martes, 23 de febrero de 2021

Nueva historia corta - El Asiento (Parte II)

      ¡Nueva historia corta ambientada en «Ascuas de la Creación! Esta historia corta te trasladará hacia los instantes previos a la conocida como «Guerra del Asiento». El punto de vista ahora es el de Henry Ribard y su consejero Matio, con interés en que estalle el conflicto. El relato tiene una primera parte ya publicada (recomiendo leerla primero).

    Como siempre, gracias por leer. Sería un honor para mí que dejaras un comentario con tu opinión.

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El Asiento – Parte II


    Apenas nadie reparó en la llegada del gobernador, puesto que los participantes en la reunión ya tenían iniciada su discusión. Tan caldeados se hallaban los ánimos, que numerosos asistentes cruzaban acusaciones entre ellos. Como de costumbre Janick Woodhound pretendía pasar las horas necesarias sin intervenir, ni siquiera para dar el encuentro por concluido. La decisión de cuándo llegaría a su fin dependía de los nobles presentes nada más. Éstos acudieron a la Torre del Gobernador ante la perspectiva de un posible conflicto entre dos clanes que reclamaban una poltrona libre. Esta última se encontraba liberada de los estandartes anteriores, a la espera de que alguien la ocupara. Entre los presentes se hallaba el patriarca del clan Ribard, quien al contrario que tantos otros permanecía sentado y sin entrar en la disputa dialéctica. Las misivas enviadas por sus embajadores le permitían saber que las familias rivales preparaban sus ejércitos para un más que probable enfrentamiento hostil, con dos bandos bien definidos. Fue su consejero primero, también presente, la persona que le sugirió entrenar a sus enviados diplomáticos como espías. Aquello suponía un método muy similar al que usaban los banqueros para procurarse información u otras ventajas. De hecho el hombre que tenía a su lado trabajó durante años en Venera para diferentes familias. Esto último le concedía experiencia a la hora de usar métodos que luego enseñó a sus pupilos. Los aprendices se encontraban repartidos por numerosos puntos de las Líneas Independientes, a la espera de ser empleados en lugares tales como Venera y Punto Alto en el futuro. — ¿Qué te parece? ¿Hm? — Conforme planteaba aquella pregunta Henry Ribard apoyó los codos en la barandilla, tras lo que posó la barbilla sobre las palmas pertenecientes a sus manos. Estas últimas mostraban unas muñecas hinchadas, algo que también se trasladaba hacia sus codos. Los curanderos no encontraban explicación a lo que definían como una «retención de líquidos severa». De nada servían las infusiones o hacerle beber más agua, puesto que apenas los evacuaba. Aquel mal, heredado por un hermano en cada generación, significó la muerte prematura de su padre. Este último le entregó el puesto por ser el primogénito como última voluntad. Que los demás hijos tuvieran mejor salud y destacaran más en campos tales como la guerra o las ciencias no influyó en aquella decisión. — Esto me aburre. Me gustaría tomarme las cosas como nuestro respetado gobernador. Ese hombre sí que sabe aprovechar el tiempo. En lugar de importarle la discusión, se echa una siesta. — Según el acuerdo alcanzado con su consejero primero, nadie debía dudar de que Henry Ribard se encontraba entre quienes consideraban la pelea entre clanes una estupidez. Que buscara beneficiarse de una guerra que desgastara a sus rivales suponía un secreto entre aquellos hombres. Ni siquiera sus familiares más cercanos conocían sus intenciones de cara al futuro. El noble incluso se 1preparaban para el supuesto en el que fuera preciso quitarse de encima a sus hermanos. Recursos tales como enviarlos lejos como legados, casar a las mujeres con otros nobles o exiliarlos a Kai por motivos inventados para asegurarse su puesto como patriarca eran considerados válidos. Henry Ribard no tenía hijos con su esposa todavía, algo que no parecía importarle en lo que a sus maquinaciones respectaba. La posibilidad de que su familia corriera un destino parecido a la que dejó libre el asiento y el poder en su urbe se le antojaba algo lejano. También ocultaba la opinión que le causaba un Janick Woodhound al que no dudaba en criticar en privado. Según su consejero, el gobernador actual no sobreviviría al año en curso. El anciano sólo calienta la maldita silla. Tiene la misma importancia que su patria: ninguna. Y luego están esos idiotas que se pelean por un palco y los que se suman al desvaríoNuestro método es más limpio y barato. Conquistaré mis objetivos siendo un pacifista declarado. Mi escuadra de espías será mejor que las de los banqueros.

        El individuo conocido como Matio meneó la cabeza, tras lo que se fijó en cómo el gobernador dormía al tiempo que expulsaba saliva por la boca. De poco servían los esfuerzos de Shimot por ocultar la cara de Janick Woodhound. No en vano Matio tenía experiencia en lo que era desenmascarar a individuos con los rostros cubiertos. — Estate preparado para salir por si las cosas se ponen feas, mi señor. No podemos contar con que el gobernador mantenga el orden aquí. — Pronunciadas aquellas palabras asintió al igual que hizo el noble al que servía. Al contrario que este último, Matio poseía un rostro de pómulos marcados. Asimismo, tenía tanto una nariz como una nuez pronunciadas, junto a un torso de costillas visibles. Según lo compartido con Henry Ribard, aquel hombre se vio obligado a abandonar Venera tras ser apresado por los espías de un banquero rival. Matio sobrevivió durante días a diversas torturas sin responder a las preguntas hechas por sus captores hasta que consiguió escapar. Esto último significó acabar con tres personas durante el camino, sin importarle cuántas fueron inocentes. El antiguo espía no quiso correr riesgos, degollando a una joven tras ver cómo ésta metía la mano diestra en su cesta. Lejos de comprobar si su corazonada fue acertada, Matio abandonó el callejón con presteza.El lenguaje corporal de estas personas indica que pronto llegarán a las manos. Han fingido respetarse durante años, y ya no tienen motivos para ocultar que se aborrecen los unos a los otros. — El antiguo espía reparó en cómo un frasco de tinta se quedaba en el camino tras ser lanzado por un noble. Este último golpeó su poltrona al comprender que no alcanzaría su objetivo desde tan lejos.

        Sí, ésa es la certeza que tengo desde que nos conocemos. Hablaban lo imprescindible mientras buscaban debilidades de las que aprovecharse. Sus acuerdos fueron firmados con el idioma de la falsedad, ya que sus intereses estaban condenados a chocar desde el principio. Y lo peor es que también son contrarios a los míos. Desgraciados… ¡Ni siquiera me respetan lo suficiente como para buscar mi apoyo! Henry Ribard expulsó un bostezo, al igual que ocurría con una patriarca cercana. Al contrario que en el caso de aquella fémina, el suyo distaba de ser auténtico. El noble llegó tan lejos como frotarse el rostro con la mano zurda, en unos instantes en los que otro aristócrata se asomaba por su balcón con el fin de no perder detalle en lo que a la discusión respectaba. — De acuerdo… — Que su ciudad-estado no dispusiera de un ejército poderoso no impedía que Henry Ribard ambicionara unas minas disputadas por los clanes en liza. Si bien éstas se encontraban más cercanas a su territorio que con respecto a las otras dos urbes, sus rivales ni lo tenían en cuenta como posible propietario. Su única esperanza para hacerse con ellas residía en un enfrentamiento entre los adversarios que los debilitara. Dispuesto a alcanzar tal fin Henry Ribard aprobó el plan propuesto por Matio, de modo que sus embajadores buscaran asuntos personales que avivaran la llama de la enemistad.

        Uno de los patriarcas rivales estrelló los puños sobre su palco con el rostro enrojecido. Varios nobles a su alrededor apenas se mostraban capaces de aguantarse las risas, en unos instantes en los que su guardaespaldas bajaba la mirada. — ¿¡Ah, sí!? ¿Y qué me dices de cuando tu familiar arrebató su intachable virtud a mi tía-abuela? ¡Todo el mundo sabe que la tomó en contra de su voluntad! — Aquélla era una historia que salió a relucir apenas unas semanas atrás, sin que el noble la conociera en un principio. Fue un sirviente quien la contó por primera vez, tras lo que se extendió por su ciudad-estado y las Líneas Independientes. Existían dos versiones, una de las cuales al menos no dañaría la reputación de su familia. Ésta es la única verdad. Todo lo demás es mentira…

    Mientras que su adversario tenía el rostro enrojecido debido a la rabia experimentada, el otro aristócrata se vio obligado a apoyarse en su propio guardaespaldas para no caerse al suelo. A pesar de sus esfuerzos, el hombre que lo protegía mostraba serias dificultades para no verse contagiado por las carcajadas. Estas últimas se extendieron hacia varios palcos cercanos, ocupados por nobles que o apoyaban a aquel hombre o sólo buscaban divertirse con la discusión. — ¡JA, JA, JA! No creo que tumbarse en un pajar y abrirse de piernas borracha como una yegua desbocada equivalga a «ser tomada en contra de su voluntad». ¡Todos los aquí presentes sabemos que esa mujer no era más que una ramera que quería venirse a mi ciudad! Menos mal que mi pariente la dejó tirada en aquel establo, ya que terminó por conseguir algo mejor. A fin de cuentas los hombres somos unos sementales en mi patria, mientras que en la tuya… Todos sabemos acerca de las escapadas de tu padre con su mozo de cuadra. Oh… ¿No te lo han dicho? Deberías preguntarle a tu madre cuando tengas la ocasión. Creo que le gustaba mirar y puede que hasta participar.

       El otro noble se dispuso a saltar por la baranda, obligando a su acompañante a agarrarlo por detrás de modo que permaneciera en su palco. No pocos aristócratas aplaudían al tiempo que animaban a los adversarios a que siguieran o se preparaban para volverse violentos en cualquier momento. De poco servía que diversos guardaespaldas apelaran a la serenidad. — ¿¡Cómo te atreves!? ¡No se te ocurra volver a mencionar a mi sagrada madre! ¿¡Por qué no nos cuentas cómo la tuya se beneficiaba a toda vuestra guardia personal!? ¿¡O la golfa de tu hermana, quien se fugó junto a un comerciante!? ¡Tu sangre no vale nada, si una de vuestras mujeres se marcha con un plebeyo! — Las recriminaciones no sólo sacaban a relucir pasados reales sujetos a la interpretación de cada clan, sino también rumores iniciados por la gente de Matio. Uno de los mismos implicaba un ataque personal que precipitó los acontecimientos. — ¡Ya lo tengo! ¡Cuéntanos cómo perdiste las pelotas en un accidente! No tienes nada entre las piernas que te haga un hombre… — El noble se tocó sus partes pudendas conforme pronunciaba aquellas palabras, causando que una fémina cercana se llevara la mano diestra a la boca.

        Y… Ya son nuestros. Matio movió los labios, conforme el noble que antes rió lograba sortear a su guardaespaldas. No pasó demasiado tiempo antes de que los aristócratas enemistados intercambiaran golpes, algo a lo que se sumaron varios asistentes. El espía convertido en consejero observó cómo la sangre comenzaba a correr entre impactos e insultos. Uno de los patriarcas que más apoyó la pelea terminó tirado en el suelo con la mandíbula partida, mientras que su emisario lo buscaba a gatas entre la muchedumbre. La pelea no tardó en convertirse en una batalla en la que los dos bandos se enfrentaban entre ellos, con otros nobles implicados que sólo buscaban golpear a cualquiera para así contar algo a su vuelta. —…— Un vistazo hacia la poltrona del gobernador le sirvió a Matio para comprobar cómo Shimot urgía a aquél a despertarse. Como de costumbre aquello requirió varios segundos antes de que Janick Woodhound separara los párpados.

        Un silbido expulsado por Shimot dio lugar a que la guardia del gobernador se acercara a disolver el altercado. El hombre que protegía a Janick Woodhound comprobó cómo diversos estandartes caían, al tiempo que tres hombres cubrían a patadas a otro que no alcanzaba a levantarse. Una mujer terminó con medio vestido arrancado así como varias gotas de sangre en las uñas al arañar a otro noble. El guardaespaldas no tardó en visualizar cómo las escuadras privadas terminaban implicadas, por lo que agarró al capitán de la guardia por el brazo diestro. — No importa cómo lo hagas, pero evita que tengamos muertos aquí dentro, ¿¡entendido!? — Sería un desastre para la reputación de lord Janick… No pasó demasiado tiempo antes de que unos vigilantes ayudaran a marcharse a quienes no participaban en el altercado, mientras que el resto se aplicaba a fondo para deshacer el enfrentamiento. Uno de los vigilantes arrancó por accidente una medalla a un noble cercano, quien juró que «no olvidaría su cara». ¿Cómo se supone que vamos a salir de esta situación? Incapaz de responderse al interrogante planteado Shimot tiró de su amigo, al tiempo que unos centinelas despejaban el camino. — ¡Tenemos que irnos, lord Janick! ¡Ahora! No puedes seguir aquí… — Mientras un aristócrata era sacado en volandas con el labio inferior partido, otro le juraba la guerra. A aquellas alturas parecía un hecho que las ciudades-estado en discordia y sus aliados se enfrentarían en un conflicto armado.

    Conforme sus soldados hacían lo posible por separar a los implicados en el incidente para después escoltarlos hacia la salida, el patriarca del clan Woodhound abrió los ojos al sentir cómo era levantado en peso. Su falta de memoria volvió a jugarle una mala pasada al no reconocer a Shimot. — Eh, eh, eh… ¿Quién eres tú? ¿Por qué me tocas? Quiero que venga mi guardaespaldas ahora mismo. ¿Me has oído? ¡Y que me saque a cazar! ¡Quiero cazar! ¡Qué alguien prepare mi caballo! — Lejos de ver cumplido aquel deseo, Janick Woodhound pasaría el resto del día en sus habitaciones privadas sin poder salir.

    
    En lo que a Matio y el noble al que servía respectaba, éstos abandonaron la sala de reuniones junto a quienes no querían verse envueltos en la pelea. Mientras el aristócrata ya especulaba con los beneficios prometidos con las minas, el consejero recibió un empujón que le hizo perder el equilibrio. Uf… Segundos después se vio alcanzado por un pisotón en la mano zurda, a lo que siguió una patada en la cabeza. Esta última dio lugar a que quedara tumbado bocabajo en el suelo, tras lo que una suela se estrelló contra la parte posterior de su cabeza. — ¡AH! — Matio terminó por quitarse de encima un cuerpo más pesado que el suyo perteneciente a un hombre inconsciente. Al no ubicar al noble al que servía el consejero alzó la voz con el fin de encontrarlo lo antes posible. — ¡Mi señor! ¡Lord Ribard! — A pesar de sus esfuerzos, aquellos gritos quedaban absorbidos por las voces a su alrededor. En los instantes presentes las escuadras que acompañaban a los diferentes patriarcas comenzaban a acudir a la plaza exterior. Los líderes de las mismas intentaban mantener el orden por todos los medios, de modo que sus manos no quedaran manchadas con sangre noble. Mientras tanto Matio empujaba a las personas que le suponían un estorbo hasta que ubicó a Henry Ribard. — ¡Mi señor! ¡Aquí! — Sin embargo, algo traspasó su vestimenta y piel para clavarse en la región estomacal. ¿Eh? El antiguo espía miró hacia abajo para encontrarse un puñal hincado hasta la misma empuñadura. Esta última se encontraba sujetada por una mano femenina, que arrancó el cuchillo para proceder a otra estocada. La cara de su atacante se encontraba al descubierto, lo que permitía a Matio distinguir las facciones pertenecientes a una sirvienta que le resultaba conocida. Esta última formaba parte del séquito del clan Ribard desde hacía casi veinte años, de modo que el antiguo espía relacionara acontecimientos con rapidez. ¿Así que alguien me ha llevado la delantera todo este tiempo? Sólo pueden ser los malditos banqueros… El consejero quedó alcanzado por una docena de impactos, tras lo que dejó de contar. Sin que los individuos a su alrededor le hicieran el menor caso, el moribundo cayó de rodillas para después volcar hacia el lado derecho. Lo último que percibió de su asaltante fue cómo ésta limpiaba su puñal para después esconderlo entre los pliegues de su delantal. La conocida como «Guerra del Asiento» daría comienzo pocos días después, enfrentando a los dos clanes y sus aliados. Los participantes no tardarían en endeudarse todavía más con la Unión de Banqueros, sin alcanzar ventajas decisivas en el campo de batalla. Mientras tanto el clan Ribard vería cómo las minas ambicionadas terminaban en manos de un clan en teoría más pequeño. En lo que a la poltrona respectaba ésta sería entregada a una familia noble diferente.

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