayecto los llevó hacia un comedor, que pudieron observar desde una posición más elevada con respecto a la mesa y sillas colocadas en el centro. A juzgar por el comportamiento de las dos personas que comían los manjares repartidos sobre la tabla, éstas no reparaban en la presencia de los recién llegados. ¿¡Dinah!? ¡Está viva! Y más bella que nunca… Spiro también reconoció a la corsaria que presionó para atacar el asentamiento antes de que Niles diera la orden para ello. La fémina en cuestión daba buena cuenta de unos filetes de cerdo junto a Dinah. Estos últimos se hallaban tanto empanados como acompañados por unas verduras asadas como guarnición. — Ah… — Ambas se reían a menudo, en unos instantes en los que también bebían vino. Llevado por sus creencias Spiro no probaba nada que contuviera alcohol desde los quince años.

Vaciada otra copa, la joven aceptó que su anfitriona volviera a llenarla. Se encontraban muy cerca la una de la otra, lo que daba lugar a que se tocaran de vez en cuando. En los instantes presentes Dinah mostraba las uñas a la corsaria, quien expresó interés en la fuerza que presentaban las mismas. — Las tengo así desde pequeña. Siempre me ha gustado cuidarme. De lo contrario los hombres no se fijan en una. Es necesario estar preparada siempre, tal y como me enseñó mi madre. Cada cual tiene que usar las armas de las que dispone. — Pronunciadas aquellas palabras ambas dieron sendos tragos a sus recipientes, en unos instantes en los que Dinah comenzaba a acusar el mareo causado por el alcohol. La joven permitió que la corsaria le colocara la mano diestra sobre el hombro izquierdo para después acariciarlo con suavidad.

La segunda al mando de Niles tenía la piel morena mientras llevaba la cabeza afeitada. Cuando alguien le preguntaba por la costumbre de no llevar pelo en la cabeza, contestaba con que «le molestaba para luchar». — No sabes cuánto te envidio, Dinah. Los hombres hacen cualquier cosa que les pidas, y ni siquiera tienes que abrir las piernas para ello. Sólo basta con que los mires un rato. Ese chico, Spiro, vino a la plaza sólo para defenderte. Habría muerto por ti, ¿sabes? Incluso… Incluso el capitán está interesado en ti. No hace más que hablar acerca de «cómo quiere ser el primero en ver lo que hay bajo ese vestido que llevas puesto». Le gusta hacerlo con dos mujeres a la vez, si comprendes lo que te quiero decir. — Las dos sonrieron durante unos segundos, durante los cuales la corsaria percibió cómo Dinah asentía en silencio. También se dio cuenta de cómo la joven casi deja caer la copa al intentar colocarla sobre sus muslos. Debido a ello la segunda al mando le quitó el recipiente para volver ponerlo sobre la mesa. No más vino para ésta. Concluido aquel pensamiento volvió a dirigirse a una joven que se tocaba los cabellos con frecuencia. — Si lo convences, quizá hasta te tome como su amante. Tus problemas quedarían resueltos y no te faltaría protección.

No pasó demasiado tiempo antes de que Dinah frotara los muslos entre ellos. Sin ir más lejos soñó con el corsario durante la noche anterior en media docena de posturas diferentes. Algunas sólo las conocía de oídas, propiciando que la joven se mordiera el labio inferior durante unos segundos. Los hombres son todos iguales. Pueden tener las mentes más brillantes, pero pierden la cabeza por lo que tenemos abajo. Siendo así creo que tengo una buena oportunidad. No es como acabar junto a un noble, pero aquí no me faltará de nada a cambio de yacer con ese corsario cuando me lo pida. Además, tiene su atractivo. Posee fuerza, seguridad en sí mismo y una posición en la que se le respeta. Mejor que cualquier otra cosa a la que aspiraba en mi patria. Dinah asintió en la dirección de su interlocutora, quien masticaba un trozo de carne en los instantes presentes. — Creo que me gusta la idea. Será muy placentero, si la segunda eres tú. Eres bella a tu manera. Ésta también puede ser una aliada importante. Es la primera vez que conozco a una mujer que se iría al lecho con otra. Tengo curiosidad…

Segundos después de tragar lo triturado con los dientes y eructar, la corsaria mostró una sonrisa que dejaba a la vista una mancha marrón en el incisivo inferior derecho. La fémina de cabeza afeitada se pasó la lengua por el dedo índice zurdo, tras lo que expulsó un suspiro al tiempo que asentía. — Llevo horas sin pensar en otra cosa. Me alegra que las dos lo veamos igual. — Pronunciadas aquellas palabras volvió a mencionar a otro individuo que se encontraba en el navío tras quedar destruida su patria. Nada más nombrarlo percibió cómo su interlocutora entrecerraba los párpados al tiempo que apretaba los dientes. — ¿Y qué pasa con Spiro? Está vivo… — Compartir aquello no ablandó la expresión que observaba en Dinah, permaneciendo ésta inalterada. — Luchó con valentía. Es posible que Spiro sea un estúpido por muchas razones como la de enfrentarse al capitán, pero también lo hizo por ti. ¿No piensas en él como un hombre digno?

Spiro… Cada vez que oigo su nombre me entran ganas de vomitar. No quiero ni imaginar la de veces que se ha tocado pensando en mí… Lejos de compartir la opinión expresada por la fémina con la que compartía almuerzo, Dinah explicó con rapidez las sensaciones que el joven causaba en ella. — Spiro es un muchacho asqueroso. Ni es nada ni jamás tendrá nada. Está enamorado de mí desde que éramos pequeños, pero jamás le permití que se me acercara. Los chicos de mi barrio y yo nos entreteníamos con hacerle de rabiar y pegarle cuando nos aburríamos. Yo misma le crucé la cara varias veces, mientras dos muchachos lo aguantaban. Hasta le escupía en la cara Y es todavía más horrible ahora como adulto. No vale ni siquiera para venderlo como esclavo. Los hombres como él están mejor muertos. Yo misma podría rajarle el cuello para demostraros mi lealtad. Ese idiota no significa nada para mí. — Pronunciadas aquellas palabras vio cómo la otra fémina se ponía en pie dispuesta a abandonar la estancia. El sonido que percibió a continuación indicaba que alguien colocó una placa de madera ante la puerta para evitar que Dinah saliera. ¿Van a traérmelo aquí? Podría matarlo en cualquier parte sin que me temblara el pulso. O quizá vuelva con el capitán. No sólo el lecho me vale para complacer y complacerme.

Conforme Spiro asimilaba lo que acababa de descubrir, Niles se cruzó de brazos. Que un cristal separara aquel lugar con respecto al comedor evitaba que Dinah les oyera hablar. — ¿No es encantadora? — Al notar cómo su invitado se giraba en su dirección, el corsario encogió los hombros. No pasó demasiado tiempo antes de que meneara la cabeza con una sonrisa en los labios. — No me refiero a esa ramera, sino a mi esposa. Recuerdo cómo nos conocimos… Acabé con un amante suyo en un duelo, tras lo que la reclamé como premio. Intentó matarme; dos veces. Después nos encerramos para fornicar durante horas y nos casamos a los pocos días. Esa mujer me hace dormir con un ojo abierto, justo lo que necesito en mi oficio si quiero llegar a viejo. — Mientras compartía aquella experiencia el corsario no dudó en rascarse las partes pudendas con la mano derecha. Segundos después se giró la puerta que alguien abría desde el exterior.

La recién llegada esquivó a Spiro sin tocarlo, tras lo que caminó por la estancia con el rostro enrojecido. El temblor ubicado en sus manos ponía sobre relieve las dificultades padecidas para controlar sus impulsos. — Voy a matarla… ¡Juro que pienso matar a esa puta! Follarse a mi marido conmigo en el mismo lecho… ¿Qué es lo siguiente? ¿Que la bese en esa boca apestosa mientras? ¿¡Quién se cree que es!? ¡Le arrancaré esa cabeza de serpiente que tiene! — Conforme seguía con sus maldiciones la fémina derribó una mesa con una vasija metálica encima. La resistencia de aquella pieza hecha en otro asentamiento asaltado daba lugar a que hiciera contacto con el suelo sin abollarse.

Tras esbozar una sonrisa Niles agarró a su esposa por la cadera, tras lo que la movió de manera que se echara hacia atrás sobre su brazo diestro. Ambos se fundieron en un beso, en el que sus lenguas se encontraron durante varios segundos. El corsario incluso le permitió a su mujer que le mordiera los labios, tras lo que le ayudó a incorporarse. No perdió la ocasión de darle una palmada en el trasero, la cual contribuyó a que su esposa expulsara un suspiro. — Podríamos hacer eso, pero primero quiero saber qué tiene que decir al respecto mi amigo aquí presente. ¿Y bien, Spiro? ¿Qué deberíamos hacer con Dinah? ¿Matarla como sugiere mi bella mujer o tienes otra idea mejor?

Por el Ancestro… ¡Me mataría ella misma si es para sobrevivir! ¡Después de todo lo que he hecho! Mi padre tenía razón al decir que las personas así nunca cambian y que no debería perder el tiempo con ella. Concluidos aquellos pensamientos el joven tomó aire, conforme sus interlocutores aguardaban su respuesta. Con el corazón golpeando su pecho con fuerza, Spiro terminó por menear la cabeza. — Asesinarla sería un error. Es posible que esté podrida por dentro; no obstante, el exterior es aprovechable. Seguro que no pocos idiotas estarían dispuestos a pagar verdaderas fortunas por una mujer así. Recomiendo que esté alejada de los hombres para mantener intacto su valor. Su lugar no está en este barco, sino en las calles. Ahí es donde terminará algún día, cuando su belleza se haya marchitado. Estoy seguro… — Las dos personas con más mando en el barco asintieron al unísono para así expresar su acuerdo. Spiro también compartió la decisión con respecto a lo que su propia existencia a partir de aquel momento respectaba. — Voy a enseñaros la senda del Ancestro y quiero aprender a manejar un arma. Estoy harto de que me pisen.

Instantes después de dejar chocar las manos Niles se giró hacia su esposa y oficial de mayor rango. Esta última encogió los hombros, tras lo que el capitán atrajo a Spiro de manera que pudiera rodearle los hombros con el brazo zurdo. — ¡Ya te dije que este muchacho vale su peso en oro! Bienvenido a bordo, Spiro. Me alegra tenerte con nosotros. Vamos a comer algo. — A partir de aquel momento se daría a conocer un corsario adepto al Ancestro que rezaba al Primer Humano tras cada rapiña. Si bien su orden aseguraba «no aceptar a los bandidos de los mares como creyentes», jamás lo expulsó.


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