martes, 23 de febrero de 2021

Nueva historia corta - El Asiento (Parte II)

      ¡Nueva historia corta ambientada en «Ascuas de la Creación! Esta historia corta te trasladará hacia los instantes previos a la conocida como «Guerra del Asiento». El punto de vista ahora es el de Henry Ribard y su consejero Matio, con interés en que estalle el conflicto. El relato tiene una primera parte ya publicada (recomiendo leerla primero).

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El Asiento – Parte II


    Apenas nadie reparó en la llegada del gobernador, puesto que los participantes en la reunión ya tenían iniciada su discusión. Tan caldeados se hallaban los ánimos, que numerosos asistentes cruzaban acusaciones entre ellos. Como de costumbre Janick Woodhound pretendía pasar las horas necesarias sin intervenir, ni siquiera para dar el encuentro por concluido. La decisión de cuándo llegaría a su fin dependía de los nobles presentes nada más. Éstos acudieron a la Torre del Gobernador ante la perspectiva de un posible conflicto entre dos clanes que reclamaban una poltrona libre. Esta última se encontraba liberada de los estandartes anteriores, a la espera de que alguien la ocupara. Entre los presentes se hallaba el patriarca del clan Ribard, quien al contrario que tantos otros permanecía sentado y sin entrar en la disputa dialéctica. Las misivas enviadas por sus embajadores le permitían saber que las familias rivales preparaban sus ejércitos para un más que probable enfrentamiento hostil, con dos bandos bien definidos. Fue su consejero primero, también presente, la persona que le sugirió entrenar a sus enviados diplomáticos como espías. Aquello suponía un método muy similar al que usaban los banqueros para procurarse información u otras ventajas. De hecho el hombre que tenía a su lado trabajó durante años en Venera para diferentes familias. Esto último le concedía experiencia a la hora de usar métodos que luego enseñó a sus pupilos. Los aprendices se encontraban repartidos por numerosos puntos de las Líneas Independientes, a la espera de ser empleados en lugares tales como Venera y Punto Alto en el futuro. — ¿Qué te parece? ¿Hm? — Conforme planteaba aquella pregunta Henry Ribard apoyó los codos en la barandilla, tras lo que posó la barbilla sobre las palmas pertenecientes a sus manos. Estas últimas mostraban unas muñecas hinchadas, algo que también se trasladaba hacia sus codos. Los curanderos no encontraban explicación a lo que definían como una «retención de líquidos severa». De nada servían las infusiones o hacerle beber más agua, puesto que apenas los evacuaba. Aquel mal, heredado por un hermano en cada generación, significó la muerte prematura de su padre. Este último le entregó el puesto por ser el primogénito como última voluntad. Que los demás hijos tuvieran mejor salud y destacaran más en campos tales como la guerra o las ciencias no influyó en aquella decisión. — Esto me aburre. Me gustaría tomarme las cosas como nuestro respetado gobernador. Ese hombre sí que sabe aprovechar el tiempo. En lugar de importarle la discusión, se echa una siesta. — Según el acuerdo alcanzado con su consejero primero, nadie debía dudar de que Henry Ribard se encontraba entre quienes consideraban la pelea entre clanes una estupidez. Que buscara beneficiarse de una guerra que desgastara a sus rivales suponía un secreto entre aquellos hombres. Ni siquiera sus familiares más cercanos conocían sus intenciones de cara al futuro. El noble incluso se 1preparaban para el supuesto en el que fuera preciso quitarse de encima a sus hermanos. Recursos tales como enviarlos lejos como legados, casar a las mujeres con otros nobles o exiliarlos a Kai por motivos inventados para asegurarse su puesto como patriarca eran considerados válidos. Henry Ribard no tenía hijos con su esposa todavía, algo que no parecía importarle en lo que a sus maquinaciones respectaba. La posibilidad de que su familia corriera un destino parecido a la que dejó libre el asiento y el poder en su urbe se le antojaba algo lejano. También ocultaba la opinión que le causaba un Janick Woodhound al que no dudaba en criticar en privado. Según su consejero, el gobernador actual no sobreviviría al año en curso. El anciano sólo calienta la maldita silla. Tiene la misma importancia que su patria: ninguna. Y luego están esos idiotas que se pelean por un palco y los que se suman al desvaríoNuestro método es más limpio y barato. Conquistaré mis objetivos siendo un pacifista declarado. Mi escuadra de espías será mejor que las de los banqueros.

        El individuo conocido como Matio meneó la cabeza, tras lo que se fijó en cómo el gobernador dormía al tiempo que expulsaba saliva por la boca. De poco servían los esfuerzos de Shimot por ocultar la cara de Janick Woodhound. No en vano Matio tenía experiencia en lo que era desenmascarar a individuos con los rostros cubiertos. — Estate preparado para salir por si las cosas se ponen feas, mi señor. No podemos contar con que el gobernador mantenga el orden aquí. — Pronunciadas aquellas palabras asintió al igual que hizo el noble al que servía. Al contrario que este último, Matio poseía un rostro de pómulos marcados. Asimismo, tenía tanto una nariz como una nuez pronunciadas, junto a un torso de costillas visibles. Según lo compartido con Henry Ribard, aquel hombre se vio obligado a abandonar Venera tras ser apresado por los espías de un banquero rival. Matio sobrevivió durante días a diversas torturas sin responder a las preguntas hechas por sus captores hasta que consiguió escapar. Esto último significó acabar con tres personas durante el camino, sin importarle cuántas fueron inocentes. El antiguo espía no quiso correr riesgos, degollando a una joven tras ver cómo ésta metía la mano diestra en su cesta. Lejos de comprobar si su corazonada fue acertada, Matio abandonó el callejón con presteza.El lenguaje corporal de estas personas indica que pronto llegarán a las manos. Han fingido respetarse durante años, y ya no tienen motivos para ocultar que se aborrecen los unos a los otros. — El antiguo espía reparó en cómo un frasco de tinta se quedaba en el camino tras ser lanzado por un noble. Este último golpeó su poltrona al comprender que no alcanzaría su objetivo desde tan lejos.

        Sí, ésa es la certeza que tengo desde que nos conocemos. Hablaban lo imprescindible mientras buscaban debilidades de las que aprovecharse. Sus acuerdos fueron firmados con el idioma de la falsedad, ya que sus intereses estaban condenados a chocar desde el principio. Y lo peor es que también son contrarios a los míos. Desgraciados… ¡Ni siquiera me respetan lo suficiente como para buscar mi apoyo! Henry Ribard expulsó un bostezo, al igual que ocurría con una patriarca cercana. Al contrario que en el caso de aquella fémina, el suyo distaba de ser auténtico. El noble llegó tan lejos como frotarse el rostro con la mano zurda, en unos instantes en los que otro aristócrata se asomaba por su balcón con el fin de no perder detalle en lo que a la discusión respectaba. — De acuerdo… — Que su ciudad-estado no dispusiera de un ejército poderoso no impedía que Henry Ribard ambicionara unas minas disputadas por los clanes en liza. Si bien éstas se encontraban más cercanas a su territorio que con respecto a las otras dos urbes, sus rivales ni lo tenían en cuenta como posible propietario. Su única esperanza para hacerse con ellas residía en un enfrentamiento entre los adversarios que los debilitara. Dispuesto a alcanzar tal fin Henry Ribard aprobó el plan propuesto por Matio, de modo que sus embajadores buscaran asuntos personales que avivaran la llama de la enemistad.

        Uno de los patriarcas rivales estrelló los puños sobre su palco con el rostro enrojecido. Varios nobles a su alrededor apenas se mostraban capaces de aguantarse las risas, en unos instantes en los que su guardaespaldas bajaba la mirada. — ¿¡Ah, sí!? ¿Y qué me dices de cuando tu familiar arrebató su intachable virtud a mi tía-abuela? ¡Todo el mundo sabe que la tomó en contra de su voluntad! — Aquélla era una historia que salió a relucir apenas unas semanas atrás, sin que el noble la conociera en un principio. Fue un sirviente quien la contó por primera vez, tras lo que se extendió por su ciudad-estado y las Líneas Independientes. Existían dos versiones, una de las cuales al menos no dañaría la reputación de su familia. Ésta es la única verdad. Todo lo demás es mentira…

    Mientras que su adversario tenía el rostro enrojecido debido a la rabia experimentada, el otro aristócrata se vio obligado a apoyarse en su propio guardaespaldas para no caerse al suelo. A pesar de sus esfuerzos, el hombre que lo protegía mostraba serias dificultades para no verse contagiado por las carcajadas. Estas últimas se extendieron hacia varios palcos cercanos, ocupados por nobles que o apoyaban a aquel hombre o sólo buscaban divertirse con la discusión. — ¡JA, JA, JA! No creo que tumbarse en un pajar y abrirse de piernas borracha como una yegua desbocada equivalga a «ser tomada en contra de su voluntad». ¡Todos los aquí presentes sabemos que esa mujer no era más que una ramera que quería venirse a mi ciudad! Menos mal que mi pariente la dejó tirada en aquel establo, ya que terminó por conseguir algo mejor. A fin de cuentas los hombres somos unos sementales en mi patria, mientras que en la tuya… Todos sabemos acerca de las escapadas de tu padre con su mozo de cuadra. Oh… ¿No te lo han dicho? Deberías preguntarle a tu madre cuando tengas la ocasión. Creo que le gustaba mirar y puede que hasta participar.

       El otro noble se dispuso a saltar por la baranda, obligando a su acompañante a agarrarlo por detrás de modo que permaneciera en su palco. No pocos aristócratas aplaudían al tiempo que animaban a los adversarios a que siguieran o se preparaban para volverse violentos en cualquier momento. De poco servía que diversos guardaespaldas apelaran a la serenidad. — ¿¡Cómo te atreves!? ¡No se te ocurra volver a mencionar a mi sagrada madre! ¿¡Por qué no nos cuentas cómo la tuya se beneficiaba a toda vuestra guardia personal!? ¿¡O la golfa de tu hermana, quien se fugó junto a un comerciante!? ¡Tu sangre no vale nada, si una de vuestras mujeres se marcha con un plebeyo! — Las recriminaciones no sólo sacaban a relucir pasados reales sujetos a la interpretación de cada clan, sino también rumores iniciados por la gente de Matio. Uno de los mismos implicaba un ataque personal que precipitó los acontecimientos. — ¡Ya lo tengo! ¡Cuéntanos cómo perdiste las pelotas en un accidente! No tienes nada entre las piernas que te haga un hombre… — El noble se tocó sus partes pudendas conforme pronunciaba aquellas palabras, causando que una fémina cercana se llevara la mano diestra a la boca.

        Y… Ya son nuestros. Matio movió los labios, conforme el noble que antes rió lograba sortear a su guardaespaldas. No pasó demasiado tiempo antes de que los aristócratas enemistados intercambiaran golpes, algo a lo que se sumaron varios asistentes. El espía convertido en consejero observó cómo la sangre comenzaba a correr entre impactos e insultos. Uno de los patriarcas que más apoyó la pelea terminó tirado en el suelo con la mandíbula partida, mientras que su emisario lo buscaba a gatas entre la muchedumbre. La pelea no tardó en convertirse en una batalla en la que los dos bandos se enfrentaban entre ellos, con otros nobles implicados que sólo buscaban golpear a cualquiera para así contar algo a su vuelta. —…— Un vistazo hacia la poltrona del gobernador le sirvió a Matio para comprobar cómo Shimot urgía a aquél a despertarse. Como de costumbre aquello requirió varios segundos antes de que Janick Woodhound separara los párpados.

        Un silbido expulsado por Shimot dio lugar a que la guardia del gobernador se acercara a disolver el altercado. El hombre que protegía a Janick Woodhound comprobó cómo diversos estandartes caían, al tiempo que tres hombres cubrían a patadas a otro que no alcanzaba a levantarse. Una mujer terminó con medio vestido arrancado así como varias gotas de sangre en las uñas al arañar a otro noble. El guardaespaldas no tardó en visualizar cómo las escuadras privadas terminaban implicadas, por lo que agarró al capitán de la guardia por el brazo diestro. — No importa cómo lo hagas, pero evita que tengamos muertos aquí dentro, ¿¡entendido!? — Sería un desastre para la reputación de lord Janick… No pasó demasiado tiempo antes de que unos vigilantes ayudaran a marcharse a quienes no participaban en el altercado, mientras que el resto se aplicaba a fondo para deshacer el enfrentamiento. Uno de los vigilantes arrancó por accidente una medalla a un noble cercano, quien juró que «no olvidaría su cara». ¿Cómo se supone que vamos a salir de esta situación? Incapaz de responderse al interrogante planteado Shimot tiró de su amigo, al tiempo que unos centinelas despejaban el camino. — ¡Tenemos que irnos, lord Janick! ¡Ahora! No puedes seguir aquí… — Mientras un aristócrata era sacado en volandas con el labio inferior partido, otro le juraba la guerra. A aquellas alturas parecía un hecho que las ciudades-estado en discordia y sus aliados se enfrentarían en un conflicto armado.

    Conforme sus soldados hacían lo posible por separar a los implicados en el incidente para después escoltarlos hacia la salida, el patriarca del clan Woodhound abrió los ojos al sentir cómo era levantado en peso. Su falta de memoria volvió a jugarle una mala pasada al no reconocer a Shimot. — Eh, eh, eh… ¿Quién eres tú? ¿Por qué me tocas? Quiero que venga mi guardaespaldas ahora mismo. ¿Me has oído? ¡Y que me saque a cazar! ¡Quiero cazar! ¡Qué alguien prepare mi caballo! — Lejos de ver cumplido aquel deseo, Janick Woodhound pasaría el resto del día en sus habitaciones privadas sin poder salir.

    
    En lo que a Matio y el noble al que servía respectaba, éstos abandonaron la sala de reuniones junto a quienes no querían verse envueltos en la pelea. Mientras el aristócrata ya especulaba con los beneficios prometidos con las minas, el consejero recibió un empujón que le hizo perder el equilibrio. Uf… Segundos después se vio alcanzado por un pisotón en la mano zurda, a lo que siguió una patada en la cabeza. Esta última dio lugar a que quedara tumbado bocabajo en el suelo, tras lo que una suela se estrelló contra la parte posterior de su cabeza. — ¡AH! — Matio terminó por quitarse de encima un cuerpo más pesado que el suyo perteneciente a un hombre inconsciente. Al no ubicar al noble al que servía el consejero alzó la voz con el fin de encontrarlo lo antes posible. — ¡Mi señor! ¡Lord Ribard! — A pesar de sus esfuerzos, aquellos gritos quedaban absorbidos por las voces a su alrededor. En los instantes presentes las escuadras que acompañaban a los diferentes patriarcas comenzaban a acudir a la plaza exterior. Los líderes de las mismas intentaban mantener el orden por todos los medios, de modo que sus manos no quedaran manchadas con sangre noble. Mientras tanto Matio empujaba a las personas que le suponían un estorbo hasta que ubicó a Henry Ribard. — ¡Mi señor! ¡Aquí! — Sin embargo, algo traspasó su vestimenta y piel para clavarse en la región estomacal. ¿Eh? El antiguo espía miró hacia abajo para encontrarse un puñal hincado hasta la misma empuñadura. Esta última se encontraba sujetada por una mano femenina, que arrancó el cuchillo para proceder a otra estocada. La cara de su atacante se encontraba al descubierto, lo que permitía a Matio distinguir las facciones pertenecientes a una sirvienta que le resultaba conocida. Esta última formaba parte del séquito del clan Ribard desde hacía casi veinte años, de modo que el antiguo espía relacionara acontecimientos con rapidez. ¿Así que alguien me ha llevado la delantera todo este tiempo? Sólo pueden ser los malditos banqueros… El consejero quedó alcanzado por una docena de impactos, tras lo que dejó de contar. Sin que los individuos a su alrededor le hicieran el menor caso, el moribundo cayó de rodillas para después volcar hacia el lado derecho. Lo último que percibió de su asaltante fue cómo ésta limpiaba su puñal para después esconderlo entre los pliegues de su delantal. La conocida como «Guerra del Asiento» daría comienzo pocos días después, enfrentando a los dos clanes y sus aliados. Los participantes no tardarían en endeudarse todavía más con la Unión de Banqueros, sin alcanzar ventajas decisivas en el campo de batalla. Mientras tanto el clan Ribard vería cómo las minas ambicionadas terminaban en manos de un clan en teoría más pequeño. En lo que a la poltrona respectaba ésta sería entregada a una familia noble diferente.

martes, 2 de febrero de 2021

Nueva historia corta - El Asiento (Parte I)

Hoy te presento una nueva historia corta ambientada en el universo de «Ascuas de la Creación», titulada «El Asiento - Parte I». En ella vivirás los instantes previos a la conocida como «Guerra del Asiento». El punto de vista es el del gobernador de la Líneas Independientes por aquel entonces y su guardaespaldas.

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El Asiento – Parte I


    La tensión palpada en la Torre del Gobernador amenazaba con volverse incontrolable. Diversos emisarios llegaban tan lejos como especular con una guerra entre familias nobles por motivos que provocaban carcajadas en lugares como Punto Alto o incluso Venera. El líder de una urbe ubicada en las Líneas Independientes no había dejado descendencia, mientras que los demás integrantes de la familia no eran considerados aptos para ocupar su puesto. Siendo así la aristocracia local solicitó lo que llamó «un tiempo prudencial» hasta que se eligiera a un nuevo clan que rigiera los destinos de la ciudad-estado. Esto último significaba que se tomarían decisiones sin contar con ella hasta presentar un liderazgo alternativo. Asimismo, perdería su asiento actual en la cámara. Era aquella poltrona la que desataba desavenencias entre clanes en teoría aliados. Dos familias en concreto exigían recibirla como símbolo del estatus alcanzado gracias al aumento de su influencia. Sus patriarcas prometían recurrir a cualquier método para hacerse con ella, incluso la guerra si era menester. Los nobles en cuestión ya se encontraban en la isla, preparados para enfrentarse en la cámara. —…— El gobernador conocido como Janick Woodhound pertenecía a una familia que encabezaba un asentamiento dedicado a la caza. Su emplazamiento le concedía zonas boscosas cercanas, con una fauna variada de la que obtener tanto carne como pieles muy codiciadas en las Líneas Independientes. El contacto con éstas dio comienzo con los primeros intercambios comerciales, que trajeron riquezas y nuevos moradores al lugar. No pasó demasiado tiempo antes de que el asentamiento construyera murallas e instaurara un ejército permanente. El crecimiento de su población y la recién alcanzada prosperidad le valieron que las Líneas Independientes lo consideraran como ciudad-estado. La invitación para unirse no se hizo esperar, lo que significó deberes y obligaciones. Las cláusulas recogidas en los acuerdos concedían la seguridad del Tratado de Protección así como un comercio exclusivo, aunque también obligaba a la urbe a suministrar recursos en cantidades no conocidas con anterioridad. Si «Menapios» no alcanzaba las cuotas exigidas, el clan Woodhound debía afrontar multas que las Líneas Independientes cobraban sin piedad. Esto último introdujo conceptos antes lejanos para los compatriotas de Janick Woodhound, como los impuestos, la burocracia o complacer a la Unión de Banqueros. Cuando el ahora anciano fue sugerido como gobernador de las Líneas Independientes, su familia no dudó en enviarlo para ocupar el puesto. Sus integrantes se prometieron un respiro así como la posibilidad de nuevos pactos con los que conseguir mejores condiciones; sin embargo, la realidad mostraba algo bien diferente. Ya en la primera reunión Janick Woodhound comprendió que apenas pasaría de ser un moderador en la cámara, conforme los aristócratas más poderosos hacían y deshacían a su antojo. Los emisarios de estos últimos incluso se tomaban la libertad de interrumpirlo cuando así lo consideraban conveniente. Debido a la impotencia experimentada Janick Woodhound terminó por no hablar apenas durante las reuniones. Mientras tanto su patria seguía ahogada por unas deudas que no conseguía saldar sin los créditos ofrecidos por la Unión de Banqueros.

    Al lado del anciano se encontraba un individuo con la cabeza afeitada junto a una barba blanca que presentaba numerosos claros. Si bien aquel sujeto ya no se ejercitaba debido a la edad, retenía unos hombros anchos así como unas manos grandes atribuidas a su familia desde la generación de su tatarabuelo. —…— Al igual que ocurría en el caso de Janick Woodhound, sus ojos enfocaban el océano desde el balcón en el que se hallaban. Aquél suponía un pasatiempo que compartían desde que el gobernador aceptara las limitaciones acarreadas por su posición. Esos nobles vienen con sus barcos y escuadras a pavonearse. ¿Tanto cuesta comprender que tenemos un problema serio entre manos?

    Ambos llevaban unas fechas tatuadas en las muñecas, que casi ni se veían debido al paso del tiempo. La tinta estaba tan desgastada, que Janick Woodhound apenas distinguía el mes perteneciente a su nacimiento. Diversos incidentes como olvidar su cumpleaños, los nombres de sus sirvientes o dónde se encontraba su dormitorio eran achacados a «problemas de memoria temporales» por los curanderos. Estos últimos le dieron un remedio para tomarse todas las mañanas, aunque el anciano no experimentaba mejoría alguna. El bote se encontraba abierto en los instantes presentes, de modo que extendiera su fragancia a plátano por toda la habitación. — Ah… Shimot. Me alegra que hayas podido venir. — El gobernador de las Líneas Independientes se giró hacia su interlocutor, quien ni siquiera portaba una espada a aquellas alturas.

    El guardaespaldas expulsó un suspiro al oír aquellas palabras mientras se apoyaba en la barandilla perteneciente al balcón. Una mirada hacia su derecha le sirvió para ver cómo el noble entornaba los párpados para dormirse durante unos segundos, tras lo que los separó de nuevo sin percatarse de su desliz. Llevamos juntos toda la maldita mañana. Lord Janick… Al menos se acuerda de cómo me llamo ahora. Concluidos aquellos pensamientos Shimot se obligó a esbozar una sonrisa al tiempo que movía la nariz sin darse cuenta. — Por supuesto, lord Woodhound. Siempre estaré cerca para protegerte.

    Instantes después de que su guardaespaldas le limpiara un resto de saliva asentado sobre la barbilla, el aristócrata extendió la mano diestra hacia el frente. Los temblores en su extremidad derecha aumentaban con cada día transcurrido, de modo que ni siquiera alcanzara a escribir una carta sin ayuda. Para ello también contaba con su guardaespaldas, quien se había convertido en su pluma. Lo que Janick Woodhound no sabía era que Shimot cambiaba buena parte de las palabras recogidas en las misivas. — Amigo mío… Estoy hecho un desastre, ¿verdad? Ya no sirvo para nada. Vamos… Sé sincero.

    ¿Cómo se supone que debo responder a eso? Está claro que el señor ya no es el mismo, pero achaco gran parte de lo que le ocurre a los desgraciados a nuestro alrededor. Esas sabandijas han dañado su mente poco a poco hasta dejarlo en este estado. ¡Es todo por culpa de las Líneas Independientes! Concluidos aquellos pensamientos Shimot meneó la cabeza para después dirigirse a su amigo. Mientras que en sus tiempos de juventud ambos incurrieron en bromas con respecto a su virilidad o valentía, ahora intentaba elegir sus palabras con sumo cuidado. No en vano encontró a Janick Woodhound llorando en numerosas ocasiones al no poder dedicarse a aficiones que antes realizó con regularidad. Esto último incluía la caza así como el dibujo o jugar a las damas. — Bueno… Algunos dirán que los viejos no valemos, pero hay que llegar a nuestra edad primero. Hemos tenido una buena vida, creo. — Antes del desastre que fue unirnos a Líneas Independientes, claro está. La peor decisión que mi patria ha tomado jamás Debimos darnos cuenta de que sólo nos hicieron promesas vacías con las que aprovecharse de nosotros, pero nos las creímos como niños pequeños. Mi gente arrastrará los efectos durante generaciones.

    Sin advertir la actitud de su guardaespaldas con respecto a las Líneas Independientes, el gobernador encogió los hombros durante unos segundos. — En eso estoy de acuerdo, mi buen amigo. Muy de acuerdo. — Janick Woodhound era el único integrante original de entre quienes sellaron el pacto para sumarse a las Líneas Independientes que quedaba vivo. En aquella época los posibles beneficios le permitieron visualizar una Menapios fuerte, que acumulaba tanto influencia como prestigio. Cuarenta años después el anciano se levantaba con la ropa interior mojada casi todas las mañanas, esperando a que la muerte lo reclamara. Todo ello mientras su patria quedaba relegada a una urbe que se veía obligada a cumplir cuanto le ordenaban las potencias más poderosas. — Ja… ¿Te acuerdas de tu boda?

    Rememorar aquel día dibujó una sonrisa en un rostro dominado por las arrugas. Shimot volvió a limpiar la boca a su señor, tras lo que entornó los párpados durante unos segundos. Su vestimenta negra le hacía pasar calor durante el verano; no obstante, insistía en no cambiarla. — ¿Cómo olvidarla, mi señor? La celebramos al aire libre y fuiste mi testigo. Ja, ja… Las mujeres comenzaron a gritar, cuando aquel oso quiso participar también. Mientras los demás fueron a por sus armas, lo inmovilizamos entre tú y yo. ¡Con las manos desnudas! Luego llegaron mis primos para matarlo con sus lanzas. Mi mujer lo puso para comer al día siguiente. La carne siempre sabe mejor cuando la caza uno mismo, ¿a que sí?

    Conforme Shimot terminaba su explicación, Janick Woodhound encogió las cejas al tiempo que se mordía el labio inferior. ¿Yo he hecho eso? ¿Hubo un oso en la boda? Eh… ¡Ah, sí! ¡Claro! La bestia me dejó sin el meñique zurdo. Tras enfocar su mano izquierda durante unos segundos el patriarca del clan Woodhound sintió un pañuelo húmedo sobre su frente sudorosa. El gobernador de las Líneas Independientes dejó que Shimot terminara, tras lo que agarró sus brazos. — Ah… ¡Me hubiese encantado probarlo! Tu esposa cocina de maravilla. Esa salsa con cebolla y setas es un regalo de los dioses.

    Si bien el guardaespaldas separó los labios dispuesto a responder, pronto volvió a juntarlos. Al contrario que su interlocutor no olvidaba que éste vino a su casa para almorzar al día siguiente. —…— Ver a su amigo así provocaba que se le encogiera el corazón, siendo su objetivo primordial sobrevivir el tiempo necesario para no dejarlo solo en aquel lugar. La bestia me habría despedazado de no ser por él. Lord Janick hasta perdió un dedo por mí. La de veces que nos salvamos el uno al otro para que ahora no pueda hacer nada por él salvo limpiarlo y entretenerlo

    Lejos de advertir la tristeza que plagaba el alma de su amigo Janick Woodhound reparó en otro hecho perteneciente a un pasado que se le antojaba cada vez más lejano. En aquellos tiempos el clan actuó con presteza para defender su patria de una amenaza venida de los mares. No pocos habitantes de Menapios especulaban con que el lugar era más fuerte antes, sin ejército ni tampoco murallas. — O como cuando nos atacaron los corsarios de Kai, ¿eh? Pensaron que no seríamos más que otro asentamiento sin defensas, sólo para comprobar que con los habitantes de Menapios no se juega. ¡No, señor! — El gobernador esbozó una sonrisa, que pronto encontró réplica en el hombre que tenía a su lado. Desde aquel balcón podían verse cómo diversas escuadras paseaban por las calles con sus estandartes, en un intento por demostrar su poderío. Aquello no distraía a Janick Woodhound, quien dio unos golpes al aire hasta que se cansó. Fue preciso que su guardaespaldas le acercara agua a los labios para que bebiera un trago. — Gracias, amigo mío. Esto… ¿Por dónde iba? ¡Eso, eso! Vinieron a quitarnos el oro, la comida y las mujeres, pero los pocos que sobrevivieron se fueron bien escarmentados. ¡Tú mismo mataste a su líder en combate y luego lo tiraste al océano, Shimot! Qué rápidos y fuertes éramos, ¿verdad? — Su guardaespaldas asintió después de soltar el vaso en la mesa cercana, algo que animaba a Janick Woodhound. Este último juntó ambos puños de manera que sus nudillos se tocaran entre ellos. — ¡Un día glorioso! Buenos tiempos… Lo contentas que se pusieron nuestras mujeres cuando volvimos, ¿eh? La noche fue maravillosa. Nos recibieron como héroes y nos prepararon una cena con la que alimentar a una jauría entera. Oye, Shimot… ¿Sigues escribiendo a la tuya? Envíale una carta cuando puedas, hombre. Comprendo que no quieras traértela, pero es bueno que tu esposa sepa algo de ti de vez en cuando.

    Aquellas palabras propiciaron que Shimot experimentara un sabor desagradable en el paladar. Esto último lo obligó a tragar saliva, sin que aquello le sirviera para neutralizar el nudo formado en su garganta. ¿Cómo voy a escribirle a alguien que está muerto, mi señor? No volverá Los ojos de Shimot comenzaban a humedecerse, sin que Janick Woodhound comprendiera que su amigo se encontraba a un paso de llorar. Lo único que le sirvió al guardaespaldas a la hora de aguantar las lágrimas fue centrarse en la escala de su amigo. — Bueno, bueno, lord Janick… Es la hora. Tenemos que ir a la reunión, ¿recuerdas? La del asiento…

    No pasó demasiado tiempo antes de que el patriarca del clan Woodhound meneara la cabeza. Si bien se dispuso a contestar, tuvo que esperar a que su amigo le limpiara la nariz primero. Sólo entonces Shimot dio unos pasos hacia atrás. — ¿Qué reunión? ¡Yo no tengo ninguna reunión hoy! ¿Y qué asiento? No, no, no, no, no… Ya he cumplido todas mis tareas, así que no pienso ir a ninguna parte. — Percibir las pisadas cercanas dio lugar a que el noble contrajera el rostro al tiempo que expulsaba un gruñido. Una sirvienta abrió la puerta perteneciente a la habitación con el fin de recordar al gobernador que se le esperaba. — Dile que se vaya, Shimot. No quiero a nadie más aquí que no seas tú. Sálvame de esa gente…

    Ojalá pudiera cumplir ese deseo, pero nada es fácil en las malditas Líneas Independientes. El guardaespaldas realizó un movimiento con la mano zurda, tras lo que la joven se dispuso a abandonar la estancia. Una vez comprobó cómo la fémina salía por la puerta llevó a su amigo hacia el pasillo adyacente, decorado con cuadros dedicados a la caza. Uno mostraba al propio gobernador, en unos tiempos en los que todavía podía subir a caballo. — Tienes que ir, mi señor. Tú mismo me pediste que no te dejara escabullirte. ¿Qué clase de amigo sería si incumpliera mi promesa? — Shimot permitió que Janick Woodhound se apoyara en su brazo diestro para así no perder el equilibrio. Que cubriera la cabeza de su amigo con una capucha impedía que los demás vieran su cara al completo. Si lord Janick no aparece en esa sala, nuestra patria sufrirá todavía más.

    El gobernador protestó durante varios minutos, aunque terminó por cansarse conforme se acercaban a la sala de reuniones. Sin que fuera necesario que diera la sesión por iniciada, los nobles presentes ya discutían el asunto del palco libre. —…— A los más importantes los habría reconocido tiempo atrás, algo que ya no era el caso. Janick Woodhound tomó asiento en su silla, esperando que el encuentro terminara lo antes posible y sin incidentes. Aquél suponía un deseo que no se convertiría en realidad…