domingo, 13 de junio de 2021

Historia corta - Represión en la Ratonera

 Represión en la Ratonera


    Trece días habían transcurrido desde el levantamiento promovido por unos cabecillas locales que habitaban en la Ratonera. La invasión no se hizo esperar, y ahora los cuerpos sin vida se repartían tanto apilados como sueltos. Mientras el ejército presionaba desde distintos puntos clave, los rebeldes que quedaban ya no pensaban en una victoria. En las condiciones presentes, a los segundos les quedaba poco menos que recuperar sus pertenencias o la llana supervivencia en un entorno arrasado. Numerosos edificios quemados suponían una muestra patente de que la resistencia se desmoronaba a pasos agigantados. —…— A pesar de haberse propuesto no mirar conforme pasaba junto a un montón de cuerpos sin vida, Clyde distinguió algo brillante que dio lugar a que tragara saliva. Un hombre muerto se hallaba abrazado a una bolsa de tela, desde la cual asomaba un lingote de oro que no llegaba a tocar el suelo. ¿Qué significa esto? Se supone que aquí todos somos iguales. Es lo que nos dijeron nuestros líderes… El joven también se fijó en una mujer con un puñal clavado justo debajo de la oreja diestra. Recordaba aquel rostro del día en el que su dueña juntó a varias prostitutas que juraron «cortar las pelotas a todos los invasores que entraran en la Ratonera». Las féminas en cuestión aceptaron la tregua propuesta por los mismos ladrones que tantas veces les robaron en el pasado. Aquella alianza tan frágil acabó en cuanto los bribones abandonaron a las prostitutas, quienes apenas aguantaron media hora más ante el empuje enemigo. Clyde se acercó a arrebatarle un abrigo de pelo largo a la fallecida, aunque pronto percibió unos quejidos así como movimientos entre los cadáveres cercanos. No tardó en retroceder debido a ello, con las botas todavía ensangrentadas tras su último encuentro con una patrulla. La escaramuza lo llevó a la decisión de dejar atrás a sus camaradas, quienes le echaron en cara lo que definieron como «cobardía». El habitante de la Ratonera todavía recordaba cómo los asaltantes reducían a aquellos defensores en la nieve, sin saber que fueron ejecutados a los pocos minutos. Menos mal que no me he quedado ahí. No debería estar peleando ni siquiera… Clyde pretendió esconderse al declararse la guerra al enemigo; no obstante, unos individuos lo encontraron dentro de un armario. Su idea de aguardar el fin de las hostilidades oculto o huir entre las sombras se estrelló con cómo los desconocidos le pusieron una espada en las manos para que luchara. El adversario a batir no era otro que el clan Ragen, victorioso en numerosas campañas militares recientes que aumentaban su prestigio. No pocos especulaban con que pronto se haría con el control completo de las Líneas Independientes, algo que levantaba recelos en la Torre del Gobernador. — Ah… — Mientras que la familia que lideraba Puerta al Paraíso organizó con rapidez un ejército con el que aplastar a los sublevados, éstos se atrincheraron en diferentes puntos repeliendo el empuje enemigo durante casi una semana. Quienes auguraron una victoria fácil pronto se vieron obligados a tragarse sus palabras, ya que los habitantes de la Ratonera defendieron la misma casa por casa. No en vano estos últimos aprovecharon sus conocimientos de un terreno irregular combinado con escondites en diferentes ruinas. Si bien los defensores se encontraban desorganizados en teoría, encararon a los invasores no sólo mediante tácticas defensivas, sino también con ataques fugaces para después volver a esconderse. Los primeros días se saldaron con cientos de atacantes muertos así como la pérdida de cuantioso material bélico y caballos. El encargado de aplastar la rebelión era Mark Ragen, quien tuvo que entrar en la Ratonera él mismo ante el descalabro inicial. Amenazado con hacer el ridículo ante su familia y toda la ciudad-estado, el noble se vio obligado a adaptarse. Esto último dio lugar a que concluyera quemar cualquier edificio, sin importar si alguien se encontraba dentro o no. Si bien aquella táctica se mostraba más laboriosa y lenta, provocaba menos bajas entre los suyos que dispersarse para después caer en las emboscadas. Diversos túneles dedicados al contrabando, tanto de mercancías como de personas, fueron echados abajo sin piedad. El propio Clyde consiguió abandonar uno en el que pretendió ocultarse junto a unos heridos. La mayoría de aquellos aliados temporales no corrieron la misma suerte, aplastados en una trampa mortal formada por piedra y madera. Lejana parecía la promesa de quienes aseguraron que «la Ratonera se independizaría de Puerta al Paraíso» o que «los nobles pagarían reparaciones». Los cadáveres con escarcha asentada sobre sus rostros recordaban que los Ragen no pretendían entregar aquella plaza bajo ningún concepto, aunque aquello implicara masacrar a sus propios compatriotas. Clyde se pasó la mano diestra por sus cejas ensangrentadas, de modo que volvió a abrir una herida cuya procedencia no recordaba. Aquello dio lugar a que se viera forzado a pestañear con una frecuencia creciente. Sus ojos enrojecidos se encontraban llorosos, mientras el joven recordaba sus sueños de abandonar la Ratonera para dar comienzo a una nueva vida en otra parte. El oro que ahorró durante años lo consideraba más que perdido a aquellas alturas, sin saber que unos soldados se lo repartieron entre ellos tras encontrarlo. Aquel dinero lo obtuvo al convencer a su novia de que hiciera la calle por unas pocas monedas. Si bien le juró por su madre que se la llevaría con él, pretendió «sacarle más provecho» a juzgar por lo contado en una fiesta. Clyde llegó tan lejos como buscar esclavistas dispuestos a venderla en Kai. ¿Es mi destino caer aquí? ¿Merezco este castigo por portarme así con Cessie?

    A lomos de su corcel, Mark Ragen observaba el mismo panorama de desolación que Clyde, aunque desde la perspectiva del vencedor. Ser el cuarto hijo varón le hacía quedar rezagado en la cuestión sucesoria; no obstante, se empeñaba en demostrar su valía siempre que le resultaba posible. Fue el propio noble quien pidió ocuparse de la Ratonera en un intento por acumular méritos. Acudió al lugar con la idea de obtener una victoria rápida, algo que se estrelló de bruces contra la cruenta realidad. Perder a cientos de soldados en escaramuzas con las que no cumplió objetivo estratégico alguno le valió que un hermano suyo amenazara con acudir como relevo. Sólo cuando aplicó la táctica de la tierra quemada, Mark obtuvo los resultados tan anhelados. — Iremos por la derecha. — Sin embargo, el aristócrata apenas se mostraba con ánimos de comer o dormir a pesar de los éxitos recientes. El enemigo no era externo, sino que se trataba de sus propios compatriotas que tenían la mala fortuna de vivir en la Ratonera. En un contraste a lo que le resultaba conocido de su entorno habitual, el joven observaba las huellas dejadas por la pobreza. Cada vez que cerraba los ojos veía a un grupo de niños muertos con los huesos y costillares marcados. La brillante armadura con la que comenzó la campaña se encontraba guardada en un baúl que se proponía no volver a abrir. Ni los curanderos ni tampoco sus oficiales más cercanos conseguían sacarlo de aquel estado. Uno de los primeros llegó a afirmar que «era un milagro que se mantuviera en pie».

    El entusiasmo observado al construirse las barricadas quedaba engullido por el silencio de una derrota que preveía inminente. Clyde pasó junto al cuerpo sin vida de un anciano con la cabeza hundida en la nieve, al tiempo que sus ojos captaban un destello en la distancia. El sonido causado por la explosión no se hizo esperar, lo que significaba otro escondite destrozado. La lucha en su sector apenas se limitaba a unos pocos rezagados que vieron lo que ocurría con quienes se entregaban a los Ragen. — ¡! — El propio Clyde se propinó una bofetada en la mejilla diestra al recordar cómo un lider local pedía clemencia de rodillas sólo para ser decapitado sin piedad. Matarán a todos los que puedan durante la noche. Si sólo consiguiera sobrevivir hasta el amanecer… Los Ragen terminarán por irse en algún momento. Clyde se limitaba a caminar, con las manos ensangrentadas al tocar antes la herida ubicada en su frente. Avanzar, avanzar, avanzar… El movimiento de una mujer llamó la atención del joven, quien se detuvo para después mirar hacia su diestra. ¡CessieTodavía recordaba a su novia de antes de que ésta abriera las piernas por dinero. Su aspecto cambió de manera palpable durante el transcurro de apenas unos pocos meses. Cessie perdió buena parte de su dentadura, debido a los golpes encajados por clientes que disfrutaban pegando. Asimismo, se le cayó casi toda la melena rubia, dejando a la vista numerosos claros en los que no volvió a crecer nada. — ¡Cessie! — A pesar de haberla visto muerta durante los enfrentamientos, sus ojos la mostraban con el mismo aspecto de hacía un año. Ahí todavía mantuvo sus rasgos suaves así como una piel uniforme. — ¡Lo siento tanto, Cessie! Me alegro de que estés bien. Voy a sacarte de aquí. Te prometo que esta vez sí abandonaremos la Ratonera juntos. Todo será maravilloso…

    La fémina a la que Clyde confundía con su antigua novia se encontraba tirada en el suelo, incapaz de levantarse. Aquello se debía a que recibió un golpe en la columna que le dejó inutilizadas varias vértebras. ¿Cessie? ¿Quién es Cessie? — No me toques… — Con el dolor recorriendo cada hueso, quedó alzada por un Clyde que se atrevió a sonreír. El estado del joven propició que la fémina fuera a parar al suelo para después volcar hacia el lado izquierdo. — ¡AHHH! ¡Desgraciado! — Mientras la agonía que recorría hasta la última fibra de su ser aumentaba por momentos, vio cómo Clyde se le acercaba dispuesto a incorporarla. — ¡No me toques! No soy tu Cessie. Vete… ¡Me haces daño! — A pesar de gritar con todas sus fuerzas, no conseguía imponerse a Clyde. Este último terminó por arrastrarla por la nieve al no ser capaz de levantarla en peso. El joven no parecía reparar en la estela rosada que dejaba en el manto blanco que cubría el suelo.

    Mientras tanto, Mark Ragen peinaba la zona acompañado por su guardia personal. —…— Con aquello el noble desoía los consejos de sus curanderos, quienes le pidieron quedarse en el campamento. También sus oficiales más cercanos le recomendaron descansar al prever como segura la victoria. La carta que Mark recibió el día anterior ponía sobre relieve la satisfacción de su padre, quien le prometía «un puesto acorde a sus capacidades en la Torre del Gobernador». Hace horas que no damos con ningún superviviente. Quizá sea el momento de detener esta locura y volver a casa por fin. Espero que todos hayamos aprendido algo. A punto de dar la orden de marcharse, Mark alzó la mano diestra al distinguir dos figuras en la lejanía. — Son míos. Quedaos aquí. — En cuanto acabe con estos enemigos, nos vamos.

    Al ver venir a aquel jinete subido a su caballo, Clyde tragó saliva de modo que se lastimara la garganta. No pasó demasiado tiempo antes de que comenzara a correr, dejando atrás a la fémina entre alaridos de dolor. — ¡! — Creyó percibir durante la carrera cómo el cuerpo de la mujer quedaba atravesado con una espada, aunque no se giró para comprobarlo. ¡CerdosTal y como hizo con anterioridad, se metió en un callejón con la esperanza de despistar a sus perseguidores. Incluso se colocó ambas manos ante la boca en un intento por aguantar la respiración. — Ah… — No obstante, se encontró con cómo otra patrulla le cortaba el paso, conforme Mark Ragen se aproximaba con el arma preparada. — ¡Oh, no! — Impedido para huir, Clyde se colocó de rodillas en la nieve con el noble muy cerca de su posición. — Ten piedad de mí. Te lo suplico… No eres un monstruo, ¿verdad?

    Con su acero enrojecido por matar con él a la mujer, Mark Ragen lo levantó de nuevo sin tener la impresión de que le trajera la gloria que se prometió al sacarlo de la herrería. — Lo siento… — Aquellas palabras en forma de susurro no sólo iban dedicadas a un joven al que no conocía, sino también al resto de víctimas. Lo siento tanto… Tras suprimir un sollozo, propinó un tajo a Clyde que alcanzó a aquél en el pecho. A pesar de golpear con todas sus fuerzas, notó con rapidez cómo el joven seguía respirando. El siguiente impacto obtuvo el mismo resultado, de modo que Mark meneara la cabeza. No puede ser… — ¡AHHH! ¿¡Por qué no te mueres de una vez!?

    Alertado por el grito, un oficial entró en el callejón para descubrir cómo el aristócrata se ensañaba con lo que no era más que un cadáver a aquellas alturas. Tras quitarse el casco con el que cubrió su cabeza durante la campaña, el soldado que se crió junto a Mark Ragen se acercó a aquél por la espalda. Gracias a su entrenamiento logró desarmar a su amigo mediante un golpe en la muñeca diestra. Acto seguido, lo abrazó por detrás de modo que le impidiera moverse. — Ya basta… ¡Está muerto, Mark!

    Eso no es cierto… El noble se liberó a los pocos segundos gracias a que el teniente decidiera no aplicar demasiada presión. Una vez se giró, agarró a su interlocutor por el cuello para sacudirlo con lágrimas en los ojos. — Todavía se mueve… ¿¡Acaso no lo ves!? — Al no desistir en su empeño por castigar todavía más a lo que quedaba de Clyde, su subordinado decidió empujarlo contra la pared adyacente. Después de forcejear durante unos segundos, Mark terminó por comprender que el joven no volvería a levantarse por lo que apoyó la cabeza en el pecho del oficial. — Eran buena gente… ¡Todas estas personas no merecían morir!

    Ante el peligro de que los soldados vieran así a su líder, el teniente se retiró un poco. Sus intentos por mirarle a los ojos se vieron replicados con cómo el aristócrata enfocaba el suelo. Hemos cometido un grave error. Todo esto no es más que una estupidez que mancha nuestras manos con sangre compatriota. Mark no volverá a ser el mismo tras esta carnicería. Alcanzada aquella conclusión, el oficial guió a su amigo hacia las unidades de caballería que esperaban a unos pasos con respecto a su posición. — Vamos, Mark. Venga, mi señor. — Las unidades desplegadas en la Ratonera regresaron al campamento, el cual recogerían a la mañana siguiente. Fue entonces cuando la falta de apetito y sueño llevó a que el noble enfermara. Nada pudieron hacer los curanderos que lo cuidaron por su vida.

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